sábado, 26 de enero de 2013

Capítulo 4 : El abismo de la semilla


Capítulo 4
El abismo de la semilla
La naturaleza es parte de nosotros, igual que nosotros somos parte de ella. En la descripción que damos de ella, podemos reconocernos a nosotros mismos.
I. Prigogine

Un ecléctico es un filósofo que pasa por encima de prejuicios, tradiciones, antigüedad, consenso universal, autoridad y todo lo que sojuzga la opinión de la masa; que se atreve a pensar por sí mismo volviendo a los principios generales más evidentes, examinándolos, discutiéndolos y no aceptando nada que no sea evidente por experiencia y por la razón. Es el que, de todas las filosofías que ha analizado, sin respeto a personas y sin parcialidad, se ha hecho su propia filosofía, que le es peculiar.
D. Diderot


1. Las investigaciones de Goethe
El 17 de mayo de 1787, en pleno viaje a Italia, Goethe escribe a su amigo Herder desde Nápoles, recién llegado de Sicilia. Después de agradecerle la buena acogida de sus textos, remarcando la profunda identificación que existe entre ambos, le anuncia: «Si tú en este tiempo has puesto mucho de tu parte, yo he adquirido mucho y me prometo buen camino». Casi al final de la carta, Goethe comunica a Herder su gran descubrimiento:
Por último, debo decirte en confianza que estoy muy cerca del secreto de la generación y organización de las plantas, y que es de lo más simple que se puede imaginar. He encontrado clara e indudablemente el punto esencial donde reside el germen. Todo el resto lo veo ya en conjunto, y sólo algunos puntos tienen que ser mejor determinados. La Urpflanze será el ser más maravilloso del mundo, que la Naturaleza misma habrá de envidiarme. Con semejante modelo y la clave correspondiente pueden idearse luego plantas hasta el infinito, plantas que deben ser consecuentes; es decir, que aunque no existan podrían existir, y no son sólo sombras de poeta o de pintor, sino que poseen una verdad íntima y necesaria. La misma ley se podrá aplicar también a todo lo demás que tiene vida.
Esta idea de una Urpflanze no abandonó nunca más a Goethe y fue la base de su nueva metodología científica, a la cual dio el nombre de morfología. Influido por las hipótesis desarrolladas por el propio Herder de un proceso evolutivo que involucraba a todos los organismos (hipótesis precursora de las ideas de Darwin), y por el sistema de clasificación botánica de Linneo, Goethe, por su parte, consideraba inadecuado tratar de buscar relaciones causales de tipo mecanicista en el desarrollo morfogenético de las plantas.



Figura 60. Goethe, Banksia integrifolia. Tinta y acuarela s/p.

Creía que se tenía que hallar el concepto o idea de planta.
En La metamorfosis de las plantas, uno de sus primeros ensayos publicado en 1790, Goethe describe cómo, con atenta observación e intuición, fue siguiendo el proceso de desarrollo de los órganos individuales de una única planta a partir de la semilla:
En esta etapa podemos reconocer con precisión y facilidad las partes que directamente la componen. Ella deja su envoltura… más o menos en la tierra, y, en muchos casos, cuando la raíz se ha fijado al suelo, muestra a la luz los primeros órganos de su crecimiento superior, los cuales ya están presentes secretamente bajo el tegumento de la semilla. Estos primeros órganos se conocen por el nombre de cotiledones; pero también se les ha llamado hojas seminales, hojas embrionales, núcleos, pues así se trataba de señalar las diversas formas en las que podemos observarlos.
Y detalla cómo contempló luego que en una misma planta la forma de una hoja puede transformarse continuamente:
La planta puede crecer, florecer o dar frutos, pero son siempre los mismos órganos los que, en destinos y formas con frecuencia diversas, siguen las prescripciones de la naturaleza. El mismo órgano que se expande en el tallo como hoja y toma las formas más diversas, se contrae luego en el cáliz, vuelve a expandirse en los pétalos, se contrae en los órganos reproductores, y se vuelve a expandir, por último, como fruto .

De esta manera, Goethe explica los órganos aparentemente diversos de la planta en crecimiento a partir de un único órgano, la hoja (denominación que tiene un doble sentido: empírico y trascendental a la vez), que se desarrolla en cada nudo, y a partir de ahí se completa sustancialmente el ciclo entero de la planta. En cuanto a los términos expansión y contracción, Goethe considera necesario aclarar que sólo son utilizados aquí impropiamente, pues no expresan en toda su amplitud la fuerza que actúa en la progresiva transformación de las partes de la planta y, por tanto, «sería mejor asignarle una X o una Y, según el modo algebraico». Para Goethe, esta fuerza basada en el principio de polaridad (expansión-contracción, luz-oscuridad, inhalación-exhalación…) es la que preside la continua transformación de un cuerpo en otro. Pronto advirtió que, bajo los innumerables cambios que afectan a las formas externas, permanece idéntica la idea de un principio formativo. Denominó a este principio Urpflanze, significando con ello el principio subyacente a la estructura morfológica de toda generación de plantas. La Urpflanze permite no sólo reconocer a cada planta como una expresión específica de este principio, sino también, como había anunciado a Herder, imaginar y producir plantas que, aunque no existen, pueden potencialmente existir.
Directamente relacionado con el concepto de Urpflanze está el concepto de Typus que Goethe emplea sobre todo en zoología. Los esqueletos de todos los mamíferos se forman a partir del mismo principio formativo porque pertenecen todos al mismo tipo. Los huesos individuales pueden tomar varias formas; están todos presentes en el lugar adecuado y siempre en relación uno con otro. La idea de un Typus universal condujo a Goethe a su conocido descubrimiento de un hueso intermaxilar que está atrofiado en los seres humanos. Ningún animal representa el tipo mismo, dice Goethe, porque «jamás lo particular puede servir de modelo al todo». La Urpflanze y el Typus no son sólo experiencias, también son ideas: ideas de la naturaleza.

2. La Morfología: un nuevo método cognitivo.
Buscar un principio invariante entre una familia de fenómenos diversos, tratando de aprehender la unidad dentro de la diversidad: ése es el método de Goethe. No le interesa la sucesión causal superficial sino la derivación a partir del principio que reina en el interior mismo del fenómeno: «Incluso la forma más rara preserva secretamente el prototipo»; «Todas las formas son análogas, y ninguna se asemeja a la otra; / así indica el coro una ley oculta, / un sagrado enigma». Para Goethe, remontarse al prototipo supone no sólo encontrar todas las formas existentes sino también poder deducir otras perfectamente posibles. Ahora bien, la necesidad de postular la existencia del arquetipo no le permite eludir la observación de las formas derivadas porque existe entre ambas una necesaria solidaridad, que Goethe explica con la fórmula «la teoría de las configuraciones es la teoría de las transformaciones».
Si como investigador Goethe rechaza la experimentación basada en hipótesis y la medición como únicas vías de acceso a la naturaleza, como hombre de letras, como poeta extraordinariamente lúcido y sensible conoce bien las dificultades del lenguaje para expresar convenientemente las intuiciones personales más profundas. Por eso, en la introducción a su doctrina morfológica, considera necesario precisar:
El idioma alemán tiene la palabra Gestalt (forma) para designar la complejidad existente de un ser real. Pero en este término, el lenguaje abstrae, de lo que es móvil, un todo análogo y lo fija en su carácter como algo establecido y acabado. Sin embargo, si consideramos todas las formas, en particular las orgánicas, no encontramos en ninguna parte formas subsistentes, o sea, formas que no se muevan porque las haya alcanzado ya su perfección, sino que todas fluctúan en un continuo devenir. Por eso nuestro idioma utiliza la palabra Bildung (formación) para designar tanto lo que ya se ha producido, como lo que está en vías de producirse. Así pues, puesto que queremos introducir una Morfología, no debemos hablar de formas, y si usamos esta palabra será pensando sólo en una idea, en una noción o en algo que se fija en la experiencia sólo durante un momento. (…) Cuando algo ha adquirido una forma se metamorfosea en una nueva. Si nosotros queremos llegar a alguna percepción viva de la naturaleza, nosotros mismos debemos mantenernos tan rápidos y flexibles como la naturaleza y seguir el ejemplo que ella nos da.
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo pueden ser conocidos fenómenos que están en un proceso de cambio sin solución de continuidad? Frente a la metodología científica convencional, que Goethe rechaza totalmente porque «la naturaleza enmudece en la cámara de tortura», él se pronuncia a favor de un método basado en una observación contemplativa, una percepción intuitiva capaz de alcanzar el núcleo más recóndito y más profundo de la naturaleza y, por tanto, capaz de aprehender aquello que siempre es. Este método tiene tres etapas ascendentes. En la primera se encuentra el «fenómeno empírico», es decir, el fenómeno tal como cada uno lo percibe en su experiencia directa e inmediata de la naturaleza. En la segunda etapa, el fenómeno empírico se eleva mediante experimentos de observación más penetrantes a «fenómeno científico».
Finalmente, en la tercera etapa se encuentra el «fenómeno puro», que «no puede nunca ser aislado, pero se muestra en una sucesión constante de fenómenos». El «fenómeno puro» (das reine Phänomen), para el cual más tarde Goethe utilizó el término Urphänomen, se alcanza únicamente mediante un empirismo más elevado, «el juicio intuitivo», concepto que, como explica Goethe, debe a un fragmento de la Crítica del Juicio donde Kant admite la posibilidad de un intellectus archetypus, un entendimiento que no sea discursivo sino intuitivo, y que vaya de lo sintéticamente universal hacia lo particular, es decir, del todo hacia las partes.
Goethe considera el Urphänomen como una actividad pura, accesible y realizable sólo a través de la práctica. Pero a diferencia del método hipotético-deductivo que, al aislar el fenómeno y reemplazarlo por una fórmula matemática no puede desarrollarse ya con él, el método de Goethe parte de la práctica experimental para acceder a la actividad que subyace a todos los fenómenos, donde sujeto y objeto están inseparablemente unidos y, de este modo, mutuamente transformantes. Ninguna descripción de este método pareció más precisa a Goethe que la realizada por su amigo Heinroth, y así la refiere:
(Él) define como característico mi modo de proceder en el sentido de que mi pensamiento trabaja objetivamente. Con esto quiere decir que mi pensamiento no se separa de los objetos, sino que los elementos de los objetos, sus imágenes sensibles, confluyen en él y son íntimamente penetradas por él; que mi ver es ya un pensar y mi pensar un ver.

