El juego, actividad creadora y búsqueda de la persona
Edades y conceptos de juego
El juego en el contexto social
Clasificación de los juegos infantiles por funciones: generales y específicas
Comparación de características generales del juego en niños de 7-8 años y niños de 11-12 años
Características especificas del juego en niños de 7-8 años
Características especificas del juego en niños de 11-12 años
Influencia del juego en la creación de la identidad infantil
Psicogenética de Piaget y su relación con el desarrollo del niño
La búsqueda de la autonomía del niño y las etapas del desarrollo psicosexual de Erikson
Capitulo 1 – El juego infantil
El juego, actividad creadora y búsqueda de la persona
En el juego el niño
puede crear su personalidad, y el individuo descubre su persona cuando
se vuelve creador. El individuo en esta creación de su persona busca
generar un clima de relajamiento. El niño crea este clima por medio
del juego así como el adulto lo puede hacer por medio de sus
pasatiempos o cuando esta en psicoterapia. Los aspectos que hacen
posible el relajamiento en términos de libre asociación es la capacidad
de generar relaciones múltiples e indiscriminadas. En el
relajamiento surge la confianza basada de la experiencia; de la
afectividad creadora, física y mental, manifestada por medio del juego;
la suma de las experiencias para formar la base de un sentimiento de la
persona. El niño, así como el individuo, por medio del juego afirma
su “Yo Soy”, estoy vivo, soy yo mismo.
El juego es una
actividad espontánea, natural, sin aprendizaje previo, que brota de la
vida misma. Es comparable a un instinto como el hambre y la sed. Es
una necesidad vital, una función propia de los seres vivientes, cuyo
origen debe buscarse en una serie de impulsos que se van desenvolviendo
gradualmente hasta adquirir una forma determinada por influencia del
medio circundante. Por eso podemos explicar que la actividad lúdica se
presente en las más diversas formas y grados.
El juego tiene tres funciones centrales según diversos autores. Primero, dicho por Groos,
el juego parece tener un fin biológico, pues facilita el desarrollo y
el crecimiento de órganos y del sistema nervioso en seres humanos y
animales. Segundo, el juego tiene un papel de carácter social. Los
bailes, las reuniones, las competencias sirven para desarrollar los
sentimientos sociales, de solidaridad. Tercero, la función que asigna
Carr
al juego es una función catártica, es decir, purgativa. Es una
purificación de ciertos afectos por medio de parlamentos artísticos o
actitudes violentas. Esta teoría catártica del juego se debe
referir a dos grupos de impulsos: a la lucha por la conservación y al
instinto sexual.
A continuación describiremos brevemente algunas de las características generales del juego en el niño.
En general podemos
decir que los niños juegan por placer, por que les gusta hacerlo, los
niños gozan con las experiencias físicas y emocionales del juego. Los
niños son capaces de encontrar objetos e inventar juegos con mucha
facilidad y disfrutan al hacerlo. También los niños
juegan porque liberan odio y agresión en el juego. Juegan para
controlar la ansiedad. Es difícil que la gente acepte que los niños
juegan para controlar ansiedad, o para controlar ideas e impulsos que
llevan a la ansiedad si no se los controla.
La ansiedad siempre
constituye un factor en el juego de un niño, y a menudo el principal.
La amenaza de un exceso de ansiedad conduce al juego compulsivo o al
juego repetitivo o a una búsqueda exagerada de placeres relacionados
con el juego; y si la ansiedad es excesiva, el juego se transforma en
una búsqueda la gratificación sexual.
Los niños juegan para
adquirir experiencia. Las experiencias externas e internas pueden ser
ricas para el adulto, pero para el niño las riquezas se encuentran
principalmente en la fantasía y el juego. Así como la personalidad de
los adultos se desarrolla a través de su experiencia en el vivir, del
mismo modo la de los niños se desarrolla a través de su propio juego.
Además, con el juego establecen contactos sociales. El juego
proporciona una organización para iniciar relaciones emocionales y
permite así que se desarrollen contactos sociales.
Los niños juegan como
un medio para integrar su personalidad. El juego, el uso de las formas
artísticas, y la práctica religiosa, tienden de maneras diversas, pero
relacionadas, a la unificación y la integración general de la
personalidad. Es en el juego en donde el niño relaciona las ideas con
la función corporal. El juego es la alternativa a la sensualidad en el
esfuerzo del niño por no disociarse. Es bien sabido que cuando la
ansiedad es relativamente grande la sensualidad se torna compulsiva y
el juego resulta imposible.
El juego puede lograr
mejor comunicación con la gente. Un niño que juega puede estar
tratando de exhibir, por lo menos, parte del mundo interior, así como
del exterior a personas elegidas del ambiente. El juego puede ser algo
muy revelador sobre uno mismo, tal como la manera de vestirse puede
serlo para el adulto. Esto es susceptible de transformarse a una edad
temprana en lo opuesto, pues cabe decir que el juego, como el lenguaje,
nos sirve para ocultar nuestros pensamientos, si nos referimos a los
pensamientos más profundos. El juego como los sueños, cumple la función
de autor revelación y comunicación a nivel profundo.
El juego en edades
tempranas es de carácter fundamentalmente instintivo y su función
consiste en ejercitar capacidades que son necesarias para la vida
adulta.
Edades y conceptos de juego
El juego es el mejor
elemento para el equilibrio psíquico del niño y si hay un déficit en el
juego puede originar un problema de carácter. Existen tres edades en
el niño, la edad mental, la edad cronológica y la edad de juego.
Pero estas clases de
edad no siempre coinciden. La edad de juego debe ser determinada por
el grupo infantil con el cual el niño prefiere jugar. Además, es
importante observar si el niño prefiere juegos con niños de su mismo
sexo o no. El juego es una actividad que el niño hace de manera
espontánea como manifestación para desplegar y afirmar su
personalidad. El juego tiene una función de realizar su “yo”. Pero al
afirmar su personalidad adquiere también una afirmación social. Así,
el juego es una escuela de voluntad.
La participación del
niño dentro de un grupo adquiere una importancia capital porque es el
grupo el que fija las reglas y las normas del juego. Así el juego es
una nueva forma y función de desarrollo y desenvolvimiento social del
individuo. Mediante el juego no solo se ejercitan las tendencias
sociales sino que se mantienen la cohesión y la solidaridad del grupo
con las reuniones, fiestas y actos populares. El juego además es un
medio de transmisión de ideas, costumbres, mitos, leyendas y canciones
de una generación a otra, y que, en su conjunto constituye el folklore
de cada pueblo.
El juego no busca
otra cosa que el placer mismo del juego. Cuando el niño juego lo hace
como si fuera la realidad misma, sin darse total cuenta que persigue
objetivos completamente ficticios. El niño puede saber que eso son
ficciones, pero sigue el juego porque le encanta ese mundo creado por la
imaginación y que le sustrae del mundo de la realidad.
El juego en el contexto social
El juego no es un
simple pasatiempo ni una mera diversión. El niño lo toma muy en serio
aunque sabe que todo es ficticio. El niño vive y goza emocionalmente
en ese mundo ilusorio que ha creado su fantasía. El juego desempeña
también una función social y cultural porque satisface la necesidad
de realizar los ideales de la convivencia humana y se eleva por encima
de los procesos puramente biológicos, sin excluirlos ni anularlos. El
juego, en sus formas superiores, adquiere un carácter sagrado, porque
puede servir al bienestar del grupo más allá de sus intereses
materiales.
