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Al
comenzar este escrito estoy a punto de cumplir sesenta años y eso lo
puedo vivir ahora como un gran honor y una bendición. La espiritualidad
ha marcado mi búsqueda existencial desde el principio de mis días, pero
si tuviera que expresar las conclusiones a las que he llegado, a modo de
resumen de un sextenio, mis palabras no serían tanto de mística o de
metafísica sino precisamente de pedagogía. El modo en el que he (y
hemos) sido educada por una sociedad patriarcal, y el modo en el que yo
misma he realizado mis enseñanzas a hijos, nietos y alumnos, me ha
proporcionado muchos incentivos y muchos revulsivos que han teñido mi
experiencia vital y mi transformación psicoemocional, por tanto, todo lo
que he vivido como alumna y como maestra han determinado ‘luego’ (no
antes) mi camino espiritual.
El
crisol de cualquier camino evolutivo está centrado en el cómo, cuándo y
porqué de la pedagogía. No hay ni un momento de nuestra larga existencia
que no estemos sujetos a ella. Todos somos víctimas o afortunados de
alguna enseñanza recibida. Y los errores de cómo enseñamos, o de cómo
hemos sido enseñados, el ‘cómo se ha grabado un código’ en nuestra
psique y en nuestra alma, es lo que condiciona por completo la
experiencia vital de cualquier individuo, tengas luego la profesión que
tengas, incluso teniendo o no teniendo descendencia. Estamos
completamente determinados por la pedagogía recibida; y nosotros
determinamos día a día a nuestros ‘alumnos’, entre los cuales se
encuentran hijos, nietos, pupilos, amigos y conocidos. Todos somos
maestros y enseñamos o mostramos de algún modo lo que sabemos y somos, a
la vez que todos somos alumnos de nuestros congéneres.
Cuando
nacemos, justo cuando cada uno ve por primera vez la luz, después de
nueve meses de introspección dulce, yin, silente, oscura e intrauterina,
ya tenemos una primera emoción, una tremenda sensación que nos marcará
para toda la vida. El aterrizaje a la Tierra no es ni indiferente, ni
mecánico, ni médico, sino directa y completamente emocional; es nuestra
mayor emoción. Este primer impacto de la vida encarnada puede ser de
frío, de ruido, de ser atendido y tomado por ‘alguien desconocido’ con
un gesto dulce y suave o tal vez por un gesto violento, colgado por los
pies, recibiendo golpes en la espalda para expulsar algo que siempre ha
estado dentro durante nuestros nueve meses de vida, o para obligarte a
respirar de otra manera quieras o no. Justo nacer somos limpiados y
lavados al estilo cazuela, somos vestidos de inmediato, peinados y tal
vez perfumados, para enfundarnos enseguida entre telas secas y calores
artificiales.
Pero además de todas
las emociones que puede generarnos ese primer trato físico, también
recibimos impresiones energéticas y psíquicas importantes: generalmente
sentimos por primera vez ‘miedo’, miedo a lo desconocido, y muchas veces
‘rechazo’, lo que nos genera miedo a no ser amados y aceptados por los
demás (tu familia o el mundo entero). Es un impacto enorme para
cualquier alma recién llegada el sentir que no eres bien recibido,
teniendo en cuenta que ese ‘bien recibido’ puede distar mucho del ‘bien’
que conciben tus padres y parteros, moralmente hablando. Desde el punto
de vista del amor, la pureza y la armonía, nuestra entrada en este
planeta acostumbra a ser impactante porque nuestro disco duro está
completamente virgen de códigos y normas. Y precisamente son éstas las
que se nos ‘imponen’ desde el primer momento.
¿De
dónde viene esa primera emoción de rechazo, de miedo o de fragilidad?
