El abismo de la semilla
I. Prigogine
Un ecléctico es un filósofo que pasa por encima de prejuicios, tradiciones, antigüedad, consenso universal, autoridad y todo lo que sojuzga la opinión de la masa; que se atreve a pensar por sí mismo volviendo a los principios generales más evidentes, examinándolos, discutiéndolos y no aceptando nada que no sea evidente por experiencia y por la razón. Es el que, de todas las filosofías que ha analizado, sin respeto a personas y sin parcialidad, se ha hecho su propia filosofía, que le es peculiar.
D. Diderot
1. Las investigaciones de Goethe
El 17 de mayo de 1787, en pleno viaje a Italia, Goethe escribe a su amigo Herder desde Nápoles, recién llegado de Sicilia. Después de agradecerle la buena acogida de sus textos, remarcando la profunda identificación que existe entre ambos, le anuncia: «Si tú en este tiempo has puesto mucho de tu parte, yo he adquirido mucho y me prometo buen camino». Casi al final de la carta, Goethe comunica a Herder su gran descubrimiento:
Por último, debo decirte en confianza que estoy muy cerca del secreto de la generación y organización de las plantas, y que es de lo más simple que se puede imaginar. He encontrado clara e indudablemente el punto esencial donde reside el germen. Todo el resto lo veo ya en conjunto, y sólo algunos puntos tienen que ser mejor determinados. La Urpflanze será el ser más maravilloso del mundo, que la Naturaleza misma habrá de envidiarme. Con semejante modelo y la clave correspondiente pueden idearse luego plantas hasta el infinito, plantas que deben ser consecuentes; es decir, que aunque no existan podrían existir, y no son sólo sombras de poeta o de pintor, sino que poseen una verdad íntima y necesaria. La misma ley se podrá aplicar también a todo lo demás que tiene vida.
Esta idea de una Urpflanze no abandonó nunca más a Goethe y fue la base de su nueva metodología científica, a la cual dio el nombre de morfología. Influido por las hipótesis desarrolladas por el propio Herder de un proceso evolutivo que involucraba a todos los organismos (hipótesis precursora de las ideas de Darwin), y por el sistema de clasificación botánica de Linneo, Goethe, por su parte, consideraba inadecuado tratar de buscar relaciones causales de tipo mecanicista en el desarrollo morfogenético de las plantas.
Figura 60. Goethe, Banksia integrifolia. Tinta y acuarela s/p.
Creía que se tenía que hallar el concepto o idea de planta.
En La metamorfosis de las plantas, uno de sus primeros ensayos publicado en 1790, Goethe describe cómo, con atenta observación e intuición, fue siguiendo el proceso de desarrollo de los órganos individuales de una única planta a partir de la semilla:
En esta etapa podemos reconocer con precisión y facilidad las partes que directamente la componen. Ella deja su envoltura… más o menos en la tierra, y, en muchos casos, cuando la raíz se ha fijado al suelo, muestra a la luz los primeros órganos de su crecimiento superior, los cuales ya están presentes secretamente bajo el tegumento de la semilla. Estos primeros órganos se conocen por el nombre de cotiledones; pero también se les ha llamado hojas seminales, hojas embrionales, núcleos, pues así se trataba de señalar las diversas formas en las que podemos observarlos.
Y detalla cómo contempló luego que en una misma planta la forma de una hoja puede transformarse continuamente:
La planta puede crecer, florecer o dar frutos, pero son siempre los mismos órganos los que, en destinos y formas con frecuencia diversas, siguen las prescripciones de la naturaleza. El mismo órgano que se expande en el tallo como hoja y toma las formas más diversas, se contrae luego en el cáliz, vuelve a expandirse en los pétalos, se contrae en los órganos reproductores, y se vuelve a expandir, por último, como fruto .