Los juegos tienen la
característica de desenvolverse dentro de un espacio real o ficticio,
bien delimitado y alejado del mundo circundante. Es un espacio
consagrado al juego, es decir, un espacio sagrado, como lo indica la
palabra, totalmente separado y limitado del resto y que no debe ser
violado mientras se desarrolla su acción. El juego, para ser perfecto,
ha de desenvolverse en ese campo, con cierto orden, por etapas
estrictas, que no han de ser alteradas porque en tal caso deja de
existir el juego, por haber quedado deshecho y destruido su encanto.
Las reglas del juego
hacen también que el juego se mantenga dentro de ciertos límites.
Puesto que la dinámica del juego implica un constante movimiento de ir y
venir, las reglas deben ser claras para todos los jugadores. El niño
ha creado una imagen del juego y ha establecido ciertas reglas para
lograr su objeto. Poco a poco va aprendiendo a controlar sus
impulsos, sometiéndose a las reglas fijadas por el grupo a que
pertenece, las cuales son aceptadas por todos los miembros que lo
componen.
Cada grupo de niños
constituye una verdadera sociedad infantil. Tiene su organización,
conserva las reglas del juego, dispone de canciones, ceremonias y ritos
que practican y obedecen todos. Cada grupo posee un conductor que lo
dirige y que cuando es necesario se enfrenta con otros grupos
similares.
Cada uno de los
miembros se ve obligado a mantenerse en el puesto que se le ha fijado
por imperativo de la ley del grupo. Todo esto implica orden, sin el
cual no puede haber juego. Cualquier infracción de las reglas
establecidas anula y destruye el juego mismo.
Conforme los niños
crecen, es evidente que el concepto de “ganar” esta íntimamente
relacionado con el juego. Cuando se juega, no hay duda de que se
aspira a ganar. Pero ganar, no significa otra cosa que mostrarse
superior a otro, y si el ganador pertenece a un equipo esta
superioridad se extiende a todo el grupo. Lo esencial del juego cuando
el niño va creciendo es que el triunfo, el éxito, se convierte en lo
importante y comienza a perder valor el juego por si mismo, por el
hecho de jugar.
En la explicación que Piaget
da de estos juegos de reglas hay una gran discontinuidad entre dos
etapas del conocimiento practico de las reglas (entre el principio de
la cooperación que sucede alrededor de los 7 años y la codificación de
las reglas alrededor de los 12 años, este tema lo ampliaremos en breve)
y los rasgos que caracterizan a cada una de ellas.
Las reglas
propiamente dichas no empiezan a formularse hasta que no hay una
referencia a las acciones básicas, que frecuentemente dan significado
al propio juego. Solo en el momento en que el niño se fija en la regla
como independiente de la acción que éste gobierna, comienza a
codificar no solo las situaciones que suceden sino también aquellas que
solo son posibles e incluso aquellas que probablemente nunca
sucederán. Son las características comunes, es decir, los niveles de
conocimiento práctico compartido por cada grupo de niños, los que nos
permiten una descripción del proceso que conducirá a la versión final
del juego tal como es construida por cada generación de niños.
Es frecuente que las
nuevas reglas se introduzcan en el juego no como prescripciones sino
como simples rituales o como meras descripciones de las acciones, de
modo que no contradigan a las reglas básicas de los niveles
anteriores. Es decir, se conserva la estructura interna del sistema de
reglas ya establecido aun cuando se pase a un siguiente nivel de
complejidad.
Estas capacidades que
se presentan conforme los niños se desarrollan, la capacidad social
para jugar un juego y cognitiva para explicarlo y aplicar las reglas,
parecen estar muy relacionadas con las preferencias que los niños tienen
por determinados juegos. Para mantener el interés del juego, el
placer que éste produce, los jugadores tienen dos procedimientos para
elevar la complejidad de las coordinaciones entre ellos: dentro del
mismo juego y pasando de un juego simple a otro complejo.
La construcción que
realiza el niño de su conocimiento social esta muy relacionada con sus
interacciones sociales, en el mismo sentido en el que su conocimiento
del mundo físico esta relacionado con sus actuaciones sobre el. Una gran
parte de las interacciones sociales del niño a lo largo de toda su
infancia tienen lugar precisamente en el terreno del juego. En él se
producen cambios dramáticos que pueden ser observados en los juegos
sociales, en el juego de ficción de los niños pequeños y en los juegos
de reglas estructurándose en los últimos años de la infancia. El motivo
de los primeros juegos sociales parece ser el afecto y el placer que
produce coordinarse con otros sujetos en una estructura.
Capitulo II – Características del juego en niños de 7-8 años y 11-12 años
Clasificación de los juegos infantiles por funciones: generales y específicas
Claparede ,
de acuerdo con las finalidades que se atribuyen al juego, los
clasifica en dos categorías. Juegos de funciones generales y juegos de
funciones especiales.
Los juegos de
funciones generales son todas aquellas actividades en que intervienen
los sentidos, los movimientos y los juegos psíquicos. La mayoría de
estas características las encontramos relacionadas con los juegos que
practican los niños en las edades de 7 y 8 años.
Dentro de los juegos de funciones generales encontramos:
- juegos sensoriales, son los juegos donde los
sentidos se ponen en actividad. Por ejemplo, tocar cosas, hacer ruido
golpeando objetos, probar sustancias, embadurnar colores.
- juegos motrices o motorices, son los juegos donde
los miembros se ponen en actividad. Mediante ellos se fortifican los
músculos, se opera la coordinación de los movimientos y se hacen más
precisos y seguros. Pertenecen a esta clase las carreras, los saltos,
lanzamiento de piedras, juego de pelota, movimientos del lenguaje como
trabalenguas.
- juegos psíquicos, pueden ser intelectuales o
afectivos. En los intelectuales interviene principalmente la atención
cuando se trata de comparar o reconocer formas o números, como domino o
lotería. Algunos de estos juegos han servido para elaborar ciertas
pruebas destinadas al examen mental de niños. En los juegos psíquicos
interviene la imaginación, la asociación de ideas o el razonamiento,
por ejemplo, las adivinanzas, encontrar rimas, ajedrez, damas. Los
juegos afectivos ocupan un lugar preponderante en el sentimiento del
niño. Son aquellos donde el niño se involucra con una historia como
las de bandidos y detectives, aventuras, peripecias de personajes pues
les despiertan entusiasmo o miedo. Juegos como el vigilante y el
ladro que despiertan sentimientos y emociones. Se desarrolla la
voluntad pues incluye los juegos donde se inmovilizan los niños durante
algún tiempo.
Por otra parte, los
juegos de funciones especiales, son todos aquellos que corresponde a
los de lucha y victoria. La mayoría de estas características están
relacionadas con los juegos que practican los niños de 11 y 12 años.
Son juegos de proeza porque consisten en rivalizar en una determinada
actividad. Están en intima relación con los instintos, especialmente
el de la conservación del individuo. Son de suma importancia para la
formación del carácter.
También pueden
consistir en competencias espirituales, como las polémicas, discusiones,
legatos. La función es desarrollar y fortificar la voluntad, es
decir, formar el carácter. Mediante ellas el jugador se afirma ante los
otros y ante si mismo.
En los juegos de funciones especiales encontramos:
- juegos sociales, se caracterizan en que sus
actuaciones se desarrollan en común, en camaderia. Las cabalgatas,
cuadros deportivos, formación de campamentos, sociedades infantiles.