Pues naturalmente de creencias y hábitos automáticos, de los adultos; y a
menudo de frases ingenuas estereotipadas y de las emociones de los
propios padres como… ‘otro niño… que le vamos a hacer, yo hubiera
preferido una niña…’, o bien ‘este chaval, tal como ha venido, por poco
mata a mi mujer’, o bien ‘!otra boca para alimentar! Esperemos que se
porte bien; al menos parece que es muy mono de momento…’ O simplemente
sentimos por primera vez miedo al abandono por ser duramente separarnos
de nuestra progenitora y gestora, por alejarnos de la paz y el calor
incondicional hacia múltiples ruidos espantosos, y por el trato de
eficientes médicos, enfermeras y comadronas que se pasan tu tierno
cuerpecito de mano en mano como una pelota, poniéndonos sobre
superficies frías, sobre balanzas metálicas, introduciéndonos tubos por
la nariz y trapos resecos por toda la piel.
A
menudo no volvemos a sentir la energía de nuestra madre hasta
transcurridas interminables horas, aunque a veces cuando nos llevan a la
habitación o núcleo familiar recibimos también mucha información del
padre, de los abuelos, de los hermanos, y de todas las visitas y sus
interminables comentarios codificados, que a su vez, para nuestro disco
duro son también codificadores. Lo sentimos todo. Lo registramos todo. Y
ese basto ‘todo’ es determinante para que mantengamos luego una memoria
primaria activa, o como lo hemos llamado en mis cursos ‘la memoria
raíz’. Una memoria que es raíz, origen o pauta de todas las demás.
Si
la memoria primaria o primera fue la de no sentirse amada o bienvenida,
puede que jamás te sientas amada. Si tuviste miedo a tu nueva
existencia, puede que siempre tengas miedo a cualquier cambio o cosa
nueva de tu vida, aunque no lo expreses. La memoria primordial, la
primera emoción que tuvimos, determina y graba tu disco o sustrato, y lo
formatea de tal manera que solo un intenso y extenso trabajo propio de
mutación psicoanímica y energética, un gran trabajo de conciencia podrá
transformar ese ordenador central en una máquina realmente creativa y
eficiente, libre de interferencias. Ese gran trabajo de consciencia que
algunos hacen es mucho más que el simple curtirte o inmunizarte respecto
a las emociones. Tengamos un poco de compasión por el ser humano… no es
nada fácil nacer a este mundo.
Se
trata de un mundo repleto de normas y códigos creados por una sociedad
patriarcal con una serie de intereses muy determinados. Cuando empleo el
término ‘patriarcal’ no me refiero solo a los hombres sino también a la
mayor parte de mujeres actuales, tan patriarcales y jerárquicas como
muchos hombres, es decir, la mayor parte de la sociedad. La madre
patriarcal educa a sus hijos bajo estos mismos códigos sociales
represivos. La imposición de una jerarquía social, el principio del
poder y la autoridad generan un grado de ‘domesticación’ de nuestros
hijos que está muy lejos de la educación consciente, libre y respetuosa.
Domesticar,
como se hace con algunos animales, es conseguir que se cumplan unos
requisitos básicos, sean o no naturales, para que se moleste lo menos
posible al dueño, o para cumplir sus expectativas e intereses. En los
seres humanos sensibles la domesticación ha generado multitud de
patologías y sufrimientos, desde el punto de vista espiritual, pero
también psicológico y físico (extirpación del clítoris, pies vendados, y
mil prácticas más que aún se emplean). Tener que cumplir todo el tiempo
normas para ser bien aceptado y amado, genera una ansiedad, un vacío,
un grado de represión y un constante estrés del que difícilmente salimos
airosos. Sin embargo, para comprender y transformar nuestra
‘civilización’ lo más importante es conocer las razones de esta
educación antinatural y traumática.