De esta manera, Goethe explica los órganos aparentemente diversos de la planta en crecimiento a partir de un único órgano, la hoja (denominación que tiene un doble sentido: empírico y trascendental a la vez), que se desarrolla en cada nudo, y a partir de ahí se completa sustancialmente el ciclo entero de la planta. En cuanto a los términos expansión y contracción, Goethe considera necesario aclarar que sólo son utilizados aquí impropiamente, pues no expresan en toda su amplitud la fuerza que actúa en la progresiva transformación de las partes de la planta y, por tanto, «sería mejor asignarle una X o una Y, según el modo algebraico». Para Goethe, esta fuerza basada en el principio de polaridad (expansión-contracción, luz-oscuridad, inhalación-exhalación…) es la que preside la continua transformación de un cuerpo en otro. Pronto advirtió que, bajo los innumerables cambios que afectan a las formas externas, permanece idéntica la idea de un principio formativo. Denominó a este principio Urpflanze, significando con ello el principio subyacente a la estructura morfológica de toda generación de plantas. La Urpflanze permite no sólo reconocer a cada planta como una expresión específica de este principio, sino también, como había anunciado a Herder, imaginar y producir plantas que, aunque no existen, pueden potencialmente existir.
Directamente relacionado con el concepto de Urpflanze está el concepto de Typus que Goethe emplea sobre todo en zoología. Los esqueletos de todos los mamíferos se forman a partir del mismo principio formativo porque pertenecen todos al mismo tipo. Los huesos individuales pueden tomar varias formas; están todos presentes en el lugar adecuado y siempre en relación uno con otro. La idea de un Typus universal condujo a Goethe a su conocido descubrimiento de un hueso intermaxilar que está atrofiado en los seres humanos. Ningún animal representa el tipo mismo, dice Goethe, porque «jamás lo particular puede servir de modelo al todo». La Urpflanze y el Typus no son sólo experiencias, también son ideas: ideas de la naturaleza.
2. La Morfología: un nuevo método cognitivo.
Buscar un principio invariante entre una familia de fenómenos diversos, tratando de aprehender la unidad dentro de la diversidad: ése es el método de Goethe. No le interesa la sucesión causal superficial sino la derivación a partir del principio que reina en el interior mismo del fenómeno: «Incluso la forma más rara preserva secretamente el prototipo»; «Todas las formas son análogas, y ninguna se asemeja a la otra; / así indica el coro una ley oculta, / un sagrado enigma». Para Goethe, remontarse al prototipo supone no sólo encontrar todas las formas existentes sino también poder deducir otras perfectamente posibles. Ahora bien, la necesidad de postular la existencia del arquetipo no le permite eludir la observación de las formas derivadas porque existe entre ambas una necesaria solidaridad, que Goethe explica con la fórmula «la teoría de las configuraciones es la teoría de las transformaciones».
Si como investigador Goethe rechaza la experimentación basada en hipótesis y la medición como únicas vías de acceso a la naturaleza, como hombre de letras, como poeta extraordinariamente lúcido y sensible conoce bien las dificultades del lenguaje para expresar convenientemente las intuiciones personales más profundas. Por eso, en la introducción a su doctrina morfológica, considera necesario precisar:
El idioma alemán tiene la palabra Gestalt (forma) para designar la complejidad existente de un ser real. Pero en este término, el lenguaje abstrae, de lo que es móvil, un todo análogo y lo fija en su carácter como algo establecido y acabado. Sin embargo, si consideramos todas las formas, en particular las orgánicas, no encontramos en ninguna parte formas subsistentes, o sea, formas que no se muevan porque las haya alcanzado ya su perfección, sino que todas fluctúan en un continuo devenir. Por eso nuestro idioma utiliza la palabra Bildung (formación) para designar tanto lo que ya se ha producido, como lo que está en vías de producirse. Así pues, puesto que queremos introducir una Morfología, no debemos hablar de formas, y si usamos esta palabra será pensando sólo en una idea, en una noción o en algo que se fija en la experiencia sólo durante un momento. (…) Cuando algo ha adquirido una forma se metamorfosea en una nueva. Si nosotros queremos llegar a alguna percepción viva de la naturaleza, nosotros mismos debemos mantenernos tan rápidos y flexibles como la naturaleza y seguir el ejemplo que ella nos da.