3. Goethe vs. Newton: teoría = contemplación.
En este punto, debemos acudir a la etimología de la palabra «teoría», pues en el griego original Qewtia significaba «contemplación», «observación».


Figura 61. Banksia integrifolia. Secuencia metamórfica. Tinta y acuarela s/p

Como escribe Steiner en Presencias reales : «La palabra "teoría" ha perdido su marca de origen. En un comienzo tenía sus significados y connotaciones tanto profanas como rituales. Aludía a una lucidez concentrada, a un acto de contemplación centrado pacientemente en su objeto. Pero se relacionaba también con el acto testimonial realizado de los representantes enviados en solemne embajada para oír a los oráculos u observar los ritos realizados en los sagrados Juegos Áticos. Un 'teórico' es aquel que es disciplinado en la observancia, un término cargado de doble significación de percepción intelectual y sensorial y de conducta religiosa o ritual. La fuerza original de visión, de vista atenta implícita en la palabra, se halla presente en la frase de sir Thomas Brown: "Obtengo una verdadera Teoría de la muerte cuando contemplo una calavera o cuando examino un esqueleto con las vulgares imaginaciones que éste arroja sobre nosotros"». Por su parte, Goethe escribe:
Lo más importante es comprender que todos los hechos son realmente teoría. El azul del cielo nos revela la ley básica del color. No busquéis nada detrás de los fenómenos, ellos mismos son la teoría.
Uno de los mejores ejemplos de su proceso de investigación es la Teoría de los colores, publicada en 1810, donde Goethe desarrolla una física del color basada en la experiencia de la realidad cotidiana. Antes, Newton había elaborado su teoría a partir del experimento de hacer pasar un rayo de luz a través de un prisma, un procedimiento que Goethe consideraba insuficiente y equivocado de principio, justamente porque «obstaculizaba violentamente una concepción libre de los fenómenos del color». Además, al considerar la luz como una mezcla de todos los colores, Newton había llegado a un grado tal de abstracción que había hecho desaparecer la propia noción de luz.


Figura 62. Teoría de los colores, 1810. Lám. IIa

Por el contrario, Goethe buscó primero los fenómenos de color más simples como base, y a partir de ellos trató de comprender situaciones cada vez más complejas. Su premisa inicial era que la posibilidad de una aparición del color depende del sentido de la vista:
Los colores son actos de la luz; actos y sufrimientos. En este sentido cabe esperar que nos ilustren sobre la naturaleza de la misma. Si bien los colores y la luz guardan entre sí relaciones exactísimas, tanto aquéllos como ésta pertenecen en un todo a la naturaleza; pues a través de ellos la naturaleza quiere manifestarse particularmente al sentido de la vista.
En la Teoría de los colores, como antes en La metamorfosis de las plantas, Goethe practica la observación contemplativa con el mayor grado de precisión, intensidad e imaginación, hasta el punto de «habitar en el fenómeno». El primer paso consiste en una interacción armoniosa de la observación y el pensamiento.
A medida que se intensifica el proceso, el pensamiento va entrelazándose con el fenómeno mismo en una contemplación activa, e inversamente, la esencia del fenómeno cobra vida en el pensamiento: «Hay un refinado empirismo que se identifica con el objeto de la manera más profunda y de este modo deviene efectiva teoría». Sin embargo, Goethe considera que para alcanzar plenamente esta última etapa se requieren unas determinadas condiciones intelectuales de las que el ser humano no disfruta aún, y por eso añade:
Aunque este acrecentamiento de nuestro poder mental corresponde a una época altamente avanzada .

4. El reino de los arquetipos.
Goethe creía que en la naturaleza viviente nada sucede que no esté en relación con la totalidad, y si las experiencias se nos aparecen sólo de manera aislada, esto no quiere decir que estén realmente aisladas.
Su concepción del universo, como un todo viviente, dinámico, implica la unidad orgánica de la naturaleza y el ser humano. Ahora bien, el todo no es algo substancial o actualizado; es pura potencialidad.
Únicamente el conocimiento que tiende hacia el «juicio intuitivo» puede aprehender la unidad del continuo impulso formativo y, cuando discierne las fuerzas creativas de la naturaleza, deviene Urphänomen. Se trata de una percepción contemplativa, intuitiva, capaz de aprehender el núcleo esencial del fenómeno que hace que éste sea lo que fue, lo que es y lo que será. Pues, para Goethe, la inteligibilidad no reside en el nivel de las apariencias sensibles sino en el de la estructura abstracta que las engendra, la matriz creadora.
En la segunda parte de la obra que le acompañó toda su vida, su opus magnum, Goethe describe el reino de las «Madres» en esa magnífica escena donde encuentra radicación original su teoría morfológica. Fausto se ha comprometido a complacer el deseo del emperador de que aparezcan al momento y en persona Elena y Paris, «los arquetipos de hombre y de mujer», para «verlos de cerca y claramente». Preocupado por cumplir su palabra, que requiere un artilugio mágico, Fausto pide a Mefistófeles su intervención. Éste, sin embargo, reconoce no tener poder sobre tales figuras y, por lo tanto, deberá encargarse el propio Fausto de realizar la misión. Con este fin, Mefistófeles le hace descender (o ¡ascender...!) a buscar a Elena y a Paris al abismo más profundo, al «reino absoluto de las formas». Allí están las «Madres», las grandes y solemnes potencias productoras de las formas sensibles, «diosas en sus tronos solitarios, / que no rodea el tiempo ni el espacio». Para facilitarle el acceso a ese reino de «lo no hollado, lo inaccesible y no alcanzado», siempre en constante «formación, transformación, / recreación eterna de la mente eterna», Mefistófeles da a Fausto una llave insignificante que crece al contacto con su mano y que habrá de indicarle «el camino justo».
En 1787 Goethe había anunciado desde Italia su descubrimiento del 'punto esencial donde reside el germen', la Urpflanze, con cuyo 'modelo y la clave (llave) correspondiente', podían ser pensadas todas las plantas, existentes o no. Ese punto, que contiene potencialmente a la planta entera, es «el germen», la semilla. Años más tarde, en 1823, al final de un breve ensayo donde destaca el alcance del pensamiento objetivo en sus investigaciones y en su obra poética, Goethe formula retrospectivamente una experiencia acumulada a lo largo de su vida:
He visto claramente ante mis ojos que todos los objetos que desde hace cincuenta años a esta parte he observado e investigado debían suscitar necesariamente en mí la representación y convicción de la que aún hoy no puedo separarme. Es cierto que puedo pasar a un punto de vista opuesto por algún tiempo, pero para sentirme bien, al menos en cierta medida, debo retornar siempre a mi antiguo modo de pensar. Estimulado por estas consideraciones he continuado examinándome y he encontrado que todo mi modo de proceder se funda en la derivación: no me detengo hasta que no encuentro un punto fértil del que muchas cosas se puedan derivar, o más bien que las produzca espontáneamente de sí mismo y me las ofrezca, de modo que yo, en el esforzarme y en el recibir, procedo con cautela y fidelidad .


Figura 63. Kunzea ambigua. (Foto J. Plaza.)




Figura 64. Kunzea ambigua. Tinta y acuarela s/p.

Para Goethe, decir que un punto es fértil —como lo es la Urpflanze en botánica, o el Typus en zoología—, que produce y ofrece muchas cosas, significa afirmar que ese punto está vivo. El pensamiento objetivo, la contemplación activa en la que se basa el método de Goethe es una fuente de toda clase de intuiciones y, como tal, una modalidad cognitiva. El punto fértil, la semilla es, real y simbólicamente, la encarnación de un pensamiento nuevo. La misma llave que había permitido a Goethe descubrir un nuevo método cognitivo podía ser también la que desbloqueara el camino hacia la ciencia del futuro…

5. No sólo la ciencia y el arte. Sobre todo, la vida.
Un excelente ejemplo del tipo de relación que Goethe establece entre la ciencia y el arte nos lo proporciona, efectivamente, lo que escribió a propósito de ello pero, más aún, lo que hizo: la obra que es su propia vida. Porque difícilmente podemos separar en ella los aspectos científicos y artísticos, y, más allá de estas divisiones contingentes, su método de aproximación y comprensión de la naturaleza, es decir, la morfología en tanto que estudio de las formas que toma la naturaleza en sus continuas metamorfosis, surge de la idea de la ciencia y el arte como una unidad. Unidad con la vida misma:
Confieso que la gran meta, que parece tan importante, expresada en la máxima «conócete a ti mismo», me ha suscitado siempre sospechas, como si fuese una astucia de sacerdotes secretamente confabulados que quisieran confundir al hombre con exigencias inalcanzables y desviarle de la actividad en el mundo externo hacia una falsa contemplación interior. El hombre se conoce a sí mismo sólo en la medida en que conoce el mundo, del cual toma conciencia sólo en sí mismo como toma conciencia de sí sólo en él. Cada objeto nuevo, bien contemplado, inaugura en nosotros un nuevo órgano.
Sobre la ciencia, Goethe afirma: «Pasamos por el reino del saber, de la ciencia, sólo para volver mejor equipados a la vida». Sobre el arte: «Aquel a quien la naturaleza comienza a revelar sus secretos ostensibles se siente irresistiblemente atraído hacia su intérprete más digno, el arte». Y además: «Las obras de arte insignes fueron producidas por los hombres, igual que las más excelentes obras de la naturaleza, según las leyes verdaderas y naturales».
Si la ciencia es para Goethe una actividad cognitiva, el arte lo es en la misma medida o más aún, porque la naturaleza no sólo puede ser comprendida también a través del arte sino que éste, como «su más digno intérprete», es un medio capaz de poner de manifiesto sus leyes secretas, capaz de sugerir el poder formativo del todo.

6. El reconocimiento.
A lo largo de su vida, Goethe no consiguió el reconocimiento que deseaba para sus investigaciones científicas. No podía ser de otra manera, porque la ciencia siguió la línea marcada por Newton y, en consecuencia, prescindió de todo cuanto no encajaba allí. Y, sin embargo, Goethe atribuía a esas investigaciones una importancia extraordinaria, hasta el punto de afirmar:
No hago mucho caso de lo que he obtenido como poeta: excelentes poetas viven al mismo tiempo que yo; otros mucho más grandes han vivido antes que yo, y vendrán otros parecidos a mí. Pero de lo que estoy orgulloso y lo que me da un sentimiento de superioridad respecto a un gran número de hombres, es haber sido el único en mi siglo que en la ciencia difícil de la teoría de los colores haya conocido las soluciones justas.
Tuvo que pasar más de un siglo y tuvo que dar la ciencia un vuelco espectacular para que se empezara a considerar justamente el valor de las aportaciones de Goethe. Desde mediados de los años 20, sus escritos sobre la naturaleza han ido encontrando una creciente audiencia. La publicación, en 1926, del volumen Goethes morphologische Scriften por Wilhelm Troll impulsó extraordinariamente los estudios de morfología en Alemania y en Rusia. Cuando Claude Lévi-Strauss se preguntó por los orígenes del estructuralismo contemporáneo encontró en la filosofía natural de Goethe, principalmente por su enfoque del arquetipo y la metamorfosis, una de las fuentes del pensamiento estructuralista. Por su parte, Paul Feyerabend ha presentado a Goethe como un modelo que anticipó las objeciones contemporáneas al «dogmatismo» de la teoría de Newton, y ha celebrado el «sentido crítico» de Goethe como historiador de la ciencia.