Contribuyen a desarrollar los impulsos sociales, como la solidaridad,
el espíritu de grupo y el sentimiento de comunidad.
- juegos familiares, en ellos dominan el instinto
materno y el paterno, es decir, el instinto domestico. Se asocian a
niños y niñas donde el niño hace el papel de papa y la niña de mama.
La muñeca ocupa un lugar de preferencial. Se arregla el lugar de
juego como si fuera una casa.
- Juegos imitativos. En esta clase de juegos el niño
imita las actividades de los adultos por puro placer. Ya desde los
dos años los niños comienzan a imitar. Primero se imitan a si mismos
luego imitan a un adulto, imitan sus gestos, lenguaje, actitud,
indumentaria. En estos juegos simulan ser soldados e imitan sus
actuaciones, representado situaciones alejadas de la realidad. Ay un
verdadero desdoblamiento de la personalidad. Por una parte viven la
realidad y por otra han creado un mundo ficticio con una guerra
imaginaria y viven todas sus emociones como si fuera una guerra de
verdad.
El valor educativo del juego es de suma importancia tanto
en su dimensión espiritual como física. Los primeros tipos de juego
sirven para el desarrollo de funciones generales como sentidos,
movimientos, sentimientos, atención. Otros, los segundos para el
desarrollo de funciones más especiales como la sociabilidad, la
imitación, la competencia y la lucha.
La función primordial
del juego es preparar al ser para actuar con eficacia en la vida
adulta. Así el juego infantil es un preejercicio, un verdadero
adiestramiento futuro. La diferencia entre el juego del niño pequeño y
del mayor es que este ultimo deja de ver las actividades de juego como
tales y las empieza a ver como un trabajo.
Características generales del juego en niños de 7-8 años y niños de 11-12 años
Se considera el juego en niños de 11-12 años
como una actividad opuesta al juego infantil, de alguna manera
equiparable al trabajo. En los niños de 7-8 años el juego es una
actividad agradable, mientras que el juego en niños de 11-12 años
comienza a ser una actividad penosa, como el trabajo. Se dice que el
juego es para los niños y el trabajo para los adultos. Sin embargo,
la única diferencia entre ambos tipos de juegos es que obedecen a
distintas motivaciones.
Primero, el juego en
niños de 11-12 años se caracteriza porque tiene una finalidad
exterior. El juego sirve para lograr un fin que no es el juego mismo.
El juego viene a ser nada más que un medio para alcanzar un objetivo
deseado, sea económico, espiritual o social. A diferencia del juego
en niños de 7-8 años que tiene una finalidad intrínseca. Es un fin en
si, carece de una finalidad externa, pues se basta a si mismo.
Segundo, el juego en
niños de 11-12 años incluye el carácter de “obligatoriedad”. Hasta el
fin mismo que uno se propone con juego esta impuesto por las exigencias
de la vida. En cambio la actividad lúdica carece de
obligatoriedad. Se trata de una actividad completamente libre y
espontánea que no impone una necesidad externa. Es cierto que en los
juegos sociales el sujeto se somete a ciertas reglas, pero esta
subordinación es voluntaria y convencional.
Tercero, en el juego
en niños de 11-12 años se deben llenar determinadas condiciones
intrínsecas, que significan la realización simultánea de dos
finalidades: una, el fin que uno propone con ese juego y dos, las
condiciones impuestas por el medio.
En cambio, en el
juego de niños de 7-8 años, dado su carácter espontáneo y libre, no
obedece a estas condiciones, puesto que no persigue una finalidad
consciente fuera de la actividad misma. No quiere decir que el juego
carezca de toda finalidad. Por el contrario, en el juego hay una
finalidad profunda pero inconsciente. Cuando el niño se entrega al
juego en cuerpo y alma realiza inconscientemente esa finalidad,
ignorando en absoluto que cumple con un designio de la naturaleza.
Este designo, consiste en desarrollar su cuerpo y su espíritu, a fin de
prepáralo para la vida del adulto. El juego en esta edad es un
“preejercicio”.
Sin embargo, desde el
punto de vista objetivo, no hay diferencia entre ambos tipos de juego
pues ambas actividades conducen a resultados externos, solo que los
frutos del juego en niños de 7-8 años son efímeros y de escaso valor, en
tanto que los resultados del juego en niños mayores son mas
permanentes y valiosos. Desde el punto de vista subjetivo, un acto
pertenece a la esfera del juego si es gozada la actividad misma sin
tener en cuenta para nada el resultado. En cambio, un acto pertenece a
la esfera del juego de 11-12 años cuando lo que se desea es
principalmente el fin perseguido.
En el juego en niños
de 11-12 años, desde el punto de vista fisiológico hay también una
diferencia, en este tipo de juego intervienen siempre los mismos
órganos, los miembros y el cerebro, durante un tiempo prolongado. Por
el contrario, del juego en niños de 7-8 años participan todas las
partes del cuerpo, con movimientos muy variados, en un tiempo
generalmente de poca duración, de modo que no se produce tanta fatiga.
En el juego de niños de 11-12 años la energía se pone en actividad
siempre dirigida hacia la finalidad deseada, lo que significa un mayor
esfuerzo y por ello puede resultar más penoso y duro.
Características especificas del juego en niños de 7-8 años
El niño de 7 u 8 años
dispone de energía y fuerza de sobra para poder jugar, pero el niño de
11 o 12 años se va alejando de los juegos físicos porque va menguando
lo emocional y aumenta lo racional. Su actitud se distingue por su
fijación en minucias y en quehaceres y detalles. El impulso de jugar
se ha desplazado, dirigiéndose a otros intereses más positivos.
La causa de la
desaparición paulatina del juego con la edad, se encuentra en la
perdida de todo aquello que caracteriza lo vital del ser juvenil. Lo
emocional ha dado paso a la actitud raciona y a un pensar totalmente
frío. Por lo general, los juegos a esta edad son los juegos sociales,
las danzas, las fiestas, los conciertos musicales, las representaciones
teatrales, los concursos, los deportes, etc.
Otro aspecto que hay
que considerar en el juego de esta edad es que comienza a considerarse
como una actividad libre, puesto que el niño puede abandonarla en
cualquier momento. En cierto modo es un lujo, que solo se practica pro
el placer que produce. No obedece ya a una necesidad física o
biológica ni a un deber moral.
Para comprender las
características del juego en el niño de 7-8 años es importante
contextualizar algunas de las características psicológicas del niño a
esta edad. Los niños poseen ahora la capacidad cognitiva para formar
sistemas de representación, es decir, auto conceptos amplios e
inclusivos que integran diferentes aspectos del yo. De acuerdo con
Erikson ,
un determinante fundamental es la visión que tienen los niños de su
capacidad para el trabajo productivo. El punto que debe ser resuelto
en la crisis de la niñez intermedia es la suficiencia frente a la
inferioridad. La virtud que se desarrolla con la exitosa solución de
esta crisis es la competencia, la visión de si mismo como alguien capaz
de dominar las habilidades y realizar las tareas.
Los niños deben
aprender habilidades valoradas por su sociedad. A los 7 u 8 años los
niños han internalizado la vergüenza y el orgullo. Estas emociones,
que dependen del conocimiento de las implicaciones de sus acciones y de
la clase de socializacion recibid por los niños, afectan su opinión
respecto a si mismos. Los niños también son capaces de expresar
emociones conflicitvias. A medida que crecen, los niños son mas
conscientes de sus propios sentimientos y de los de las demás personas.