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo pueden ser conocidos fenómenos que están en un proceso de cambio sin solución de continuidad? Frente a la metodología científica convencional, que Goethe rechaza totalmente porque «la naturaleza enmudece en la cámara de tortura», él se pronuncia a favor de un método basado en una observación contemplativa, una percepción intuitiva capaz de alcanzar el núcleo más recóndito y más profundo de la naturaleza y, por tanto, capaz de aprehender aquello que siempre es. Este método tiene tres etapas ascendentes. En la primera se encuentra el «fenómeno empírico», es decir, el fenómeno tal como cada uno lo percibe en su experiencia directa e inmediata de la naturaleza. En la segunda etapa, el fenómeno empírico se eleva mediante experimentos de observación más penetrantes a «fenómeno científico».
Finalmente, en la tercera etapa se encuentra el «fenómeno puro», que «no puede nunca ser aislado, pero se muestra en una sucesión constante de fenómenos». El «fenómeno puro» (das reine Phänomen), para el cual más tarde Goethe utilizó el término Urphänomen, se alcanza únicamente mediante un empirismo más elevado, «el juicio intuitivo», concepto que, como explica Goethe, debe a un fragmento de la Crítica del Juicio donde Kant admite la posibilidad de un intellectus archetypus, un entendimiento que no sea discursivo sino intuitivo, y que vaya de lo sintéticamente universal hacia lo particular, es decir, del todo hacia las partes.
Goethe considera el Urphänomen como una actividad pura, accesible y realizable sólo a través de la práctica. Pero a diferencia del método hipotético-deductivo que, al aislar el fenómeno y reemplazarlo por una fórmula matemática no puede desarrollarse ya con él, el método de Goethe parte de la práctica experimental para acceder a la actividad que subyace a todos los fenómenos, donde sujeto y objeto están inseparablemente unidos y, de este modo, mutuamente transformantes. Ninguna descripción de este método pareció más precisa a Goethe que la realizada por su amigo Heinroth, y así la refiere:
(Él) define como característico mi modo de proceder en el sentido de que mi pensamiento trabaja objetivamente. Con esto quiere decir que mi pensamiento no se separa de los objetos, sino que los elementos de los objetos, sus imágenes sensibles, confluyen en él y son íntimamente penetradas por él; que mi ver es ya un pensar y mi pensar un ver.
3. Goethe vs. Newton: teoría = contemplación.
En este punto, debemos acudir a la etimología de la palabra «teoría», pues en el griego original Qewtia significaba «contemplación», «observación».
Figura 61. Banksia integrifolia. Secuencia metamórfica. Tinta y acuarela s/p
Como escribe Steiner en Presencias reales : «La palabra "teoría" ha perdido su marca de origen. En un comienzo tenía sus significados y connotaciones tanto profanas como rituales. Aludía a una lucidez concentrada, a un acto de contemplación centrado pacientemente en su objeto. Pero se relacionaba también con el acto testimonial realizado de los representantes enviados en solemne embajada para oír a los oráculos u observar los ritos realizados en los sagrados Juegos Áticos. Un 'teórico' es aquel que es disciplinado en la observancia, un término cargado de doble significación de percepción intelectual y sensorial y de conducta religiosa o ritual. La fuerza original de visión, de vista atenta implícita en la palabra, se halla presente en la frase de sir Thomas Brown: "Obtengo una verdadera Teoría de la muerte cuando contemplo una calavera o cuando examino un esqueleto con las vulgares imaginaciones que éste arroja sobre nosotros"». Por su parte, Goethe escribe:
Lo más importante es comprender que todos los hechos son realmente teoría. El azul del cielo nos revela la ley básica del color. No busquéis nada detrás de los fenómenos, ellos mismos son la teoría.
Uno de los mejores ejemplos de su proceso de investigación es la Teoría de los colores, publicada en 1810, donde Goethe desarrolla una física del color basada en la experiencia de la realidad cotidiana. Antes, Newton había elaborado su teoría a partir del experimento de hacer pasar un rayo de luz a través de un prisma, un procedimiento que Goethe consideraba insuficiente y equivocado de principio, justamente porque «obstaculizaba violentamente una concepción libre de los fenómenos del color». Además, al considerar la luz como una mezcla de todos los colores, Newton había llegado a un grado tal de abstracción que había hecho desaparecer la propia noción de luz.