Figura 65. Kunzea ambigua. Tres aspectos de la planta. Tinta y acuarela s/p

Embriólogos y genetistas como Paul Weiss y Conrad Waddington, en sus investigaciones sobre los procesos morfogenéticos, reintrodujeron las ideas de Goethe en los conceptos de organización y estructura jerárquica de los organismos. Hace poco más de una década, un destacado estudio de James Gleick enfatizaba la influencia seminal de los trabajos de Goethe sobre los colores y la morfología de las plantas en el desarrollo de la teoría del caos. Y cada vez son más numerosas las voces que desde disciplinas diferentes reconocen a Goethe haber anunciado algunos de los principios más importantes de la filosofía de la ciencia contemporánea.

7. A modo de conclusión.
En un texto donde parecen resonar las ideas de Goethe, Prigogine afirma:
Sabemos que podemos interactuar con la naturaleza. Éste es el núcleo de mi mensaje… La materia no es inerte. Está viva y activa. La vida siempre está cambiando de un modo u otro, en su proceso de continua adaptación a condiciones de ausencia de equilibrio. Una vez liberados de la lúgubre visión de un mundo determinista, podemos sentirnos libres para crear nuestro destino, para bien o para mal. La ciencia clásica nos hacía sentir como testigos indefensos del mundo de la relojería de Newton. Hoy en día la ciencia nos permite sentirnos en casa en el seno de la naturaleza.
La nueva visión de la realidad surgida en el transcurso de este siglo hace necesaria una reflexión sobre el nuevo paradigma científico emergente para comprender la naturaleza de la materia, el fenómeno de la vida y de la propia mente. Cuando las leyes de la naturaleza ya no están asociadas a la certidumbre sino a las posibilidades y el futuro es abierto, se vislumbra un nuevo concepto de «creación» que afirma la participación, más o menos modesta, del hombre en la construcción del universo. En este sentido, es muy significativo que sean los propios científicos quienes, al exponer sus más recientes descubrimientos, no sólo insistan en la necesidad de su difusión, sino que enfaticen la urgencia de un cambio radical a nivel del pensamiento. Ahora bien, ¿de dónde puede surgir un pensamiento distinto o una visión nueva? Según afirma el mismo Prigogine:
Resulta evidente que este nuevo enfoque aúna ciencias y humanidades. Tradicionalmente, las ciencias se ocupaban de universales, y las humanidades de acontecimientos. Actualmente, es la interpretación humanista de la naturaleza en términos de acontecimientos lo que se difunde en la propia ciencia. Por lo tanto, no es sorprendente que algunos conceptos que recientemente hayan sido puestos de relieve encuentren explicación simultáneamente en las ciencias y en las artes.
Por su parte, el físico Arthur Zajonc se pregunta: ¿no engendrarán las innovaciones técnicas de la mecánica cuántica una revolución similar en el pensamiento? ¿Cómo será la nueva forma de entendimiento que demanda el futuro? Frente a las paradojas que implican las actuales teorías científicas, Zajonc considera que deberíamos desarrollar una nueva facultad imaginativa.

Capítulo 3: La acción del demiurgo




Sin duda la geometría es conocimiento de lo que siempre es.
Platón

La República
Al llegar a este punto la física moderna se decidió definitivamente por Platón. En realidad, las unidades más pequeñas de materia no son objetos físicos en el sentido ordinario de la palabra; son formas, estructuras o, en el sentido de Platón, Ideas, de las que sólo se puede hablar sin ambigüedad en el lenguaje de las matemáticas.
W. Heisenberg

Timeo, o sobre la naturaleza es una narración mítica que, partiendo del nacimiento del mundo y finalizando en la naturaleza del hombre, explica «la penetración progresiva de la Idea en el cambio y el desorden». Y para hacer comprensible esta narración, el filósofo encuentra un intermediario inmejorable en las matemáticas, en la geometría y la aritmética.
El filósofo autor del Timeo es Aristocles, hijo de una noble familia de Atenas; nació probablemente en el año 429 (el año de la muerte de Pericles, y se dice que el mismo día de la festividad de Apolo); la historia lo conoce bajo el pseudónimo de Platón («el de anchas espaldas»), y fija como fecha de su muerte el año 348, a la edad de 81 años. Se dice que Platón fue educado por los mejores maestros de su época, y que a los 20 años ya había escrito un buen número de poemas y tragedias muy bien consideradas por sus amigos. Es en esa época cuando conoce a Sócrates y se dice que inmediatamente quemó sus escritos y se unió al grupo socrático. Su biografía narra cómo después de la muerte de Sócrates viajó por Asia Menor, Egipto y la Magna Grecia, donde entró en contacto con la doctrina pitagórica a través de Arquitas de Tarento, una leyenda explica que allí compró a peso de oro un manuscrito de Pitágoras. Aristóteles, en el libro I de la Metafísica, afirma que Platón debe a los pitagóricos todo lo que hace referencia a su doctrina del número, lo que otorga a la estancia de Platón en Tarento una resonancia especial en su producción filosófica. Además se conserva una tradición que presenta a Platón extraordinariamente ocupado en problemas como el de la duplicación del cubo o el de las secciones cónicas. Lo cierto es que después de la muerte de Sócrates, Platón vivió entre algunos de los hombres más importantes de la historia de la matemática: Teodoro de Cyrene (célebre geómetra que fue su maestro y que explicaba, mediante figuras que representaban raíces, que √3, √5, ... √17 eran inconmensurables respecto a la unidad); Teeteto (a quien dedica un diálogo y que fue quien partiendo de los trabajos de Teodoro formuló la teoría de los inconmensurables, que retomó posteriormente Euclides en el libro X de los Elementos); Eudoxo y su discípulo Menecmo (quienes junto a Arquitas, según lo cuenta Plutarco, al tratar de resolver problemas como el de la duplicación del cubo con medios mecánicos, en vez de solucionarlo recurriendo sólo a la razón, provocaron el enfado de Platón, pues éste opinaba que ellos malograban la geometría al retrotraerla al mundo sensible en lugar de elevarla al mundo inmaterial y eterno).
Muchos de ellos se reunían en la Academia —«una comunidad de matemáticos y filósofos como la que se describió en el libro séptimo de La República (...), una comunidad de buscadores de la verdad, libre cada uno de ir en pos de ella a su manera y de defender las conclusiones a las que le llevó su propio razonamiento», y contribuyeron con sus trabajos al progreso de la geometría. El problema de la duplicación del cubo es un síntoma de la importancia que tenía la geometría entre los griegos. Eudoxo, Menecmo, Arquitas y Platón se apasionaron por resolverlo. Cuenta la leyenda que el oráculo de Delfos habría planteado la cuestión: para poner fin a la peste que asolaba el Ática, el dios exigía doblar su altar, que tenía forma de cubo; los arquitectos simplemente doblaron la longitud del lado; la peste continuó. Se dirigieron a Platón quien «se horrorizó» por la dificultad del problema. Esta importancia adopta en la cultura griega una característica especial respecto a la tradición anterior. Porque es en Grecia donde todo aquel cuerpo de conocimientos de la geometría o de la aritmética de otras civilizaciones, como Egipto, Caldea, etc., es elevado desde su condición de saber práctico a la condición de saber especulativo teórico y racional: ésta es la aportación básica de la cultura griega. Como ya hemos visto, los egipcios conocían el triángulo de valor 3, 4, 5 (que utilizaban en la práctica cotidiana con la cuerda de 12 nudos), pero en cambio su formulación teórica se debe a Pitágoras. Este aspecto nuevo en la historia del pensamiento se afirma a través de la obra de Platón, en sus diálogos, en el Menón, en La República, en el Teeteto, pero especialmente en el Timeo. En él, Platón se hace eco del creciente interés científico que se manifestaba en el seno de la Academia, y acoge algunos de los aspectos más innovadores de su época. Es en este sentido que se dice que el Timeo es una obra de equipo, en el que se habrían recogido múltiples fuentes de información, aunque elaboradas a la manera platónica.
En la clasificación que los exegetas han hecho del corpus platónico, el Timeo es considerado, no sin controversias, como una de las últimas obras, posterior a La República y anterior a Las Leyes. Aunque para muchos investigadores es una obra oscura y difícil, para otros es considerado como uno de los diálogos más representativos e influyentes del platonismo. El interés por este diálogo fue enorme hasta el Renacimiento, pero ha continuado significativamente hasta nuestros días: si Whitehead pudo escribir en 1929 que «Newton se habría mostrado sorprendido ante la teoría moderna y la disolución de los quanta en vibraciones, Platón lo habría esperado», Popper afirmó que la teoría geométrica de la estructura del mundo, que aparece por primera vez en Platón, ha sido la base de la cosmología moderna desde Copérnico y Kepler, a través de Newton, hasta Einstein; y Heisenberg precisó que la física moderna se halla más próxima al Timeo que a Demócrito.
Escrito como diálogo, sin embargo, predomina en él la forma expositiva. Por la propia estructura se puede deducir fácilmente que formaría parte de una trilogía que encabezaba y que había de ser seguida por el Critias y posiblemente el Hermócrates, dos diálogos que lo completarían. Pero el primero quedó inacabado y el segundo ni siquiera fue iniciado. Teniendo en cuenta esto sorprende menos que el Timeo se inicie, después de un resumen de lo que figura que se dijo en un diálogo anterior sobre la constitución del estado ideal, con la explicación por parte del personaje Critias de la destrucción de la mítica Atlántida, tema sobre el que versará el diálogo Critias, lo que deja abiertas las posibles referencias entre ambos diálogos. La historia de la Atlántida parece ser un mito inventado por Platón, pues nadie había hablado de él anteriormente y su historicidad, que ha sido motivo de gran polémica, es más que dudosa. Por otra parte, el hecho de introducir al inicio del Timeo la historia de un mito como el de la Atlántida confiere un carácter especialmente poético al resto del diálogo, a la vez que anuncia explícitamente el diálogo posterior, el ya citado Critias o de la Atlántida, donde además intervienen los mismos cuatro personajes: Sócrates, Timeo, Critias y Hermócrates. La víspera del día en que transcurre el Timeo, Sócrates había estado conversando con ellos acerca «de la mejor forma de gobierno y por qué clase de hombres debe ser ejercido ese gobierno», cuestión tratada ya en La República. Ahora bien, para conocer el comportamiento posible de los hombres, es necesario conocer primero la naturaleza del hombre; y puesto que los médicos filósofos afirman que la naturaleza del hombre está vinculada a la naturaleza del mundo, no parece posible concebir el comportamiento justo del ciudadano sin determinar primero la física del hombre y la física del mundo.
¿Quién es el personaje Timeo a quien se cede la palabra en este diálogo? Sabemos poco de él, lo que dice Platón:
Este Timeo, a quien tenemos aquí, ciudadano de la tan civilizada ciudad de Locria en Italia, (…) que ha tenido parte en los más grandes cargos y en los más grandes honores de su patria, se ha elevado, al menos por lo que yo creo, a la cima de toda la filosofía .