Respecto
a esa concepción patriarcal de la sociedad hay mucho que decir. Y no
estoy diciendo que una concepción matriarcal o feminista sea la
alternativa, sino una visión ‘no patriarcal’ en armonía con la
naturaleza, el amor, la igualdad y el respeto. Recomiendo mucho la
lectura del mejor libro que he leído hasta ahora sobre el tema: ‘La
represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión
inconsciente’ de las autoras Casilda Rodrigáñez y Ana Cachafeiro. En mi
pequeño escrito sobre pedagogía tan solo mencionaremos que la visión
patriarcal está directamente vinculada a un plan predeterminado del
sistema económico social, a una visión falocéntrica no solo de la
sexualidad sino de la autoridad y prevalencia del hombre sobre la mujer,
en cualquier terreno. Incluso diré más, la institución del matrimonio
fue basada (hace pocos siglos…) en el principio de ‘autoridad y control’
que sustenta a toda nuestra jerarquía social. Sin el matrimonio, no
existiría ni el sistema capitalista actual, ni una jerarquía vertical de
poder, ni una sociedad autoritaria, ni una cultura represiva del deseo
básico, entre otras cosas. El contrato del matrimonio monogámico es una
invención sibilina que supuestamente representa el fin de toda carencia,
como nos explican en todos los cuentos en los que al final se casan y
acaban todas las desgracias. Pero también este invento del matrimonio ha
sido sustentado no solo por hombres, políticos y religiosos, sino por
mujeres patriarcales.
La
contrapartida del hombre y la mujer patriarcal es ‘la madre entrañable’,
como lo llaman las autoras del libro mencionado, con una visión
antifroidiana de las personas; es la madre sensual y tierna que nutre,
sustenta y cumple el deseo básico de amor, que suple y llena la ‘falta
básica’, sin condiciones ni sufrimientos ni represión. La madre y la
mujer que mima, que sabe y que quiere mimar, que ama y comprende, que
protege, permite e impulsa la naturaleza única de aquel ser amado y
vinculado a ella de alguna forma, ya sea por amor filial, fraternal,
paternal, sexual, adoptiva…
Pero este
tipo de amor no está bien visto por una sociedad patriarcal que
necesita esclavos y esclavas, gestores o trabajadores duros, eficientes,
productivos, competitivos, concentrados en el crecimiento de bienes y
su conservación, aún a costa de cargarse el planeta y por tanto sus
habitantes. Para ello existe una serie de programas pedagógicos en
cualquier ámbito, no solo en las visiones de escuelas y universidades
sino en las empresas y multinacionales, y en la propia programación de
la televisión como principal medio de manipulación de masas. No se trata
de cuestionar al hombre y defender a la mujer, pues los varones son tan
víctimas de esa falocracia como las mujeres y niños; se trataría de
enfocarnos hacia una fraternidad igualitaria, no esclava del poder
económico y del sometimiento generacional, una comunidad de hombres
sabios en el arte del compartir y del amor.
Pero
mientras tanto, y hace siglos, en la psique y el alma de cada uno de
nosotros existe una gran carencia de mimo y respeto, de cumplimiento del
deseo básico de la vida, de ser amado, de vivir la auténtica
fraternidad. En nuestro forzado silencio existe un vacío y una enorme
falta de libertad de expresión de nuestras carencias y apetencias,
deseos que anulamos y reprimimos por miedo a las normas y reglas
establecidas por dicha sociedad antinatural, sucumbiendo a ella y
enterrándonos en vida. Es como un pez que se muerde la cola: tenemos
miedo a exponer nuestra carencia, y miedo a satisfacerla, pero a su vez
ese miedo genera más y más carencia, más y más sumisión al sistema, más y
más anulación de nuestro Ser y nuestra libertad.
Medir
el grado de sumisión que tenemos cada uno al orden social y al orden
sentimental establecido, es actualmente una necesidad primordial, no
solo desde el punto de vista psíquico, incluso biológico (cuántas
enfermedades degenerativas proceden de ese deseo incumplido, ese vacío y
ese miedo) sino una necesidad espiritual. Al conocer el grado de
sumisión a ese sistema patriarcal, anti fraternal e incompleto de
valores, podremos también medir nuestro grado de ‘domesticación’ y de
adaptación psíquica a este sistema social decadente y enfermizo.
Domesticar es impulsar un comportamiento robotizado, un modelo a seguir,
tengas o no facultades naturales y disposición para seguirlo.