Pueden controlar mejor su expresión emocional en las situaciones
sociales y responder a la ansiedad emocional de los otros.
Un aspecto del
crecimiento emocional consiste en el control de las emociones
negativas. Los niños descubren lo que les produce enfado, miedo o
tristeza y cómo otras personas reaccionan ante la presión de estas
emociones y aprenden a modificar su comportamiento en consecuencia.
Pero, ¿porque los niños contienen sus emociones? Principalmente por
autoprotección, para evitar el ridículo o el rechazo.
Características especificas del juego en niños de 11-12 años
Los niños de esta
edad hacen sus juegos con entusiasmo, de manera detallada y específica
al género, la edad, la cultura, el sexo, etc. Muchas veces, comienzan a
jugar porque están aburridos, por desquite o para obtener una
ganancia. Pueden también hacerlo por espíritu de aventura, en busca de
una emoción nueva sugerida por la imaginación o para dominar la suerte
mediante el juego de azar.
Así podemos
distinguir las siguientes características: la persecución de un fin, la
búsqueda de los medios, la planificación, control de los resultados
parciales, separación de los obstáculos.
La persecución de un
fin consiste en que todo juego, sea físico o mental, se propone lograr
un objetivo que puede ser de utilidad material o espiritual, o bien un
simple placer ulterior. Por eso se explica porque un niño puede
mantenerse mucho tiempo en un juego social penoso y aburrido solo con
pensar y representarse el resultado final del esfuerzo. La realización
de un juego así, implica un estado bastante avanzado del desarrollo de
la voluntad.
La búsqueda de los
medios consiste en que el niño a la edad de 11-12 años ve el juego como
una actividad sistemática, no da libre escape a las energías, sino que
se trata de coordinar todos los esfuerzos, de modo que conduzcan a
obtener el objeto perseguido. La planificación consiste en que la
búsqueda de los elementos no basta para obtener el fin deseado. Es
necesario ordenar esos elementos, los medios, de acuerdo con un plan
preestablecido y utilizarlos sucesivamente eliminando los esfuerzos
inútiles y que restan el éxito. La planeación consiste en la
ordenación y la utilización conveniente de los medios enfocados al fin
propuesto. Por eso en la elaboración del plan siempre debe tenerse en
cuenta el fin deseado.
El control de los
resultados parciales comprende que como todo plan se compone de etapas
es necesario controlar y verificar los resultados parciales del trabajo,
con la representación de la finalidad total que se persigue. Por eso
se deben eliminar todas las actividades parciales que no conducen al
fin deseado o que desvían la acción.
La separación de los
obstáculos consiste en que cada plan se realiza por etapas sucesivas
que son otros tantos pasos que conducen al fin deseado. Por eso no es
posible llegar a la etapa final sin haber vencido las diversas
dificultades que implican esos pasos sucesivos. Por eso, para evitar
el fracaso, es preciso efectuar una selección de los amigos, y las
personas con quien se va a rodear y así lograr consumar el fin deseado.
Para poder entender
el juego de los niños de 11 y 12 años es necesario exponer de manera
general las características psicológicas que imperan en esta edad.
Los once y doce años
traen consigo muchos cambios favorables. A los doce años, el niño se
vuelve menos insistente, más razonable, más compañero de los suyos.
Pero no debe creerse que exista un contraste demasiado marcado entre
los once y los doce años. Gran parte de la conducta de los once años
obedece a una lógica evolutiva propia. A través de un solo proceso del
crecimiento, ayudado por el hogar y la escuela, a los doce adquiere una
nueva visión de sí mismo y de sus compañeros ya sean o no se su
misma edad. Ahora confía menos en el efecto directo de las presiones y
desafíos para llevar su yo a la plenitud. En su lugar procura ganarse
la aprobación de los demás. Ya no muestra un egocentrismo tan ingenuo y
es capaz de considerar a sus mayores, e incluso a sí mismo, con
cierta objetividad. Estas mismas cualidades dan cabida a un creciente
sentido del humor y a una alegre sociabilidad.
En todas las
situaciones sociales a los once y doce años se demuestra una tendencia a
ensanchar su conciencia, este es un buen signo de desarrollo
psicológico. Se muestra amistoso, expansivo, dispuesto a colaborar y
deseoso de agradar, se siente más dispuesto a mostrarse positivo y
entusiasta que negativo y reticente, es mucho más ingenuo con respecto a
las relaciones sociales. Su sentido del yo le hace tener más en cuenta
al yo de los demás y ésta es una de las razones por las cuales se
lleva mejor con las personas que tiene más cerca.
Estos patrones de
consulta interpersonales son los que mejor tipifican la esencia y
promesa de los niños de once y doce años. Sobre todo, afirman
reiteradamente que ya no es un chico, o por lo menos, que no desea que
lo consideren como tal. Quizá estas protestas provengan de una secreta
conciencia de los rasgos parciales de inmadurez que todavía presenta.
Se encuentra en las primeras etapas de la adolescencia. El
crecimiento a la madurez no es un proceso uniforme y constante. Lejos
de ello, es desparejo, particularmente al nivel de los doce años, en
que el niño es tan inestable que fluctúa por momentos entre los dos
extremos: del espíritu de colaboración adulto a los caprichos
infantiles
El grupo desempeña un
papel de suma importancia en la configuración de las aptitudes e
intereses del niño de doce años. El grupo influye sobre las reacciones
de su conciencia particularmente en la esfera en expansión de la vida
escolar. Tiende a contemplar los problemas de la conducta
desapasionadamente, pero siempre desde el punto de vista del grupo. Su
actitud no es ni neutra ni afectada; le gusta ejercitar su inteligencia
y mantener bajo control los sentimientos.
Los niños de once y
doce años tienen naturalmente gran entusiasmo. Poseen una aptitud cada
vez mayor para realizar tareas independientes, aunque su fervor por
las actividades colectivas sea mucho más notable. Aprovechan cualquier
oportunidad, para embarcarse en abiertas discusiones, a los once y doce
años le deleita el estímulo del debate y la discusión, su curiosidad
espontánea y latente es inconmensurable. Le gustan los deportes y el
juego, principalmente por su práctica en si. Tienen un método de
autodefensa que lo pone a resguardo de un entusiasmo y esfuerzo
excesivos. Así, su conducta experimenta cierta regresión, adoptando
modos de placer y libres de tensión, en ciertas ocasiones se lo ve vagar
por la casa sin objeto fijo o desperezarse en una silla, sin nada
inmediato entre manos.
A los once y doce
años el niño tiene cierta habilidad para descifrar las expresiones
emocionales y demuestra cierta tendencia a proyectar su propia
conciencia sobre la de los demás.
El niño de once y
doce no es un adulto en miniatura. Encierra en sí, modos de pensar, de
sentir y de actuar que prefiguran nítidamente en la edad madura. Su
nueva visión de las cosas involucra una capacidad de maduración, a la
vez descubre las líneas fundamentales de crecimiento mental que se
proyectan a futuro.
Durante los diez años
siguientes o más ira organizando todos estos rasgos de conducta, en
esta edad existe un gran avance en el pensamiento conceptual y en el uso
de las ideas, aparecen funciones compensadoras de sus actitudes de
raciocinio, tolerancia y humor, se refuerzan el entusiasmo y el celo,
la iniciativa y la inteligencia, la empatía y la buena voluntad, el
conocimiento y el dominio de sí mismo.