Locria era el lugar de Italia donde se desarrolló el pitagorismo. Esta referencia en labios de Sócrates parece avalar el carácter pitagórico de la narración; Sócrates alaba la buena administración de Locria y el importante papel de Timeo en ella. Más adelante, Critias dirá que Timeo es «el mejor astrónomo entre nosotros y el que ha puesto más empeño y trabajo en penetrar la naturaleza del universo». Así, después de la breve introducción del mito de la Atlántida, Timeo toma la palabra para dar una explicación verosímil, que no científica, del origen del mundo; varias veces, a lo largo de su exposición, remarcará este carácter:
Si, pues ¡Oh Sócrates! en multitud de cosas, en multitud de cuestiones relativas a los dioses y al nacimiento del cosmos, en manera alguna llegamos a hacernos capaces de aportar razonamientos totalmente coherentes y llevados a su más extrema exactitud, no os sorprenda esto. Pero si aportamos razonamientos que no ceden a ningún otro en verosimilitud, hay que felicitarse por ello, recordando que yo, el que habla, y vosotros que juzgáis, no somos más que hombres, de manera que en estas materias nos basta aceptar una narración verosímil y no debemos buscar más.

Y aquí empieza propiamente el contenido esencial del diálogo, que puede dividirse en tres partes. Al inicio de la primera parte, Timeo establece unos principios muy generales: el mundo visible ha sido hecho necesariamente según un modelo.



Figura 47. Dios como arquitecto del universo. Bible moralisée, Viena

Y se pueden concebir dos modelos opuestos: el que es siempre y no cambia nunca, y el que nunca es y siempre cambia.
Es decir, se plantea una distinción entre Ser y Devenir. Ser es lo que ha existido siempre, sin haber nacido nunca, y es captado por el pensamiento racional. Devenir es lo que siempre está naciendo sin llegar a existir nunca, y es objeto de la opinión y la percepción. Aquí están los dos mundos platónicos: el mundo inteligible o mundo de las Ideas y el mundo sensible o mundo de las cosas.
El primero es aprehendido por la inteligencia y el raciocinio, pues es constantemente idéntico a sí mismo; el segundo es objeto de la opinión unida a la sensación irracional, ya que nace y muere, pero no existe jamás realmente .
Pero para que el devenir sea posible, dirá Timeo, necesita una causa. Y ya que el mundo sensible es constante devenir, y éste requiere una causa necesariamente, habrá que buscar cuál es la causa del mundo, quién es el artista.

Y también habrá que preguntar según cuál de los dos modelos ha sido fabricado: si lo ha sido según el modelo que es idéntico a sí mismo o si lo ha sido según el modelo generado:
Pero es necesario aún, tratando del Cosmos, preguntarse según cuál de los dos modelos lo ha hecho el que lo ha realizado, si lo ha hecho de acuerdo con el modelo que es idéntico a sí y uniforme, o si lo ha hecho según el modelo generado o nacido. Ahora bien: si el Cosmos es bello y el demiurgo es bueno, es evidente que pone sus miradas en el modelo eterno. En caso contrario, cosa que no nos cabe suponer, habría mirado el modelo nacido. Es absolutamente evidente para todos que ha tenido en cuenta el modelo eterno. Pues el Cosmos es lo más bello de todo lo que ha sido producido, y el demiurgo es la más perfecta y mejor de las causas. Y, en consecuencia, el Cosmos hecho en estas condiciones ha sido producido de acuerdo con lo que es objeto de intelección y reflexión y es idéntico a sí mismo.

Pero, ¿por qué ha producido el mundo el demiurgo?
El Dios ha querido que todas las cosas fuesen buenas: ha dejado aparte, en la medida en que ello estaba en su mano, toda imperfección, y así ha tomado toda esa masa visible, desprovista de todo reposo y quietud, sometida a un proceso de cambio sin medida y sin orden, y la ha llevado del desorden al orden, ya que estimaba que el orden vale infinitamente más que el desorden. Y al que es óptimo no le estaba permitido ni le está permitido hacer sino lo que es más bello .

Así, considerando que el orden es mejor que el desorden, el demiurgo ordenó la materia que era una movilidad inarmónica constante ( kosmos quiere decir orden, como referencia del paso del caos al cosmos). La palabra dhmionrgos significa «artesano», «obrero manual», «maestro en un arte», «productor», «primer magistrado»… Platón, al elegir este término para designar al divino productor del mundo, término que por otra parte alterna innumerables veces con el de «el dios», tal vez pretendía explotar su carácter polisémico atribuyéndole desde el arte de producir al de gobernar. Como productor, la figura del demiurgo recuerda que el trabajo del artesano parte de un material dado más o menos dúctil y de una forma o modelo que puede tener frente a sí o en su mente. El demiurgo divino y el demiurgo humano comparten, pues, unas mismas características y unas mismas limitaciones. A lo largo del diálogo, Platón presenta a su excelente demiurgo decidiendo que tal o cual disposición sea tan buena como sea posible, implicando que su propósito está siempre restringido por el otro factor denominado Necesidad:
En efecto, el nacimiento de este mundo tuvo lugar por una mezcla de esos dos órdenes, la necesidad y la inteligencia. Con todo, la inteligencia ha dominado a la necesidad, ya que ha conseguido persuadirla de que orientara hacia lo mejor la mayoría de las cosas que son engendradas. Y así, por la acción de la necesidad, rendida a la fuerza persuasiva de la sabiduría, se ha formado este mundo desde su comienzo .

El demiurgo, después de ordenar la materia, le dio un alma, considerando que los objetos inteligentes son preferibles a los no inteligentes:


Habiendo, pues, reflexionado, advirtió que, partiendo de cosas por su naturaleza visibles, jamás podría surgir un Todo carente de inteligencia que fuera más bello que un Todo inteligente. Y, por otra parte, que el entendimiento no puede producirse en ninguna cosa, si se le separa del alma. De acuerdo con estas reflexiones, luego de haber puesto el entendimiento en el alma y el alma en el cuerpo, modeló él el Cosmos, a fin de hacer de ello una obra que fuera, por su naturaleza, la más bella y la mejor. Así, pues, al final del razonamiento verosímil, hay que decir que el mundo es realmente un ser vivo, provisto de un alma y de un entendimiento, y que ha sido hecho así por la Providencia del Dios.
Y, a continuación, Timeo explica cómo ordenó lo visible el demiurgo:
Evidentemente, es menester que lo que se produce sea corporal y que, en consecuencia, sea visible y tangible. Y ningún ser visible podría nacer tal, si estuviera privado de fuego; ningún ser tangible podría nacer sin algún sólido, y no existe sólido sin tierra. De aquí que Dios, al comenzar la construcción del cuerpo del mundo, comenzara, para formarlo, por tomar fuego y tierra.
Sin embargo, no es posible que dos términos formen solos una composición bella, sin contar con un tercero. Pues es necesario que, en medio de ellos, haya algún lazo que los relacione o vincule a los dos.

Ahora bien: de todos los vínculos el más bello es el que se da, a sí mismo y a los términos que une, la unidad más completa. Y esto es la proporción que lo realiza naturalmente de la manera más bella.
Pues, cuando de tres números, sean lineales, sean planos cualesquiera, el del medio es de tal clase que tiene respecto del último la misma relación que tiene el primero respecto de él; e inversamente, cuando es de tal tipo que tiene respecto del primero la misma relación que el último tiene para con él, siendo entonces a la vez primero y último el mismo término medio, y siendo a su vez el primero y el último términos medios los dos, llega a ocurrir así que todos los términos tienen necesariamente la misma función, que todos desempeñan unos respecto de otros el mismo papel, y en tal caso forman todos una unidad perfecta. Si, pues, el cuerpo del mundo hubiera debido ser un plano desprovisto de todo espesor o tercera dimensión, un único término medio hubiera sido suficiente para darse la unidad y darla a los términos concomitantes. Pero, de hecho, convendría que este cuerpo fuera sólido y, para armonizar los sólidos, no ha bastado jamás un solo medio, antes siempre son necesarios dos. Por eso el Dios colocó el aire y el agua en medio, entre el fuego y la tierra, y ha dispuesto estos elementos unos por relación a los otros, en la medida en que era posible dentro de una misma relación, de tal manera que lo que el fuego es al aire, lo fuera el aire al agua, y que lo que el aire es al agua, lo fuera el agua a la tierra. De esta manera ha unido y modelado un cielo visible y tangible a la vez. Por este procedimiento, y con la ayuda de estos cuerpos que hemos definido de la manera dicha en número de cuatro, ha sido producido el cuerpo del mundo, armonizado por una proporción. A partir de estas condiciones posee la amistad, de manera que, volviendo sobre sí mismo en un Todo único e idéntico, ha podido nacer indisoluble a cualquier potencia que no sea la que lo ha unido .

Así, el demiurgo comenzó por hacer el universo de fuego y tierra; pero como se trata de unir sólidos, para unir sólidos se necesitan no un término medio sino dos; en otras palabras, se necesita una progresión geométrica de cuatro términos. Por tanto, el demiurgo pone el aire y el agua entre el fuego y la tierra de tal modo que el fuego es al aire lo que el aire es al agua; y el aire es al agua lo que el agua es a la tierra.