Al
fin y al cabo, todos lo aprendemos todo por ‘mimesis’, por simple
imitación. Si tus padres leen, será más fácil que tú leas; si tus padres
discuten, se gritan o mienten, será más fácil que tú imites su
comportamiento; si vives permanentemente en un lugar desordenado, por
imitación nunca podrás encontrar el sitio adecuado de tus cosas y
también tenderás siempre al desorden y al caos. Esa mimesis es también
en la que se basa el sistema patriarcal; si todo el mundo se casa y
firma un contrato, será que hay que hacerlo igual que todos, pues
‘firmando ante la ley’ (inventada por y para algo…) parece ser ‘la única
forma de tener un compromiso’ respecto al amor hacia otro ser. Si todo
el mundo bebe coca cola es que es bueno y natural hacerlo; si todo el
mundo sigue una moda, es que seguirla es una muestra de adaptación a la
sociedad. Y así se nos va domesticando… y no educando en valores, en
libertad y en conciencia, de una forma personalizada y coherente según
tu naturaleza inherente.
Lo que
siempre se nos oculta y está fuera del sistema es el regalo divino que
todos hemos recibido: el libre albedrío; la libertad y el derecho de
elección, la responsabilidad tuya y única de ser consecuente con aquello
que escoges vivir a cada momento. Eso, la libertad de elección, podría
hacer saltar el sistema jerárquico patriarcal por los aires. Tenemos el
derecho a equivocarnos, tenemos el derecho a experimentar, tenemos el
derecho de ser amados y respetados, de no ser domesticados, ni
manipulados, ni controlados; y tenemos derecho a no domesticar a
nuestros hijos, pupilos o alumnos según unos cánones que no sentimos
sanos ni coherentes. Somos seres libres y responsables de nuestros
actos, y lo somos porque tenemos ‘conciencia’. Somos seres dignos y
sensibles con una espiritualidad consciente.
Sé
que las nuevas formas de pedagogía aún están por explorar. Hay miles de
caminos distintos para llegar a trascender la domesticación robótica y
encontrar medios didácticos y exploraciones educativas que respeten la
libertad de cada ser único. Por ejemplo, nunca se enseña nada en
nuestras escuelas sobre la espiritualidad. Y la mayor parte de
enseñanzas espirituales alternativas están aún muy cargadas del concepto
jerárquico patriarcal. Hoy tendríamos que aprender a enseñar la
espiritualidad pero sin jerarquías de ningún tipo, sin el rol de un
maestro, guru o ser superior, mostrando una espiritualidad laica,
natural y no teñida de moralismos ni de poder. Tal vez hay que empezar a
enseñar solamente desde una posición de simple instructor, de profesor
temporal sobre un tema concreto, desde un concepto mas fraternal que
patriarcal, pero jamás desde una dependencia ni una autoridad ni una
prepotencia.
Es cierto que respecto a
la primera infancia ya existen algunos intentos de trascender las
instituciones patriarcales en el ámbito docente. Son los padres y madres
que enseñan a los hijos en su casa, en grupos y en comunidades
(generalmente rurales) con programas muy ricos en contenidos y materias.
Hay que destacar aquí varios estudios realizados, en los que se
menciona no solo lo que aprenden los hijos de sus padres, sino lo mucho
que aprenden los padres de sus hijos, y de los hijos de la comunidad,
puesto que la propia demanda de conocimientos de los niños y
adolescentes ya es un todo un master para los padres educadores. Cada
ser sabe lo que necesita aprender.
Cuántas
y cuántas veces hemos oído que la mayor parte de materias que se
enseñan en la escuela nunca nos han servido para nada en la vida. Pero
no nos enseñan a relacionarnos, a amarnos, no nos enseñan ética, no nos
enseñan a valorar la intuición, no nos enseñan nada sobre sexualidad, o
sobre la primera menstruación o sangrado que nos llegará por sorpresa,
ni nos enseñan a cocinar o a arreglar una ventana o un enchufe, ni a
coser un botón o un dobladillo; ni tampoco se enseña las bases de la
alimentación, algo diario y origen de mil alteraciones a largo plazo, ni
las bases de la curación de las enfermedades básicas, primeros auxilios
o prevención; ni nos muestran nada sobre la energía de nuestros
cuerpos, ni de las radiaciones patológicas a las que estamos expuestos
por ignorancia, ni sobre el amor, la belleza y el estado de armonía,
externo e interno. Eso no interesa. Pero aprender latín sí, y las
ecuaciones de segundo grado también. Siempre me pregunto qué tipo de
persona habrá detrás de todo ello, creando y bendiciendo esos programas
educativos de nuestras instituciones supuestamente pedagógicas.