Figura 62. Teoría de los colores, 1810. Lám. IIa
Por el contrario, Goethe buscó primero los fenómenos de color más simples como base, y a partir de ellos trató de comprender situaciones cada vez más complejas. Su premisa inicial era que la posibilidad de una aparición del color depende del sentido de la vista:
Los colores son actos de la luz; actos y sufrimientos. En este sentido cabe esperar que nos ilustren sobre la naturaleza de la misma. Si bien los colores y la luz guardan entre sí relaciones exactísimas, tanto aquéllos como ésta pertenecen en un todo a la naturaleza; pues a través de ellos la naturaleza quiere manifestarse particularmente al sentido de la vista.
En la Teoría de los colores, como antes en La metamorfosis de las plantas, Goethe practica la observación contemplativa con el mayor grado de precisión, intensidad e imaginación, hasta el punto de «habitar en el fenómeno». El primer paso consiste en una interacción armoniosa de la observación y el pensamiento.
A medida que se intensifica el proceso, el pensamiento va entrelazándose con el fenómeno mismo en una contemplación activa, e inversamente, la esencia del fenómeno cobra vida en el pensamiento: «Hay un refinado empirismo que se identifica con el objeto de la manera más profunda y de este modo deviene efectiva teoría». Sin embargo, Goethe considera que para alcanzar plenamente esta última etapa se requieren unas determinadas condiciones intelectuales de las que el ser humano no disfruta aún, y por eso añade:
Aunque este acrecentamiento de nuestro poder mental corresponde a una época altamente avanzada .
4. El reino de los arquetipos.
Goethe creía que en la naturaleza viviente nada sucede que no esté en relación con la totalidad, y si las experiencias se nos aparecen sólo de manera aislada, esto no quiere decir que estén realmente aisladas.
Su concepción del universo, como un todo viviente, dinámico, implica la unidad orgánica de la naturaleza y el ser humano. Ahora bien, el todo no es algo substancial o actualizado; es pura potencialidad.
Únicamente el conocimiento que tiende hacia el «juicio intuitivo» puede aprehender la unidad del continuo impulso formativo y, cuando discierne las fuerzas creativas de la naturaleza, deviene Urphänomen. Se trata de una percepción contemplativa, intuitiva, capaz de aprehender el núcleo esencial del fenómeno que hace que éste sea lo que fue, lo que es y lo que será. Pues, para Goethe, la inteligibilidad no reside en el nivel de las apariencias sensibles sino en el de la estructura abstracta que las engendra, la matriz creadora.
En la segunda parte de la obra que le acompañó toda su vida, su opus magnum, Goethe describe el reino de las «Madres» en esa magnífica escena donde encuentra radicación original su teoría morfológica. Fausto se ha comprometido a complacer el deseo del emperador de que aparezcan al momento y en persona Elena y Paris, «los arquetipos de hombre y de mujer», para «verlos de cerca y claramente». Preocupado por cumplir su palabra, que requiere un artilugio mágico, Fausto pide a Mefistófeles su intervención. Éste, sin embargo, reconoce no tener poder sobre tales figuras y, por lo tanto, deberá encargarse el propio Fausto de realizar la misión. Con este fin, Mefistófeles le hace descender (o ¡ascender...!) a buscar a Elena y a Paris al abismo más profundo, al «reino absoluto de las formas». Allí están las «Madres», las grandes y solemnes potencias productoras de las formas sensibles, «diosas en sus tronos solitarios, / que no rodea el tiempo ni el espacio». Para facilitarle el acceso a ese reino de «lo no hollado, lo inaccesible y no alcanzado», siempre en constante «formación, transformación, / recreación eterna de la mente eterna», Mefistófeles da a Fausto una llave insignificante que crece al contacto con su mano y que habrá de indicarle «el camino justo».