F/Ai = Ai/Ag = Ag/T

En virtud de esta proporción el universo es un todo unitario.
En cuanto a su figura, le ha dado la que mejor le conviene y la que tiene afinidad con él. En efecto, al viviente que debe envolver en sí mismo a todos los vivientes, la figura que le conviene es la figura que contiene en sí todas las figuras posibles. Ésta es la razón de que Dios haya formado el mundo en forma esférica y circular, siendo las distancias por todas partes iguales, desde el centro hasta los extremos. Ésa es la más perfecta de todas las figuras y la más completamente semejante a sí misma. Pues Dios pensó que lo semejante es mil veces más bello que lo desemejante .

Para que sea un viviente lo más perfecto posible, su cuerpo ha de ser autosuficiente; la forma será, por tanto, aquella que en todas sus partes es parecida a ella misma: la esfera, y su movimiento, de acuerdo con su forma será circular, porque un movimiento tal es el que más se parece al movimiento propio del pensamiento.
Timeo explica cómo el demiurgo puso en medio de este cuerpo un alma, que extendió por todas partes hasta envolverlo. Esta alma, principio de vida, es anterior en dignidad al cuerpo y, por tanto, ya existía antes que él: «El Dios, en cambio, ha formado el alma antes que el cuerpo: la ha hecho más antigua que el cuerpo por la edad y la virtud, para que ella mandara como señora y el cuerpo obedeciera». El alma se compone de tres esencias:
  1. La sustancia indivisible, siempre idéntica a sí misma: lo Mismo, lo Uno.
  2. La sustancia divisible y corporal: lo Otro, la pura pluralidad.
  3. Una tercera, mezcla de las dos anteriores.

Con las tres hace una combinación. Veamos cómo la divide:
De la sustancia indivisible, que se conduce siempre de una manera invariable, y de la sustancia divisible que se halla en los cuerpos, compuso entre las dos, mezclándolas, una tercera clase de sustancia intermedia, que comprendía la naturaleza de lo Mismo y la de lo Otro. Y así la formó él, entre el elemento indivisible de esas dos realidades y la sustancia divisible de los cuerpos. Luego tomó él esas tres sustancias y las combinó las tres en una forma única, armonizando por la fuerza con lo Mismo la sustancia de lo Otro, que se resistía a ser mezclada. Mezcló las dos primeras con la tercera y de las tres hizo una sola. Luego dividió ese todo en tantas partes como convenía, estando hecha cada una de ellas de la mezcla de Mismo, de Otro y de esta tercera sustancia dicha, comenzó la división de la manera siguiente. En primer lugar, separó de la mezcla total una parte. Inmediatamente tomó una segunda parte doble de aquella; luego, una tercera parte igual a una vez y media la segunda y a tres veces la primera; una cuarta porción que fuera doble de la segunda; una quinta porción que fuera el triple de la tercera; una sexta porción igual a ocho veces la primera; y una séptima porción igual a veintisiete veces la primera.

En esta serie de números:

1 2 3 4 9 8 27

se distinguen dos progresiones geométricas:
una de razón 2:
1 2 4 8
una de razón 3:
1 3 9 27
No hay inversión de orden en la serie de números tal como los cita Platón, simplemente se trata de otro orden. Rabelais, en el Gargantúa y Pantagruel, publicado en 1534, vuelve sobre esta cuestión al relatar «Cómo descendimos las gradas tetrádicas, y del miedo que tuvo Panurgo»:
Bajamos en seguida por una escalera de mármol que conducía a debajo de la tierra: encontramos un descansillo; volviendo a la izquierda descendimos dos tramos más y encontramos otro descansillo parecido; después tres a la vuelta y otro descansillo, luego otros cuatro idénticos. — ¿Hemos llegado ya? — ¿Cuántas gradas habéis contado? —preguntó nuestra magnífica linterna. —Una, dos, tres, cuatro —contestó Pantagruel. — ¿Cuántas son? —volvió a preguntar. —Diez —dijo Pantagruel —Por la misma tétrada pitagórica multiplicad las que habéis contado. —Hacen diez, veinte, treinta, cuarenta —dijo Pantagruel. — ¿Y el total? —volvió a preguntar ella. —Ciento —contestó Pantagruel. —Añadid el primer cubo, porque esto hace ocho; al cabo de este número fatal encontraremos la puerta del templo, y notad prudentemente que ésta es la verdadera psicogonia de Platón, tan celebrada por los académicos y tan poco comprendida: la mitad está compuesta de unidades de los dos primeros números planos, de dos cuadrangulares y de dos cúbicos.
Efectivamente, Rabelais recoge aquí el argumento expresado por Crantor, Plutarco y Calcidio de construir un triángulo en cuyo vértice se sitúa la unidad; ésta es una manera de ver cómo la progresión de los dobles y la de los triples surgen de la unidad, como generadora de todas las cosas, porque es principio de todos los pares, de todos los impares y su esencia es simple. Esta construcción triangular, que Platón no indica, ha sido hecha por casi todos los comentadores de este diálogo. Luego de esto rellenó los intervalos dobles y triples, separando aún porciones de la mezcla primitiva y disponiéndolas entre aquellas partes de manera que en cada intervalo hubiera dos términos medios. El primero excedía de ellos o era excedido por ellos en una misma fracción de cada uno de ellos. El segundo excedía de los extremos en una cantidad igual a aquella en que él mismo era excedido.


Figura 48

Entre cada término de la serie de los dobles y de los triples, el demiurgo inserta otros intervalos fruto de medias armónicas y aritméticas. En un fragmento de Arquitas de Tarento, conservado por Porfirio, se encuentra la primera definición de las tres medias antiguas:
Hay tres medias en la música; la primera es la aritmética; la segunda es la geométrica; la tercera es la llamada armónica.
  1. Tres números están en proporción aritmética cuando (…) el primero sobrepasa al segundo en la misma cantidad que el segundo sobrepasa al tercero.
  2. En la proporción geométrica, el primer término es al segundo como el segundo es al tercero.
  3. Finalmente, la proporción que nosotros llamamos armónica es aquella en la que los tres términos son tales que, cualquiera que sea la parte del mismo en que el primero excede al segundo, el segundo excede al tercero en la misma parte de ese tercero.

La fórmula de

  1. a - b = b - c
  2. a/b = b/c
  3. a - b/b-c = a/c

El demiurgo inserta entre cada uno de los términos de la serie de los dobles y de la serie de los triples dos de estas medias, la armónica y la aritmética.
Con estas relaciones nacieron en los intervalos que acabamos de señalar nuevos intervalos de uno y un medio, de uno y un tercio y de uno y un octavo. Con ayuda del intervalo de uno y un octavo, el Dios rellenó todos los intervalos de uno y un tercio, dejando subsistir de cada uno de ellos una fracción tal que el intervalo restante viniera definido por la relación entre el número doscientos cincuenta y seis y el número doscientos cuarenta y tres. Y así pudo emplear toda entera la mezcla en la que había hecho estas divisiones
.


Figura 49. Diagrama de F. Giorgi, De Harmonia Mundi, 1525.

Siguiendo el texto, se forman los nuevos intervalos:

1 + 1/2 = 3/2 = una quinta o dia pente
1 + 1/3 = 4/3 = una cuarta o dia pessaron
1 + 1/8 = 9/8 = una segunda (tono mayor)

El resultado de la inserción de las medias armónicas y aritméticas en la primera progresión geométrica es:

1 4/3 3/2 2 8/3 3 4 16/3 6 8


y en la segunda:

1 3/2 2 3 9/2 6 9 27/2 18 27

En cuanto a la relación 256 / 243 = geimma (semi tono menor).


Figura 50. Planta de S. Francesco della Vigna, Venecia.

La serie completa de intervalos así obtenidos corresponde a cuatro octavas y una sexta mayor de la escala diatónica, tal como se usaba en la época de Platón. La razón de cualquier intervalo respecto a otro es el resultado de un principio aritmético y el todo tiene un significado musical.
Las consonancias sobre las que se basaba el sistema musical griego se pueden expresar con la progresión 1, 2, 3, 4, la tetractys pitagórica (que resume una octava = 1/2; una quinta = 3/2; una cuarta = 4/3).
El alma, así constituida, fue situada en el cuerpo del mundo, de tal manera que lo llenaba completamente. Este pasaje del Timeo es fundamental porque aquí está la clave de la teoría platónica de las facultades intelectuales y de las relaciones del alma con la divinidad; hay, además, una teoría matemática de los sonidos que ha permitido, por ejemplo, a Thomas Henri Martin establecer una comparación curiosa entre la escala musical de Platón, las de los griegos y la nuestra.


Figura 51. Palladio, fachada de S. Francesco della Vigna, Venecia, 1562.

Cuando en 1535 le encargaron a Francesco Giorgi, monje franciscano del monasterio anexo a San Francesco della Vigna, fijar las dimensiones interiores de la iglesia, propuso que «a fin de construir el edificio con las proporciones más adecuadas y armoniosas posibles», éstas deberían regirse según unos números, los mismos con los que Platón en el Timeo había configurado el ritmo del alma del mundo: también para Giorgi esos números contenían el ritmo secreto del macrocosmos y del microcosmos, «la maravillosa consonancia de las partes y la obra del universo»; esas referencias no las obviará Palladio cuando, una generación más tarde, emprenda su proyecto para la fachada de dicha iglesia.
Una vez establecida la estructura del alma del mundo, el demiurgo construye los círculos de lo Mismo y de lo Otro, y los de los distintos planetas:
Ahora bien: toda esta composición el Dios la cortó en dos en su sentido longitudinal, y habiendo cruzado una sobre otra las dos mitades, haciendo coincidir sus puntos medios, como una X, las curvó para unirlas en círculo, uniendo entre sí los extremos de cada una en el punto opuesto al de su intersección. Los rodeó del movimiento uniforme que gira en el mismo lugar y, de los dos círculos, hizo uno interior y el otro exterior. Destinó el movimiento del círculo exterior a ser el movimiento de la sustancia de lo Mismo; y el del círculo interior a ser el de la sustancia de lo Otro .

Así, corta la larga cinta en otras dos y las transforma en dos anillos uniendo sus extremos; pone estos anillos uno dentro de otro de modo que el exterior constituye el Ecuador y el interior la Eclíptica donde se disponen en siete círculos concéntricos las órbitas de los planetas, cuyas distancias corresponden a los términos de la serie del alma del mundo, es decir:

Luna Mercurio Venus Sol Júpiter Marte Saturno
1 2 3 4 9 8 27

El sistema astronómico de Platón parte de los mismos datos fundamentales que el de Ptolomeo, es decir, la inmovilidad de la tierra en el centro del mundo, la revolución diurna del cielo entero alrededor de un eje central y los movimientos particulares del sol, la luna y los planetas en el cielo. Pero difiere de él porque en Platón domina el sistema teológico.