Un niño
representativo de los once y doce años presenta la suma de estos rasgos
en grado notable. Éstos son diversos pero guardan una mutua
interacción, constituyendo una constelación orgánica de una vasta
importancia para el ciclo de la adolescencia. La cultura tiene gran
influencia sobre los patrones exteriores de conducta pero las
tendencias internas proceden del crecimiento innato; emergen de fuerzas
instintivas, no con violencia pero si con seguridad. Estos factores
hacen que el niño comience a experimentar distintos sentimientos con
respecto a su propio ser.
A los once y doce
años el niño es más capaz de organizar su energía, si bien expresa este
nuevo rasgo bajo formas aparentemente opuestas y extremas; por un lado,
una actividad intensa para alcanzar determinada meta y por el otro, un
desentendimiento apacible frente a las cosas, una actitud de ocio y
vagabundeo.
El entusiasmo es una
cualidad característica de los once y doce el cual se refleja en el
juego. Entre los hombres se encausa principalmente hacia los
deportes. Las niñas suelen mostrar su interés y deseo de cuidar niños
pequeños. Pero por fuerte que sea el entusiasmo despertado por la
actividad dada, tanto los varones como las niñas parecen alcanzar
pronto un punto de saturación que acaba por desinteresar al niño por la
actividad.
La forma en que se
produce esta caída parece hallarse íntimamente ligada con el modo en que
recobran y acumulan nuevas energías para ulteriores entusiasmos.
Algunos niños, tras cumplir una actividad intensa sufren caídas
considerables de las cuales no es tan fácil recuperarse. Otros poseen
una válvula de seguridad que les permite liberar la tensión en forma
más frecuente y gradual. Aquellos que lo toman todo con calma y suelen
perder el tiempo sin objeto disponen de un adecuado mecanismo de
liberación.
Ya no tiene tanta necesidad de levantarse e investigar lo que ve a su alrededor como a los once años. En
su lugar, hace algún comentario o formula pertinentes sobre las cosas
que tiene a la vista. Este decrecimiento de su ímpetu motor esta
reducido de la necesidad de ir hacia el objeto que ven sus ojos, nos
demuestra el surgimiento de una nueva proyección abstracta que da a sus
acciones más alcance y flexibilidad. Actualmente es él quien controla
al objeto y no a la inversa, como sucedía antes, se muestra más
reflexivo que a los once.
Muchos consideran el
juego de ficción como el más típico de todos en esta edad. Es el juego
de pretender situaciones y personajes como si estuvieran presentes.
Fingir, en solitario o en grupo, abre a estos niños un modo nuevo de
relacionarse con la realidad, de distorsionarla, de desplegarla y
recrearla en base a su imaginación. Con el desarrollo motor se amplia
el campo de acción. Los psicoanalistas insisten en estas
elaboraciones fantásticas para poder mantener la integridad del Yo y
dar expresión a los sentimientos inconscientes. Gran parte de estos
juegos de ficción son individuales o llamados también en paralelo, en
el que cada jugador desarrolla su propia ficción con esporádicas
alusiones al compañero para informarle o pedirle que rectifique
aspectos muy generales del mismo.
A los once y doce
años el niño ha comenzado a encontrar su Yo, ha esta edad ya se dan las
primera muestras de autonomía, competencia y seguridad en si mismo.
También ellos advierten la evidencia de un nuevo yo. A los doce años no
logra captar plenamente el cambio operado en su interior.
A los once y doce
años, el niño se torna reflexivo, adquiere buen carácter y resulta una
agradable compañía, tiene una gran capacidad de iniciativa. Todas estas
manifestaciones de conducta hablan de una nueva capacidad del yo, de
un yo total en acción. Le interesan las similitudes que guarda con los
demás, tanto en su cuerpo como en las experiencias, este sentimiento de
similitud puede provenir de su íntima identificación con el grupo, se
encuentra menos aislado y es menos único.
Actividades e
intereses a los once y doce años los niños desean formar parte del grupo
y se hallan gobernado en gran medida por éste, pero también puede
entretenerse solo, aunque le gustan las actividades organizadas,
también disfruta de las formas en que, al fin de cuentas solo se pierde
el tiempo, no sólo pierde el tiempo charlando sino que también dando
vueltas por la casa.
Le gusta escuchar lo
que dicen los amigos, la variedad y el cambio, se aburre fácilmente. A
los niños más deportistas les gusta practicar el deporte, sin embargo
los menos amigos de los deportes se pasan largas horas encerrados
trabajando activamente en distintas tareas o viendo la televisión.
Tanto niños como niñas tienen una amplia esfera de interés. Algunos
siguen juntando toda clase de cosas, a esta edad la tarea de contestar
cartas no resulta tan pesada y el interés que despierta una carta del
extranjero constituye un estímulo suficiente.
Capitulo III - La influencia del juego en el desarrollo del niño
Encontramos
diferentes posturas acerca del desarrollo en la infancia. Aquí
abordaremos algunas de las más relevantes que nos ayudaran a comprender
como el niño por medio del juego va desarrollándose y va construyendo
una individualidad hasta convertirse en un sujeto con mayores
posibilidades para crear vínculos sociales de mayor autonomía.
Influencia del juego en la creación de la identidad infantil
La identidad naciente
mediada por la adquisición de las connotaciones culturales surge del
producto del establecimiento entre las etapas de la infancia del “yo”
corporal del niño y las imágenes de los padres. De la misma forma
sucede en la etapa de la temprana juventud en la que se ponen de
manifiesto un gran número de papeles sociales y se vuelven accesibles
de forma imperativa.
Los niños repiten
distintas acciones por puro placer del funcionamiento y por la
necesidad de dominar y perfeccionar esta función iniciada que lo sitúa
en una nueva posición dentro de su sociedad sea cual sea su espacio y
tiempo. Esto genera en el niño una auto estimación que puede llegar a
convertirse en la convicción de que uno esta aprendiendo pasos eficaces
hacia un futuro definido por la realidad social. Es importante
resaltar que el niño logra una estima adecuada solo cuando es
reconocido de por sus logros reales que tienen significado en la
cultura y la sociedad especifica donde se desenvuelve. El mundo del
niño es culturalmente coherente siempre y cuando logre adaptarse a
este.
Erikson
nos dice que parte del origen de las neurosis contemporáneas, surgen
como producto de la represión de deseos inconscientes del niño y sus
esfuerzos frustrados por adaptarse al presente heterogéneo con los
conceptos de un pasado más homogéneo. Es en esta falta de coordinación
cuando se sugiere el juego como mediador del mundo interno “pequeño” y
la enorme realidad que le separa.
Vigotsky
afirma que desarrollo del ser humano implica socialización, el
contacto social transforma el razonamiento, ya que este se ve
influenciado por los valores culturales y normas colectivas que
conforman una sociedad, sin este intercambio exterior, el individuo no
lograría agrupar todas sus habilidades en un todo. El sujeto logra un
equilibrio de la vida social coordinando sus operaciones interiores con
las operaciones efectuadas por los individuos externos actuando según
las demandas de la sociedad en que vive.
Afirma que desarrollo
del ser humano implica socialización, el contacto social transforma el
razonamiento, ya que este se ve influenciado por los valores
culturales y normas colectivas que conforman una sociedad, sin este
intercambio exterior, el individuo no lograría agrupar todas sus
habilidades en un todo. El sujeto logra un equilibrio de la vida social
coordinando sus operaciones interiores con las operaciones efectuadas
por los individuos externos actuando según las demandas de la sociedad
en que vive, de la misma manera que ocurre en el espacio de juego en el
niño.