En 1787 Goethe había anunciado desde Italia su descubrimiento del 'punto esencial donde reside el germen', la Urpflanze, con cuyo 'modelo y la clave (llave) correspondiente', podían ser pensadas todas las plantas, existentes o no. Ese punto, que contiene potencialmente a la planta entera, es «el germen», la semilla. Años más tarde, en 1823, al final de un breve ensayo donde destaca el alcance del pensamiento objetivo en sus investigaciones y en su obra poética, Goethe formula retrospectivamente una experiencia acumulada a lo largo de su vida:
He visto claramente ante mis ojos que todos los objetos que desde hace cincuenta años a esta parte he observado e investigado debían suscitar necesariamente en mí la representación y convicción de la que aún hoy no puedo separarme. Es cierto que puedo pasar a un punto de vista opuesto por algún tiempo, pero para sentirme bien, al menos en cierta medida, debo retornar siempre a mi antiguo modo de pensar. Estimulado por estas consideraciones he continuado examinándome y he encontrado que todo mi modo de proceder se funda en la derivación: no me detengo hasta que no encuentro un punto fértil del que muchas cosas se puedan derivar, o más bien que las produzca espontáneamente de sí mismo y me las ofrezca, de modo que yo, en el esforzarme y en el recibir, procedo con cautela y fidelidad .
Figura 63. Kunzea ambigua. (Foto J. Plaza.)
Figura 64. Kunzea ambigua. Tinta y acuarela s/p.
Para Goethe, decir que un punto es fértil —como lo es la Urpflanze en botánica, o el Typus en zoología—, que produce y ofrece muchas cosas, significa afirmar que ese punto está vivo. El pensamiento objetivo, la contemplación activa en la que se basa el método de Goethe es una fuente de toda clase de intuiciones y, como tal, una modalidad cognitiva. El punto fértil, la semilla es, real y simbólicamente, la encarnación de un pensamiento nuevo. La misma llave que había permitido a Goethe descubrir un nuevo método cognitivo podía ser también la que desbloqueara el camino hacia la ciencia del futuro…
5. No sólo la ciencia y el arte. Sobre todo, la vida.
Un excelente ejemplo del tipo de relación que Goethe establece entre la ciencia y el arte nos lo proporciona, efectivamente, lo que escribió a propósito de ello pero, más aún, lo que hizo: la obra que es su propia vida. Porque difícilmente podemos separar en ella los aspectos científicos y artísticos, y, más allá de estas divisiones contingentes, su método de aproximación y comprensión de la naturaleza, es decir, la morfología en tanto que estudio de las formas que toma la naturaleza en sus continuas metamorfosis, surge de la idea de la ciencia y el arte como una unidad. Unidad con la vida misma:
Confieso que la gran meta, que parece tan importante, expresada en la máxima «conócete a ti mismo», me ha suscitado siempre sospechas, como si fuese una astucia de sacerdotes secretamente confabulados que quisieran confundir al hombre con exigencias inalcanzables y desviarle de la actividad en el mundo externo hacia una falsa contemplación interior. El hombre se conoce a sí mismo sólo en la medida en que conoce el mundo, del cual toma conciencia sólo en sí mismo como toma conciencia de sí sólo en él. Cada objeto nuevo, bien contemplado, inaugura en nosotros un nuevo órgano.
Sobre la ciencia, Goethe afirma: «Pasamos por el reino del saber, de la ciencia, sólo para volver mejor equipados a la vida». Sobre el arte: «Aquel a quien la naturaleza comienza a revelar sus secretos ostensibles se siente irresistiblemente atraído hacia su intérprete más digno, el arte». Y además: «Las obras de arte insignes fueron producidas por los hombres, igual que las más excelentes obras de la naturaleza, según las leyes verdaderas y naturales».
Si la ciencia es para Goethe una actividad cognitiva, el arte lo es en la misma medida o más aún, porque la naturaleza no sólo puede ser comprendida también a través del arte sino que éste, como «su más digno intérprete», es un medio capaz de poner de manifiesto sus leyes secretas, capaz de sugerir el poder formativo del todo.
6. El reconocimiento.
A lo largo de su vida, Goethe no consiguió el reconocimiento que deseaba para sus investigaciones científicas. No podía ser de otra manera, porque la ciencia siguió la línea marcada por Newton y, en consecuencia, prescindió de todo cuanto no encajaba allí. Y, sin embargo, Goethe atribuía a esas investigaciones una importancia extraordinaria, hasta el punto de afirmar:
No hago mucho caso de lo que he obtenido como poeta: excelentes poetas viven al mismo tiempo que yo; otros mucho más grandes han vivido antes que yo, y vendrán otros parecidos a mí. Pero de lo que estoy orgulloso y lo que me da un sentimiento de superioridad respecto a un gran número de hombres, es haber sido el único en mi siglo que en la ciencia difícil de la teoría de los colores haya conocido las soluciones justas.