Figura 52. El Universo según el Timeo.

Según el Timeo, la esencia de la divinidad consiste en la inteligencia unida a la potencia activa de la voluntad. El demiurgo organiza la materia y para animarla la dota con un alma inteligible, principio del movimiento. Los círculos del alma del mundo y el mundo entero giran sobre ellos mismos sin desplazarse, mientras que cada uno de los cuerpos celestes ejecuta sobre su eje una rotación parecida.


Figura 53. Hnos. Linbourg, Les tres riches Heures du Duc de Berry, miniatura del s. XV. Correspondencia de las partes del cuerpo con los astros.

Así, el movimiento del animal celeste es la manifestación de su propia inteligencia. Todos los cuerpos celestes, al mismo tiempo que giran sobre ellos mismos, son movidos cada día con el cuerpo entero del mundo por la rotación del círculo exterior del alma. La tierra, por la fuerza propia de su alma inteligente, resiste a este impulso externo y produce, con su inmovilidad, la sucesión de los días y las noches. Al medir el tiempo por el movimiento de los astros, éstos sirven para dar al hombre el sentimiento del número, ya que después de situar la tierra en el centro, y para que nada faltara al orden del cielo, el demiurgo encendió esa luz que llamamos sol:
Se hizo así para que el cielo fuera en todas partes luminoso y para que los vivientes para quienes esto era conveniente participasen del Número, que ellos aprendieron a conocer al ver la revolución de lo Mismo y de lo Otro .

En otro fragmento, Platón insiste en el papel de la matemática como fundamento del saber filosófico:
La visión del día y la noche, de los meses y los años cíclicos, del equinoccio y el solsticio, llevó a la invención del número y nos procuró la idea del tiempo y la curiosidad sobre la naturaleza universal, de la que hemos derivado la filosofía, el don más grande de los dioses que les ha llegado, o les llegará, a los hombres mortales… Dios inventó la visión y nos la dio, a fin de que, observando los giros de la inteligencia en el cielo, pudiéramos usarlos en beneficio de los giros de nuestro propio pensamiento, que son afines a ellos, aunque perturbados, mientras que ellos están exentos de perturbación y a fin de que, aprendiéndolos a fondo y siendo capaces de calcularlos según su propia naturaleza, pudiéramos copiar los movimientos infalibles del dios (el cosmos) y proporcionar una base firma a los movimientos errantes que hay en nosotros .

Y, cuando todos estos dioses hubieron nacido, se convirtieron ellos también en causas activas al ordenarles el demiurgo hacer a los hombres cada uno según su naturaleza —justificando así la doctrina astrológica que reconoce en los humanos, selenitas, mercurianos, jupiterianos, etc.
Dioses, hijos de dioses de quienes yo soy el Autor, y de obras de las que yo soy el Padre, habéis sido hechos indisolubles por mí, puesto que yo no voy a querer destruiros. Pues si bien todo compuesto es corruptible, querer romper la unidad de lo que está armónicamente unido y es bello es obra de un ser maligno. Así, pues, y supuesto que nacisteis, no sois inmortales, ni sois totalmente incorruptibles. Sin embargo, no experimentaréis nunca la corrupción ni os veréis sujetos a un destino mortal, porque mi voluntad es para vosotros un vínculo más fuerte y más poderoso que aquellos con que fuisteis formados al nacer. Ahora escuchad lo que os van a decir mis palabras. Hay tres especies mortales que todavía no han nacido. Si ellas no nacen nunca, el cielo quedará inacabado, pues no contendrá en sí mismo absolutamente todas las especies de vivientes. Y es preciso que las contenga, si debe ser absolutamente perfecto. Pero si yo las hiciera nacer por mí mismo, si ellas participaran de la vida por mi medio, serían iguales a los dioses. Para que, pues, de una parte, esos seres sean mortales y para que, de otra, el Todo sea verdaderamente el Todo, aplicaos vosotros, según vuestra propia naturaleza, a hacer seres vivos. Imitad la acción de mi poder, en el momento mismo de vuestro propio nacimiento. Y en lo que respecta a aquella parte de esos seres que ha de llevar el mismo nombre que los inmortales, por lo que respecta a esa parte de ellos que se llama divina y que gobierna en aquellos de entre ellos que querrán siempre seguiros y seguir la justicia, yo mismo prepararé su forma y os daré la semilla y el comienzo de ella. Por lo demás, uniendo a esta parte inmortal una parte mortal, haced vivientes, hacedlos nacer, dadles alimento, hacedlos crecer, y cuando perezcan, dadles de nuevo acogida junto a vosotros.


Figura 54. Los cuatro temperamentos según Le Calendrier des Bergers, fines s. XV. De izquierda a derecha: colérico, sanguíneo, flemático y melancólico

Siempre interviene la ley de la proporción, puesto que los dioses planetas son invitados por el demiurgo a producir los seres vivientes según la misma ley por la cual él los ha hecho nacer. El demiurgo se reserva el principio del alma o principio de vida que es inmortal; el alma de los planetas y el alma de los vivientes son idénticas pues ambas son parcelas del alma divina universal. Así los planetas nos hacen nacer, nos hacen crecer, nos acompañan por la vida y, cuando morimos, nos devuelven al Todo, de donde hemos venido… Porque dice Timeo, los dioses planetas, imitando al demiurgo, tomaron trozos de tierra, de agua, de aire y de fuego «que le han de ser devueltas un día», para formar los cuerpos de los vivientes que son así una síntesis de los cuatro elementos, siendo su sustancia una parte de la masa de la sustancia universal.
Pero si en el cuerpo del mundo, los elementos están mezclados según una proporción exacta, en los cuerpos imperfectos de los humanos, la proporción es desigual. Cada planeta da una superabundancia de un elemento: el Sol la da de fuego; la Luna de agua, Júpiter y Marte de fuego y agua; Mercurio, Venus y Saturno la dan de agua y tierra; lo que potencia la distinción y la correspondencia entre los cuatro elementos —cuatro humores— cuatro temperamentos:

fuego = bilis amarilla = colérico
aire = sangre = sanguíneo
agua = flema = flemático
tierra = bilis negra = melancólico

Al inicio de la segunda parte del Timeo, surge el tema del origen de los elementos. Si hasta aquí no se ha tratado más que de operaciones de la Inteligencia, ahora hay que hablar de la Necesidad ( anagkh ). La Necesidad existe por el solo hecho de que el cosmos existe, de la misma manera que la densidad existe por el solo hecho de la existencia de los cuerpos. La Necesidad es visible en el cosmos y es, sobre todo, evidente en la armonía geométrica: el propio demiurgo no puede prescindir de ella. Si traza un cuadrado de lado = 1, la diagonal valdrá v2. Las propiedades numéricas, geométricas pertenecen al cosmos de una manera absoluta; ni un dios las puede reformar. Tal es la noción de Necesidad. Y la existencia de la Necesidad habrá de explicar la presencia, lógicamente difícil de comprender, del «lugar» o «espacio» ( xora ). En la primera parte, el demiurgo no creó los elementos sino que se sirvió de ellos para formar el cuerpo del mundo. El objeto de la segunda parte es explicar cómo se han constituido según el orden de la Necesidad estos elementos de los cuales se habla normalmente, como principios del universo. Explica un tema que es famoso por su oscuridad y que «ha sido objeto de controversia a través de los siglos»: el del receptáculo o lugar, que es tan «difícil» y ambiguo que Platón, después de invocar a la divinidad y dedicarle con toda solemnidad una elaborada exposición, afirma que sólo lo podemos representar por medio de la metáfora «aquello en que las cosas aparecen», «el soporte y como la nodriza de todo nacimiento o generación»…; es el «lugar» cuya única propiedad es recibir, contener. Dentro de este recipiente, el demiurgo se propone poner orden a través del número y las ideas:
Ciertamente , antes de la formación del mundo, todos estos elementos se comportaban sin razón ni medida. Y así, cuando el Todo comenzó a ordenarse, al comienzo mismo aún, el fuego, el agua, la tierra y el aire tenían ya ciertamente algún rasgo de su forma propia, pero en su conjunto permanecían evidentemente en aquel estado en que es natural que se encuentre todo cuando el dios está ausente. Entonces fue cuando todos los géneros constituidos de esta manera recibieron de él su figura, por la acción de las ideas y los números. Pues, en la medida en que era posible, estos géneros que en manera alguna estaban dispuestos así, el Dios ha hecho un conjunto, el más bello y mejor. Tomemos, pues en todo y siempre esta proposición como base.
La inteligencia divina va a poner orden en este caos , sin destruir las leyes de la necesidad pero haciéndolas útiles a sus deseos. De esta manera el mundo ha sido formado por la unión de la razón y la necesidad. El demiurgo comienza, pues, por separar las cuatro especies de cuerpos que se componían de elementos regulares, formados a su vez de elementos regulares más simples, que Platón describe geométricamente.
En primer lugar, resulta evidente para todo el mundo que el fuego, la tierra, el agua y el aire son cuerpos. Ahora bien: la esencia del cuerpo posee también siempre el espesor. Pero todo espesor envuelve necesariamente la naturaleza de la superficie. Y toda superficie de formación rectilínea está compuesta por triángulos. Ahora bien: todos los triángulos derivan su principio de dos tipos de triángulos, de los cuales cada uno tiene un ángulo recto y los otros agudos. De esos triángulos uno tiene, por una parte y por otra, una parte del ángulo recto dividido por dos lados iguales; el otro tiene partes desiguales del ángulo recto divididas por lados desiguales. Éste es el principio que suponemos para el fuego y para los demás cuerpos elementales .
Aquí está la teoría platónica de los átomos, unida a la teoría de la composición de los cuerpos, de sus transformaciones, así como de sus cambios físicos: dilatación, fusión, disolución, evaporación, por la acción del aire y del calor, y consecuentemente también la meteorología. Cualquier plano está constituido por triángulos o se resuelve en triángulos. Platón aplica aquí el principio de la medición práctica de superficies. Todos los triángulos tienen su origen en dos tipos, ambos rectángulos; el primero, el isósceles, no admite ninguna variedad y es idéntico a sí mismo; el segundo, el escaleno, tiene muchas variedades.
En cuanto a los principios superiores aún a estos, solamente un Dios los conoce, y entre los mortales, aquellos a quienes ese Dios concede su amistad.