Winnicott
señala que el juego proporciona una organización para iniciar
relaciones emocionales y permite así que se desarrollen contactos
sociales. El juego, el uso de las formas artísticas y la práctica
religiosa, tienden de maneras diversas, pero relacionadas, a la
unificación y la integración de la personalidad, en el juego el niño
relaciona las ideas con la función corporal, el juego es la prueba
continua de la capacidad creadora. El juego es la fuente que genera
placer en el niño, ya este actúa como liberador de las pulsiones
internas del niño que le causan angustia.
El niño y el
adolescente en crecimiento revelan su individualidad por la forma
característica en que avanzan de una etapa a otra del proceso de
maduración. El crecimiento es el proceso de formación de patrones por
el cual se lleva a cabo progresivamente la mutua adecuación entre
organismo y medio.
El margen de las
diferencias individuales es tan amplio como la humanidad misma. Durante
la infancia muchas de estas diferencias son sutiles y fáciles
confundir. Durante la infancia son tantas y tan evidentes, que es muy
difícil tratar de describirla, sin embargo, podemos observar la forma
en que el niño abre y desarrolla su individualidad a medida que avanza
de una etapa a otra del proceso de maduración desde el punto de vista
de las características evolutivas.
El individuo en
desarrollo tiende a aproximarse a ese patrón sucesivo, pero también
tiende a alejarse del mismo, a poner de relieve sus características
individuales de ritmo y estilo de desarrollo, aun en las manifestaciones
más típicas de la conducta. El plan general adquiere su mayor
significado cuando se deja margen para las variantes individuales,
cuando se contraponen a los factores cronológicos los de la
individualidad.
La constitución de la
identidad en el niño es la configuración del individuo, tal como se
halla determinada por la dotación congénita, por su carrera evolutiva y
por la influencia que ejercen su contexto familiar y escolar en él.
Puesto que el organismo es unitario e indivisible, el concepto de
constitución se aplica por igual a las características psíquicas y
somáticas. Los factores constitucionales se ponen de manifiesto tanto
en las fases prenatales como en las postnatales del desarrollo del
individuo.
Este adquiere su
individualidad del mismo modo que adquiere su mente y su cuerpo, es
decir, a través de los procesos organizadores del crecimiento. En un
ser cobran forma los rasgos mentales físicos transmitidos por sus
antecesores. Gran parte de estos rasgos son indefinidos pero otros
evidencian un sorprendente parecido de familia. El individuo adquiere
este patrimonio combinado de la especie y la familia a través de una
cantidad de procesos innatos de crecimiento que conocemos con el nombre
de maduración. Mediante el aprendizaje y la experiencia, el individuo
se adapta a su medio cultural a través de un proceso de aculturación.
Esto es similar a la función del juego pues ambos procesos se influyen
recíprocamente, entremezclándose.
El desarrollo en el
niño a través del juego, es un concepto unificador que resuelve los
dualismos de herencia y medio. Los factores ambientales sustentan,
inciden y modifican, pero no generan la progresión básica: lactante,
niño, adolescente.
El ritmo general y el
tiempo específico del ciclo de las etapas varían de un individuo a
otro. El ritmo puede ser lento o acelerado; el progreso puede ser
constante o irregular, con arranques bruscos y largas detenciones; el
avance puede ser o no parejo en los grandes campos de conducta. Los
factores constitucionales son de alcance universal pero nunca
estáticos; en efecto, a medida que la experiencia es asimilada por el
individuo y se convierte en parte del mismo, pasa a integrar su sistema
de acción constitucional.
Psicogenética de Piaget y su relación con el desarrollo del niño
Encontramos que
diversos autores a lo largo del tiempo nos hablan de la infancia y nos
dan una categorización de las etapas por las que pasa todo ser humano
en su proceso de desarrollo, desde diferentes concepciones y corrientes
teóricas hasta los distintos enfoques epistémicos, sistémicos e
históricos. El pensamiento de Piaget
y su génesis del conocimiento en la llamada epistemología genética que
consiste en estudiar el problema del origen del conocimiento a partir
de la relación entre sujeto y objeto. El juego tiene una relación
directa con el desarrollo del pensamiento en el niño pues ambas nos
muestran la manera en la que el niño va construyendo tanto redes
neuronales como redes sociales. Para Piaget el hombre es el producto
de la interacción entre la herencia y el medio ambiente. La lo innato,
la maduración son aspectos definidos entre los elementos de conducta
producto de la herencia mientras que lo adquirido, la experiencia son
producto de la adquisición del medio.
Definamos ahora
algunos conceptos básicos como evolución, que consiste en los cambios
genéticos tendientes a la perfección; la maduración que consiste en el
enlazamiento del sistema nervioso central para mejorar las funciones
por medio del crecimiento neuronal, el crecimiento de las dendritas y
la mielinzación del cerebro; el crecimiento que consiste en el aumento
de peso, talla y volumen en diferentes tejidos como el neuronal,
general, genital y linfático; y el desarrollo que es un proceso en
orden determinado, secuencial que recapitula la evolución, como
complejidad en la conducta humana e implica un continuum.
Así, el autor nos dice
que la maduración del sujeto se da por tres factores: por medio del
ejercicio funcional, mediante la experiencia material o la interacción
social y por medio del desarrollo del sistema nervioso central que abre
la posibilidad de desarrollo pero que se actualiza por medio de las
experiencias físicas y las condiciones sociales. El juego, tiene aquí
una función importantísima pues le brinda al niño un espacio donde
pueda madurar.
Piaget nos marca que
existen seis estadios del desarrollo intelectual y por tanto en el
desarrollo de las capacidades del juego en el niño pues los niños de
11-12 años van cambiando sus modos de juego a ser más intelectuales que
afectivos o motrices. Los móviles generales de la conducta y el
pensamiento son que toda acción responde a una necesidad, que la esta
necesidad es la manifestación de un desequilibrio y que el fin de la
acción se da cuando se satisface esta necesidad.
La necesidad es tanto
de asimilación como de acomodación. El asimilar es incorporar lo
exterior a lo interior del sujeto y el acomodar consiste en organizar
las estructuras internas en base a los objetos externos. Observamos
aquí una relación dialéctica.
De los seis estadios que marca Piaget
para el desarrollo intelectual infantil y el proceso de socialización
del infante describiremos únicamente aquellos que corresponden a la
edad de nuestros sujetos de estudio. Los primero cuatro estadios se
consideran como el periodo de la inteligencia sensorio motriz, lo mas
fundamental en este periodo es el paso de una falta de diferenciación
entre el yo y el mundo hacia una relativa diferenciación entre estos.
Van de los 0 años a los siete años.
En el quinto estadio,
Piaget nos marca que el niño va transformando progresivamente sus
capacidades de pensamiento y entra al estadio de las operaciones
intelectuales concretas. Esta etapa va de los 7 a los 12 años e
implica el comienzo de la escolaridad. En el surgen la lógica y los
sentimientos morales y sociales de cooperación. El niño tiene una
cierta capacidad de cooperación donde ya es capaz de distinguir su
punto de vista del punto de vista de los demás. A partir de los 7
años los niños que practican juegos fijan sus reglas y se controlan
mutuamente, se somete a una ley única y el ganar implica una
colectividad para alcanzar el éxito en una competencia reglamentada
donde obtienen reconocimiento de la victoria.