Tuvo que pasar más de un siglo y tuvo que dar la ciencia un vuelco espectacular para que se empezara a considerar justamente el valor de las aportaciones de Goethe. Desde mediados de los años 20, sus escritos sobre la naturaleza han ido encontrando una creciente audiencia. La publicación, en 1926, del volumen Goethes morphologische Scriften por Wilhelm Troll impulsó extraordinariamente los estudios de morfología en Alemania y en Rusia. Cuando Claude Lévi-Strauss se preguntó por los orígenes del estructuralismo contemporáneo encontró en la filosofía natural de Goethe, principalmente por su enfoque del arquetipo y la metamorfosis, una de las fuentes del pensamiento estructuralista. Por su parte, Paul Feyerabend ha presentado a Goethe como un modelo que anticipó las objeciones contemporáneas al «dogmatismo» de la teoría de Newton, y ha celebrado el «sentido crítico» de Goethe como historiador de la ciencia.
Figura 65. Kunzea ambigua. Tres aspectos de la planta. Tinta y acuarela s/p
Embriólogos y genetistas como Paul Weiss y Conrad Waddington, en sus investigaciones sobre los procesos morfogenéticos, reintrodujeron las ideas de Goethe en los conceptos de organización y estructura jerárquica de los organismos. Hace poco más de una década, un destacado estudio de James Gleick enfatizaba la influencia seminal de los trabajos de Goethe sobre los colores y la morfología de las plantas en el desarrollo de la teoría del caos. Y cada vez son más numerosas las voces que desde disciplinas diferentes reconocen a Goethe haber anunciado algunos de los principios más importantes de la filosofía de la ciencia contemporánea.
7. A modo de conclusión.
En un texto donde parecen resonar las ideas de Goethe, Prigogine afirma:
Sabemos que podemos interactuar con la naturaleza. Éste es el núcleo de mi mensaje… La materia no es inerte. Está viva y activa. La vida siempre está cambiando de un modo u otro, en su proceso de continua adaptación a condiciones de ausencia de equilibrio. Una vez liberados de la lúgubre visión de un mundo determinista, podemos sentirnos libres para crear nuestro destino, para bien o para mal. La ciencia clásica nos hacía sentir como testigos indefensos del mundo de la relojería de Newton. Hoy en día la ciencia nos permite sentirnos en casa en el seno de la naturaleza.
La nueva visión de la realidad surgida en el transcurso de este siglo hace necesaria una reflexión sobre el nuevo paradigma científico emergente para comprender la naturaleza de la materia, el fenómeno de la vida y de la propia mente. Cuando las leyes de la naturaleza ya no están asociadas a la certidumbre sino a las posibilidades y el futuro es abierto, se vislumbra un nuevo concepto de «creación» que afirma la participación, más o menos modesta, del hombre en la construcción del universo. En este sentido, es muy significativo que sean los propios científicos quienes, al exponer sus más recientes descubrimientos, no sólo insistan en la necesidad de su difusión, sino que enfaticen la urgencia de un cambio radical a nivel del pensamiento. Ahora bien, ¿de dónde puede surgir un pensamiento distinto o una visión nueva? Según afirma el mismo Prigogine:
Resulta evidente que este nuevo enfoque aúna ciencias y humanidades. Tradicionalmente, las ciencias se ocupaban de universales, y las humanidades de acontecimientos. Actualmente, es la interpretación humanista de la naturaleza en términos de acontecimientos lo que se difunde en la propia ciencia. Por lo tanto, no es sorprendente que algunos conceptos que recientemente hayan sido puestos de relieve encuentren explicación simultáneamente en las ciencias y en las artes.
Por su parte, el físico Arthur Zajonc se pregunta: ¿no engendrarán las innovaciones técnicas de la mecánica cuántica una revolución similar en el pensamiento? ¿Cómo será la nueva forma de entendimiento que demanda el futuro? Frente a las paradojas que implican las actuales teorías científicas, Zajonc considera que deberíamos desarrollar una nueva facultad imaginativa.
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