¿Son esos principios los números? El matiz decididamente pitagórico del diálogo así lo hace suponer. Puesto que, si recorremos el camino a la inversa, los sólidos derivan de los planos, éstos de las líneas, la línea del punto, de la unidad, «primera imposición del Límite sobre lo Ilimitado, de la que surgen los números». Platón tomará los triángulos como subpartículas bidimensionales, que pueden ser comparadas con los elementos vocales, que permiten componer partículas tridimensionales: en efecto, estos triángulos reunidos forman otros triángulos y tetrágonos que, a su vez, reunidos, forman los ángulos planos de los sólidos de que se componen las cuatro especies de cuerpos. Es decir, los cuatro sólidos regulares:
A continuación será necesario explicar cuál es la forma propia de cada uno de ellos, cómo se produce y de qué combinación de números procede. Comenzaremos por la primera especie, aquella cuyos componentes son más pequeños. El elemento matemático de esta especie es aquel cuya hipotenusa tiene una longitud doble de la del lado más pequeño del ángulo recto. Dos de estos triángulos se pegan según la diagonal del cuadrilátero, y esta operación se renueva y repite tres veces, de manera que todas las diagonales y todos los lados pequeños de los ángulos rectos viene a coincidir en un mismo punto, que es como un centro. Nace así un triángulo equilátero único, compuesto de pequeños triángulos en número de seis.


Figura 55.

Cuatro de estos triángulos equiláteros, unidos según tres ángulos planos, dan lugar a un solo e idéntico ángulo sólido, que tiene un valor inmediatamente inferior al del ángulo plano más obtuso. Y una vez formados cuatro ángulos de este tipo, nace la primera especie de sólido, que tiene la propiedad de dividir en partes iguales y semejantes la superficie de la esfera en que está inscrito.


Figura 56

La segunda especie se compone de los mismos triángulos. Ocho de entre ellos se reúnen para formar triángulos equiláteros, y ésos a su vez forman un ángulo sólido único, hecho de cuatro ángulos planos. Cuando se construyen seis ángulos sólidos de esta clase, resulta acabado el cuerpo de la segunda especie .
La tercera especie se forma por la unión de ciento veinte triángulos elementales; es decir, de doce ángulos sólidos, de los cuales cada uno está comprendido dentro de cinco triángulos planos equiláteros, y tiene veinte bases que son veinte triángulos equiláteros


Figura 57

Cuando hubo generado estos tres sólidos, el primer tipo de triángulo acabó su función. Por su parte, el triángulo isósceles engendró la naturaleza del cuarto cuerpo elemental.
Este cuerpo está formado por cuatro triángulos isósceles: los lados de sus ángulos rectos se unen en un centro y forman una figura rectangular equilátera. Al pegarse seis de estas figuras, dan lugar a ocho ángulos sólidos, de los que cada uno está constituido por la unión armónica de tres ángulos planos. Y la figura así obtenida es la figura cúbica, que tiene como bases seis superficies cuadrangulares, de lados iguales
.
Quedaba aún una sola y única combinación; el Dios se sirvió de ella para el Todo cuando esbozó su disposición final.


Figura 58

Platón no ignoraba que existen cinco poliedros regulares y sólo cinco. El quinto sólido, el dodecaedro, es para Platón la síntesis de los cuatro elementos. En este fragmento, Timeo no narra, expone una teoría que corresponde a las más recientes conquistas matemáticas de su tiempo, la estereometría. La existencia, demostrada matemáticamente, de los cinco cuerpos regulares y su posibilidad de transformarse uno en otro en virtud de su construcción en base a los mismos triángulos. Los cinco cuerpos regulares son las únicas cinco formas corpóreas derivables de la geometría del triángulo que se pueden inscribir en una esfera y que, por tanto, pueden servir de estructura interna del arquetipo perfecto del universo, es decir, la esfera. Pero otra cuestión que cabe destacar es que el «demiurgo no toma parte en la constitución geométrica de los elementos. Los asume pre-ordenados y con ellos construye el mundo… En realidad, lejos de crear, el demiurgo se limita a poner orden en aquello que está desordenado». La base estereométrica, es decir, teórico-espacial del mundo real es totalmente independiente de cualquier intención del demiurgo. Ésta es una idea que, según Gadamer, se contraponía a la ilimitada contingencia de los mundos infinitos que caracteriza a las teorías precedentes.
Los cuatro elementos ya habían sido concebidos por Empédocles como raíces inmutables de todos los fenómenos, pero no de manera que explicaran la transformación de los estados de agregación. El agua se convierte en hielo; luego, otra vez en agua. Para este proceso Platón ha encontrado un medio iluminante con la construcción de los tres cuerpos regulares en base a un determinado triángulo escaleno. Esta posibilidad de construcción vale sólo para el fuego, el aire y el agua, porque la tierra es construible mediante el triángulo isósceles: era una evidencia natural la posición particular de la tierra en el proceso meteorológico; mientras que los otros elementos pueden transformarse unos en otros, la tierra, al contrario, no se transforma; dividida por el fuego, atravesada por el aire o bien disuelta por el agua, siempre permanece siendo tierra y no entra, como los otros cuerpos, en las combinaciones y mezclas:
Dividamos las especies que acaban de nacer en virtud de nuestro razonamiento en fuego, tierra, agua y aire. A la tierra le atribuimos ciertamente la figura cúbica, ya que la tierra es el más difícil de mover de todos los cuerpos y de todos ellos es el más tenaz. Y es muy necesario que lo que posee tales propiedades haya recibido, al nacer, las bases más sólidas. Ahora bien: entre los triángulos que hemos supuesto al comienzo, la base formada por los lados iguales es naturalmente más estable que la que está formada por lados desiguales. Y la superficie equilátera cuadrangular compuesta de dos equiláteros es necesariamente más estable, sea en sus partes, sea en su totalidad, que una superficie triangular. Por tanto, al atribuir esta superficie a la tierra, nos conformamos con lo verosímil. Y eso mismo hacemos al atribuir al agua la figura menos móvil y al aire la figura intermedia. Y así mismo el cuerpo más pequeño al fuego, el mayor al agua y el intermedio al aire. El más agudo al fuego, el que le sigue en esta cualidad al aire y el tercero al agua. Así, entre todas estas figuras, la que tiene las bases más pequeñas debe tener necesariamente la naturaleza de lo más móvil; siempre es la más cortante, la más aguda de todas y, además, la más ligera, puesto que se compone del más pequeño número de las mismas partículas. Y la segunda debe ocupar el segundo lugar en lo que respecta a estas propiedades, y la tercera el tercer lugar. Consiguientemente, según la recta lógica y según la verosimilitud a un tiempo, la figura sólida de la pirámide es el elemento y el germen del fuego; la segunda en orden de nacimiento es el elemento del aire, y la tercera, el del agua.
Ahora bien: conviene concebir todas estas figuras tan pequeñas que, dentro de cada género, ninguna puede nunca ser percibida por nosotros individualmente a causa de su pequeñez. Por el contrario, una vez ellas se agrupan, las masas que ellas forman son visibles. Y por lo que respecta a las relaciones numéricas que se hallan en su número, en sus movimientos y en sus demás propiedades, hay que considerar siempre que el Dios, en la medida en que el ser de la necesidad se dejó persuadir espontáneamente, las ha realizado en todo de manera exacta, y así ha armonizado matemáticamente los elementos.
Según todo lo que llevamos dicho acerca de los géneros, veamos lo que verosímilmente tiene lugar. Cuando la tierra se encuentra con el fuego es dividida por lo que hay en él de cortante, desaparece, bien sea por disolverse en el mismo fuego, bien sea por encontrar una masa de aire o agua. Esto ocurre así hasta que sus partículas se vuelven a encontrar y se unen de nuevo entre sí. Y es entonces tierra que renace. Porque la tierra nunca podría convertirse en otro elemento.
Por el contrario, el agua dividida por el fuego o por el aire puede, al recomponerse, dar lugar o bien a un corpúsculo de fuego, o bien a dos corpúsculos de aire. En cuanto a los elementos de aire, en caso de perder su unidad y deshacerse, darán lugar a dos corpúsculos de fuego. Por el contrario, cuando una pequeña cantidad de fuego se encuentra rodeada de una masa de aire, de agua o de una parte de tierra, este fuego es arrastrado por el movimiento del elemento que lo envuelve, es dominado y roto a pedazos. Y en este caso, dos corpúsculos de fuego se condensan en un elemento de aire. Si el aire a su vez es dominado y roto a pedazos, de dos elementos enteros de aire más un medio elemento se forma, por aglomeración, un corpúsculo completo de agua.


Efectivamente:

  Caras Ángulos Triángulos elementales
Tetraedro 4 4 24
Octaedro 8 6 48
Icosaedro 20 12 120
Cubo 6 8 24

Partiendo de los elementos constituyentes, la división, por ejemplo, del icosaedro dará nacimiento a 2 octaedros más 1 tetraedro, es decir, que la división de una parte de agua deja en libertad 2 partes de aire y 1 de fuego:

20 = 8 + 8 + 4 ó
120 = 48 + 48 + 24

Y así ocurre con los otros sólidos-elementos, a excepción del cubo-tierra. De este modo, la obra del demiurgo por la acción de la inteligencia introduce en la materia las determinaciones numéricas y geométricas. Cuando Platón presenta el receptáculo no ya informe sino determinado, el receptáculo es entonces los cuerpos primeros, fuego, aire, agua tierra, que podrían ser nombrados igualmente tetraedro, octaedro, icosaedro, cubo…
Timeo analiza a continuación las diversas reacciones mutuas de los cuerpos, alegando siempre procesos de separación, unión o condensación, compresión, etc.… Estudia el movimiento y el reposo; refiere el movimiento a la diversidad y el reposo a la uniformidad. Pasa a analizar las impresiones que se producen en nosotros, y por qué: caliente, frío, duro, suave…; y finalmente los gustos. Curiosamente la teoría de la sensación, que está al final de la segunda parte, precede a la anatomía y fisiología, a las que dedica la tercera parte. Pero antes de iniciar esta parte final, Timeo reitera de nuevo el argumento central de su exposición:
Volvamos, pues, brevemente una vez más al comienzo y volvamos rápidamente al punto mismo desde el que hemos llegado hasta aquí. E intentemos darle a nuestra historia como fin una cabeza que sea adecuada a su comienzo, en orden a coronar así lo que antecede. Así, pues, según se ha dicho al comienzo, al hallarse todas las cosas en desorden, el Dios ha introducido en cada una de ellas en relación consigo misma, y en las unas respecto de las otras, unas ciertas proporciones. Y esas proporciones fueron lo más numerosas posibles y se hallaban en todas las cosas que podían conllevar relaciones regulares y una medida común. Porque hasta aquel momento, ni una sola de ellas participaba en absoluto del orden, de no ser de una manera accidental. Absolutamente ninguna era digna de recibir ninguno de los nombres que nosotros les damos ahora, como son fuego, agua, o cualquier otro de este género. Todo esto lo ha ordenado el Dios desde el comienzo, hasta el momento en que fue formado ese Todo, viviente único, que contiene en sí mismo todos los vivientes mortales e inmortales. De los vivientes divinos Dios mismo ha sido el artesano. Y ha mandado a sus propios vástagos que se preocuparan de asegurar la producción de los vivientes mortales.
Platón explica el cuerpo como un compuesto de cuatro elementos o, mejor dicho, de los triángulos elementales que los configuran; la evolución lo hace crecer, después decrecer; en el período de crecimiento o juventud, los triángulos elementales se aprietan, la carne se afirma; cuando declina, entrada ya la vejez, la raíz de los triángulos se afloja y, cuando éstos están bien dilatados, sin cohesión, desatan los lazos del alma y ésta, «liberada de conformidad con la naturaleza, echa a volar alegremente». Puesto que todo lo que es conforme a la naturaleza es agradable, y todo lo que es contrario es desagradable. Esta idea del alma feliz por haberse librado de la prisión del cuerpo la retomarán Plotino y los neoplatónicos.
Según la psicología de Platón, además del alma inteligible e inmortal que reside en la cabeza y es en todo semejante al alma del mundo, los dioses han dado a cada hombre otras dos, pero éstas, mortales, están destinadas a perecer con el cuerpo; una reside en el tórax y es sede de las pasiones enérgicas; la otra reside en el vientre y es sede de los apetitos sensuales. Cada una de estas tres almas tiene existencia aparte. Y Platón explica que, temiendo manchar el principio divino inmortal del alma que reside en la cabeza, separaron ésta del cuerpo con esa especie de istmo que es el cuello.
En cuanto a la patología, Platón considera primero el cuerpo aislado; como dice al principio de esta tercera parte, el cuerpo es el carro del alma; después considera la unión y la acción del cuerpo sobre el alma en el viviente. Las enfermedades son alteraciones, son alteraciones en la medida y las proporciones del compuesto:
Cuando el cuerpo está enfermo, sobre todo debido al exceso de fuego, produce las inflamaciones y las fiebres continuas. Cuando el exceso proviene del aire, se dan las fiebres cotidianas; cuando proviene del agua, las fiebres tercianas, ya que el agua es más lenta que el fuego o el aire. si proviene de la tierra, puesto que la tierra ocupa el cuarto lugar en la escala de la lentitud, la purgación se efectúa en un período de cuatro días, lo cual da lugar a las fiebres cuartanas, de las que es difícil deshacerse.

Mientras que el bien es la proporcionalidad, el mal es la desproporción ( ametria ), y esto es particularmente importante cuando se enfoca la composición del cuerpo y del alma, combinación cuyo buen resultado está en el equilibrio. La enfermedad es una derogación violenta de las leyes de la naturaleza: un equivalente en el orden del ser de lo que es el error en el orden del conocer. La tercera parte termina con unas consideraciones sobre lo que le corresponde al viviente mortal: escoger el bien, y escoger el bien es hacer que la proporción, el orden y la armonía establecidas por el Dios, primero entre las partes del alma, después entre las partes del cuerpo y, en fin, en la unión del cuerpo y el alma, sean preservadas en sus relaciones originales de cantidad, jerarquía, posición, equilibrio:
Atendamos, empero, a la consideración que es análoga a ésa: qué medios deberán entrar en juego para que la salud de los cuerpos y la de los espíritus sean debidamente atendidas y conservadas; parece, en efecto, oportuno abordar esta cuestión ahora, ya que vale más hablar del bien que del mal. Ahora bien: todo lo que es bueno es bello, y la belleza no se da sin unas relaciones o proporciones regulares. Se supondrá, pues, que el ser vivo, para estar bueno, deberá connotar esas proporciones. Sin embargo, nosotros no vemos ni damos razón de esas relaciones más que en las cosas pequeñas. En lo que toca a las cosas más importantes y más considerables, nosotros no caemos en la cuenta de ellas. En efecto, en lo que respecta a la salud o la enfermedad y a la virtud o al vicio, no hay ninguna medida regular ni tampoco carencia de medida que tengan consecuencias de más monta que las del alma misma en su relación con el cuerpo. Y precisamente a estas relaciones no les prestamos ninguna atención, no pensamos nada en ellas. No ponderamos debidamente el hecho de que, cuando una forma corporal demasiado débil o demasiado pequeña posee un alma vigorosa y grande en todos sus aspectos, o bien cuando, por el contrario, esas dos realidades se unen en la relación inversa, el viviente entero, tomado en su totalidad, no puede ser bello, ya que entonces carece de las proporciones más esenciales. Y no vemos que, al revés, cuando está constituido de la forma opuesta, de entre todos los espectáculos que se le brindan al que es capaz de ver, ofrece él el más bello y el más amable.

Recomienda la higiene física e intelectual y sobre todo velar por la hegemonía de la parte inmortal y divina del alma. En definitiva, es imprescindible para el ser viviente imitar tanto como sea posible la armonía del universo y para esto necesita conocer el orden y las leyes del mundo.
En síntesis: Timeo el astrónomo ha explicado los orígenes del mundo y del hombre; los ha explicado con una finalidad: definir el mejor comportamiento en la mejor de las ciudades. Porque para Platón, «la verdadera finalidad del Timeo no es la física como tal, sino que la física del mundo debe conducir a la física del hombre, que permitirá saber con exactitud cuál ha de ser el comportamiento humano». En La República el universo sensible no se integraba en lo inteligible; no se explicaba el mundo, sólo se le consideraba como un obstáculo para el ascenso a la divinidad. En el Timeo, en cambio, el mundo sensible encuentra su explicación, y la encuentra en el alma, provista de un intelecto. Por su propia constitución ontológica, por el rigor y la cohesión de la estructura matemática con la que el demiurgo ha unido los elementos dispares que participan en su formación, el alma del mundo es un enlace entre lo inteligible y lo sensible; ella», extendida a través de todo el cuerpo del mundo… e incluso más allá del cuerpo del mundo», permite la penetración de lo inteligible en el interior de lo sensible. Por una parte, el alma del mundo, siendo intelecto, conoce las Ideas; por otra parte, es principio del movimiento del mundo; y puesto que conoce el orden inteligible, es causa del orden y de la armonía de los movimientos cósmicos. Ahora bien, el alma intelectual del ser viviente ha sido compuesta con las mismas sustancias que el alma del mundo:
Respecto de la especie de alma que tiene en nosotros la primacía, hay que hacer la observación siguiente. El Dios nos ha obsequiado con ella a cada uno de nosotros como un genio divino. Es el principio que hemos dicho que habita en la parte más elevada de nuestro cuerpo. Ahora bien: nosotros podemos afirmar con toda verdad que esta alma nos eleva por encima de la tierra, a causa de su afinidad con el cielo, ya que somos una planta celeste, de ninguna manera terrena. Dios, en efecto, ha colocado nuestra cabeza en la parte alta, en la parte de donde tuvo lugar la producción primitiva del alma; la cabeza es así como nuestra raíz y, en consecuencia, ha dado a todo el cuerpo la posición derecha.

Por tanto, el ser viviente aparece como un microcosmos en relación con el macrocosmos. Sus movimientos son de la misma especie que el alma del mundo; los círculos de lo Mismo y de lo Otro deben girar en el alma humana igual que en el alma universal. Si giran a contratiempo es a causa del desorden inherente a la materia. Porque el cuerpo humano, aunque constituido con los mismos elementos que los del cuerpo del mundo, está sin embargo sometido a la generación y a la corrupción; esto explica por qué la unión de su alma y su cuerpo es tan frágil y desequilibrada. No obstante, el alma humana está vinculada al alma del mundo, cuyos movimientos son regulares y bellos: tales han de ser los movimientos del alma humana:
Ahora bien: cuando un hombre se abandona a la concupiscencia y a las malas costumbres y ha ejercitado ampliamente esos dos vicios, todos los pensamientos se vuelven necesariamente mortales. En consecuencia, se vuelve todo él mortal, en la medida en que ello es posible, y no queda en él nada que no sea mortal, por haber desarrollado tanto esa parte de su ser. Por el contrario, cuando un hombre ha cultivado en sí el amor a la ciencia y a los pensamientos verdaderos, cuando, entre todas sus facultades, ha ejercitado principalmente la capacidad de pensar en las cosas inmortales y divinas, un hombre así, si llega a alcanzar la verdad, es absolutamente necesario, sin duda, que, en la medida en que la naturaleza humana puede participar de la inmortalidad, goce ya enteramente de ella. Él, efectivamente, rinde un culto incesante a la divinidad: porque conserva siempre en buen estado el Dios que habita en él; es, pues, necesario que sea particularmente feliz. Ahora bien: hay que cuidar idénticamente todas las partes; dar a cada una los alimentos y los movimientos que le son propios. Y los movimientos que en nosotros tienen afinidad con el principio divino son los pensamientos del Todo y sus revoluciones circulares.

Así pues, el ser viviente
…debe conocer exactamente los movimientos regulares de los astros, es decir, el pensamiento perfecto del alma del mundo, y después reformar el pensamiento propio conforme a este conocimiento. Actuando así, el sabio no sólo obtiene una prueba de la divinidad sino que entra en comunión con la divinidad misma. Ahí reside el valor de la contemplación de los astros. Nos da la percepción de un orden y una armonía universales y nos hace reconocer al Alma (Intelecto) que dirige eternamente ese bello orden. Pero nos permite también reformar nuestro propio pensamiento y armonizarlo con el alma del Todo.
Que el que contempla se haga semejante al objeto de su contemplación, de acuerdo con la naturaleza originaria, y que, al haberse hecho así semejante a ella, alcance, ahora y en el futuro, la realización perfecta de la vida que los dioses han propuesto a los hombres.


Figura 59. J. Kepler, Mysterium Cosmographicum, 1596. Lámina que muestra las magnitudes y distancias de los orbes planetarios mediante los cinco cuerpos geométricos regulares.