El pensamiento se
vuelve lógico en el niño a partir de la organización de sistemas de
operación que obedecen a leyes de conjuntos comunes como: composición,
reversibilidad, identidad, asociatividad. El niño se empieza a liberar
de su egocentrismo intelectual y se permite construir nuevas
coordinaciones. La voluntad juega un papel importante en esta etapa,
la voluntad no es la energía en si misma al servicio de una tendencia
sino que es la regulación de la energía para favorecer ciertas
tendencias a expensas de otras. El sentimiento nuevo que aparece es
el de respeto mutuo y desencadena la descentralización del propio yo.
Este respeto mutuo engendra nuevos sentimientos morales porque excluye
la obediencia exterior inicial, además surge el sentimiento de
justicia a causa de la cooperación entre niños. Surge la moral
autonómica, superior a la moral por sumisión. En la vida social
surge la cooperación y la discusión.
Todo lo anterior es
fundamentar para que el niño desarrolle las capacidades de operación
intelectuales abstractas que según la teoría de Piaget da paso al sexto
estadio, llamado el de las operaciones intelectuales abstractas, que
va de los 12 a la adolescencia. Surge la reflexión libre desligada
de la realidad hacia el pensamiento formal o hipotético-deductivo por
medio de ideas generales y construcciones abstractas. Las condiciones
para la construcción del pensamiento formal son la reflexión de
operaciones independientes de los objetos mediante proposiciones que
reemplazan a los objetos y una lógica de proposiciones que conllevan a
la concatenación lógica de los elementos y la integración de un
pensamiento hipotético-deductivo.
Este pensamiento,
libre de reflexión, eventualmente encuentra un apego con la realidad y
se logra adaptar a ella en la medida del desarrollo del individuo. El
egocentrismo metafísico es la manifestación de creer que la reflexión
es todopoderosa y el mundo tiene que someterse a los sistemas. La vida
afectiva esta marcada por la conquista de la personalidad y por la
inserción en la sociedad adulta. La personalidad implica un programa de
vida destinado a poder integrarse en un programa de cooperación con
los demás. En el proceso de adaptación del adolescente a la vida
adulta se pasa por dos fases. En la primera el adolescente parece
antisocial porque condena la sociedad actual y quiere reformarla y en
la segunda fase pasa de reformador a realizador por medio de una
actividad concreta. El trabajo profesional le hace enfrentarse con la
realidad concreta y adaptarse a ella.
La ausencia de cooperación entre jugadores llevo a Piaget
a definir el juego simbólico como egocéntrico, centrado en los propios
interese y deseos. Una aportación fundamental de este tipo de juegos
es descubrir que los objetos no sirven solo para aquello que fueron
hechos, sino que pueden utilizarse para otras actividades mas
interesantes. Un simple palo se transforma en caballo, en espado o en
puerta de una casa imaginaria.
Podemos mencionar que
del pensamiento de Piaget se derivaron algunos aspectos para la
aplicación pedagógica de la psicología cognoscitiva y consisten en: la
actividad del sujeto como activa en la acción pedagógica, donde el
alumno se forma y el maestro lo informa. Es un proceso de creación del
conocimiento del alumno; el aprendizaje del conocimiento que implica un
cambio e integración de estructuras, ir de una estructura menos y
menos abarcativa a una mayor y de mayores posibilidades y alcances; el
aprendizaje nuevo esta condicionado por la congruencia entre los
estímulos externos y las estructuras existentes.
Entre estos dos
externos surge la posibilidad de presentar lo nuevo de tal modo que el
niño pueda modificarlo a su estructura interior previamente formada; el
principio de la discrepancia optima regula la facilitación del
aprendizaje, esto implica la discrepancia entre un contenido y la
estructura mental y finalmente existe en el niño y el adulto una
tendencia a aprender o nuevo, donde la noción de
equilibrio-equilibración implica el devenir de un estado en proceso
cambio y transformación. Un proceso dinámico del desarrollo
intelectual del niño.
La búsqueda de la autonomía del niño y las etapas del desarrollo psicosexual de Erikson
Dado lo expuesto
anteriormente consideramos que es importante conocer la etapa en la que
se encuentran nuestros sujetos de estudio, pues de esta manera podemos
comprender con mayor profundidad la psicología infantil y comprender
de manera mas clara los intereses, angustias y deseos que tienen los
niños de 7-8 años y los niños de 11-12 años cuando juegan. La
autonomía no se conquista en un momento dado sino que es un proceso
que requiere una secuencia de pasos que van dando origen a lo que
Erikson llama la resolución de crisis psicosociales.
Erikson
postula una teoría epigenetica y nos dice que el desarrollo psicosocial
del individuo se puede estudiar en ocho etapas que se dividen por
edades y características específicas. Por motivo de la investigación
solo abordaremos la quinta y la sexta etapa, que corresponden a las
edades entre los 7 y los 12 años y los 12 a 18 años. Aunque nuestros
sujetos de estudio son niños que no encajan exactamente con esta
división de Erikson, consideramos pertinente marcar la diferencia de
visiones, sueños y realidades que el ser humano en esta etapa vive.
Cada fase tiene un
tiempo óptimo. Es inútil empujar demasiado rápido a un niño a la
adultez, cosa muy común entre personas obsesionadas con el éxito. No es
posible bajar el ritmo o intentar proteger a nuestros niños de las
demandas de la vida. Existe un tiempo para cada función.
Si pasamos bien por un
estadio, llevamos con nosotros ciertas virtudes o fuerzas
psicosociales que nos ayudarán en el resto de los estadios de nuestra
vida. Por el contrario, si no nos va tan bien, podremos desarrollar
mal-adaptaciones o malignidades, así como poner en peligro nuestro
desarrollo faltante. De las dos, la malignidad es la peor, ya que
comprende mucho de los aspectos negativos de la tarea o función y muy
poco de los aspectos positivos de la misma, tal y como presentan las
personas desconfiadas. La mal adaptación no es tan mala y comprende más
aspectos positivos que negativos de la tarea, como las personas que
confían demasiado.
A manera de resumen, Erikson
nos dice que en el cuarto estadio, que comprende de los 7 a los 12
años, las crisis psicosociales se dan en una lucha entre la
laboriosidad contra la inferioridad; las relaciones significativas son
de vecindario y escuela; las modalidades psicosociales comprende el
completar y el hacer cosas junto con otras personas; la virtud
psicosocial es la competencia y las mal adaptaciones y malignidades son
la virtuosidad, la unilateralidad y la inercia.
Esta etapa corresponde
a la de latencia, o aquella comprendida en la edad del niño escolar.
La tarea principal es desarrollar una capacidad de laboriosidad al
tiempo que se evita un sentimiento excesivo de inferioridad. Los niños
deben “domesticar su imaginación” y dedicarse a la educación y a
aprender las habilidades necesarias para cumplir las exigencias de la
sociedad.
Aquí entra en juego
una esfera mucho más social: los padres, así como otros miembros de la
familia y compañeros se unen a los profesores y otros miembros de la
comunidad. Todos ellos contribuyen; los padres deben animar, los
maestros deben cuidar; los compañeros deben aceptar. Los niños deben
aprender que no solamente existe placer en concebir un plan, sino
también en llevarlo a cabo. Deben aprender lo que es el sentimiento del
éxito, ya sea en el patio o el aula; ya sea académicamente o
socialmente.
Una buena forma de
percibir las diferencias entre un niño en el tercer estadio y otro del
cuarto es sentarse a ver cómo juegan. Los niños de cuatro años pueden
querer jugar, pero solo tienen conocimientos vagos de las reglas e
incluso las cambian varias veces a todo lo largo del juego escogido. No
soportan que se termine el juego, como no sea tirándoles las piezas a
su oponente. Un niño de siete años, sin embargo, está dedicado a las
reglas, las consideran algo mucho más sagrado e incluso puede enfadarse
si no se permite que el juego llegue a una conclusión estipulada.
Si el niño no logra
mucho éxito, debido a maestros muy rígidos o a compañeros muy
negadores, por ejemplo, desarrollará entonces un sentimiento de
inferioridad o incompetencia. Una fuente adicional de inferioridad, en
palabras de Erikson, la constituye el racismo, sexismo y cualquier otra
forma de discriminación. Si un niño cree que el éxito se logra en
virtud de quién es en vez de cuán fuerte puede trabajar.
Una actitud demasiado
laboriosa puede llevar a la tendencia maladaptativa de virtuosidad
dirigida. Esta conducta la vemos en niños a los que no se les permite
“ser niños”; aquellos cuyos padres o profesores empujan en un área de
competencia, sin permitir el desarrollo de intereses más amplios. Estos
son los niños sin vida infantil: niños actores, niños atletas, niños
músicos, niños prodigio en definitiva. Todos nosotros admiramos su
laboriosidad, pero si nos acercamos más, todo ello se sustenta en una
vida vacía.
Sin embargo, la
malignidad más común es la llamada inercia. Esto incluye a todos
aquellos de nosotros que poseemos un “complejo de inferioridad”. Si a
la primera no logramos el éxito, pensamos que no debemos volver a
intentarlo. A muchos niños que no les a ido bien en matemáticas,
prefieren no asistir a otra clase de matemáticas. Otros fueron
humillados en el gimnasio, entonces nunca harán ningún deporte. Otros
nunca desarrollaron habilidades sociales (la más importante de todas),
entonces nunca saldrán a la vida pública.
Lo ideal para el niño,
sería desarrollar un equilibrio entre la laboriosidad y la
inferioridad; esto es, ser principalmente laboriosos con un cierto
toque de inferioridad que nos mantenga sensiblemente humildes. Entonces
tendremos la virtud llamada competencia. Toda esta exposición nos
obliga a pensar en el niño cuando continua avanzando en su desarrollo.
El juego tiene un lugar predominante porque, como ya lo mencionamos,
el niño nunca deja de jugar sino que cambia las características del
juego para vivir el espacio de juego más con la mente que con los
sentimientos y la motricidad espontánea.
En el quinto estadio Erikson
nos dice que la crisis psicosocial es de identidad yoica contra la
confusión de roles, comprende de los 12 años hasta los 18. Además
encontramos en este estadio que las relaciones significativas son de
grupos y modelos de roles; las modalidades psicosociales es la de ser
uno mismo, la de compartirse a si mismo; las virtudes psicosociales son
de fidelidad y lealtad; las maladaptaciones y malignidades son el
fanatismo y el repudio.
La tarea primordial es
lograr la identidad del Yo y evitar la confusión de roles. Esta fue la
etapa que más interesó a Erikson y los patrones observados en los
chicos de esta edad constituyeron las bases a partir de la cuales el
autor desarrollaría todas las otras etapas. La identidad yoica
significa saber quiénes somos y cómo encajamos en el resto de la
sociedad. Exige que tomemos todo lo que hemos aprendido acerca de la
vida y de nosotros mismos y lo moldeemos en una auto imagen unificada,
una que nuestra comunidad estime como significativa.
Hay cosas que hacen
más fácil estas cuestiones. Primero, debemos poseer una corriente
cultural adulta que sea válida para el adolescente, con buenos modelos
de roles adultos y líneas abiertas de comunicación. Además, la sociedad
debe proveer también unos ritos de paso definidos; o lo que es lo
mismo, ciertas tareas y rituales que ayuden a distinguir al adulto del
niño. En las culturas tradicionales y primitivas, se le insta al
adolescente a abandonar el poblado por un periodo de tiempo determinado
con el objeto de sobrevivir por sí mismo, cazar algún animal simbólico
o buscar una visión inspiradora. Tanto los chicos como las chicas
deberán pasar por una serie de pruebas de resistencia, de ceremonias
simbólicas o de eventos educativos. De una forma o de otra, la
diferencia entre ese periodo de falta de poder, de irresponsabilidad de
la infancia y ese otro de responsabilidad propio del adulto se
establece de forma clara.
Sin estos límites, nos
embarcamos en una confusión de roles, lo que significa que no sabremos
cuál es nuestro lugar en la sociedad y en el mundo. Erikson dice que
cuando un adolescente pasa por una confusión de roles, está sufriendo
una crisis de identidad. De hecho, una pregunta muy común de los
adolescentes en nuestra sociedad es “¿Quién soy?”.
Una de las sugerencias
que Erikson plantea para la adolescencia en nuestra sociedad es la una
moratoria psicosocial. Existe un problema cuando tenemos demasiado
“identidad yoica”. Cuando una persona está tan comprometida con un rol
particular de la sociedad o de una subcultura, no queda espacio
suficiente para la tolerancia. Erikson llama a esta tendencia
mal-adaptativa fanatismo. Un fanático cree que su forma es la única que
existe. Por descontado está que los adolescentes son conocidos por su
idealismo y por su tendencia a ver las cosas en blanco o negro. Éstos
envuelven a otros alrededor de ellos, promocionando sus estilos de vida
y creencias sin importarles el derecho de los demás a estar en
desacuerdo.
La falta de identidad
es bastante más problemática, y Erikson se refiere a esta tendencia
maligna como repudio. Estas personas repudian su membresía en el mundo
adulto e incluso repudian su necesidad de una identidad. Algunos
adolescentes se permiten a sí mismos la “fusión” con un grupo,
especialmente aquel que le pueda dar ciertos rasgos de identidad: sectas
religiosas, organizaciones militaristas, grupos amenazadores; en
definitiva, grupos que se han separado de las corrientes dolorosas de
la sociedad. Pueden embarcarse en actividades destructivas como la
ingesta de drogas, alcohol o incluso adentrarse seriamente en sus
propias fantasías psicóticas. Después de todo, ser “malo” o ser “nadie”
es mejor que no saber quién soy.
Los niños a la edad de
11-12 años tienen una necesidad de crear grupos especializados de
amigos, núcleos de identidad donde puedan establecer vínculos de
fidelidad. Esto se expone como otra característica del juego cuando
vimos que el juego en esta edad busca con mayor predominio satisfacer
las necesidades de un grupo para poder pertenecer a el.
Si logramos negociar
con éxito esta etapa, tendremos la virtud que Erikson llama fidelidad.
La fidelidad implica lealtad, o la habilidad para vivir de acuerdo con
los estándares de la sociedad a pesar de sus imperfecciones, faltas e
inconsistencias. No estamos hablando de una lealtad ciega, así como
tampoco de aceptar sus imperfecciones. Después de todo, si amamos
nuestra comunidad, queremos que sea la mejor posible. Realmente, la
fidelidad de la que hablamos se establece cuando hemos hallado un lugar
para nosotros dentro de ésta, un lugar que nos permitirá contribuir a
su estabilidad y desarrollo.
Bibliografía
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- Winnicott, Donald, Realidad y Juego, Barcelona, Ed. Gedisa, 2000.
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