El
nivel de sumisión a los que muchos seres humanos han llegado crea una
robotización de las funciones nutricias y vitales de nuestra capacidad
de amar y de ser amados, de nuestra necesidad de saciar los deseos
naturales y el estado de plenitud. Tal sumisión llega a generar una
asepsia casi completa de deseos en la mayor parte de personas sumisas,
sean o no conscientes de su sumisión. Nuestro deseo básico está
bloqueado. La carencia se hace normal y entra a formar parte de la
norma. Todo ello va derivando hacia una insensibilidad por el propio
sufrimiento, y nos hace insensibles también al sufrimiento ajeno. Las
desgracias que vemos en las noticias ya ni nos afectan; es como si no
tuvieran nada que ver con el ser humano. Nos insensibilizamos y sentimos
ese vacío aséptico, y sufrimos en silencio, pero tampoco vemos o
reconocemos el grado de infelicidad en que la mayor parte de gente vive
su día a día. La carencia ha quedado justificada. Esa insensibilidad es
lo esperado, se ha convertido en lo natural…
Si
el sistema patriarcal durante siglos nos ha preparado y programado para
‘humanizarnos’ por la vía de la represión de deseos y la imposición de
ideas, tabús y normas de ‘la ley del padre’, habrá que trabajar intensa e
inteligentemente para ir des-programando y decodificando todo eso, para
ir gestando las leyes de la madre, las leyes del amor, el cuidado y la
satisfacción. Digo gestar porque no hace falta crearlas, solo gestarlas,
hacerlas crecer, madurar y nacer, emplearlas en nuestra vida; las leyes
matriarcales (sería más interesante decir ‘no patriarcales’) ya fueron
creadas hace siglos. Las leyes naturales de Gaia son y siempre han sido
las del compartir, las de la libertad de ser, las del amor, las del
cumplimiento de deseos, el dar, el nutrir…
En
un supuesto ambiente no patriarcal, ni coactivo la pedagogía y las
formas de enseñar y compartir los conocimientos estarían basados en la
colaboración y la participación, no en el servilismo y la imposición. La
priorización de materias en la primera infancia estaría basada en la
creatividad imaginativa, plástica, musical, culinaria, cromática,
verbal, lúdica… Los juegos podrían ser con simples objetos caseros y de
la naturaleza, no con objetos de consumo que siempre contienen ‘códigos’
y modelos asociados (la anoréxica barby, el estresado bob esponja, el
destructivo robocop, etc). Padres y educadores podríamos tener en cuenta
cómo se graban en la psique y el alma muchos códigos estructurales,
emocionales y mentales según los septenios, como nos muestra la
antroposofía. Un padre y una madre no patriarcales tampoco les hablarían
a sus hijos cambiando su tono de voz natural, con un tono autoritario o
bien con una voz aguda y ridícula. Y naturalmente no trataría a sus
hijos de imbéciles ocultándole las verdades, puesto que los niños saben
que ‘algo pasa’ a pesar de que se lo oculten; enseñar a mentir a los
niños es la mejor forma de insultarlos como seres. La falsedad y la
mentira no solo es una falta de respeto a cualquier ser humano sino una
transgresión de las leyes del amor, de la claridad, la pureza, la
inocencia y la transparencia.
En una
escuela avanzada sería bien fácil, por ejemplo, realizar a menudo
salidas a cualquier camino del campo, o a cualquier huerto, para
aprender las propiedades de las plantas, medicinales y culinarias, su
observación, identificación, distinción o comparativa. Eso podría
complementarse en edades posteriores con la enseñanza de una
alimentación vegetariana imaginativa y nutriente, mostrando la
importancia del ph de la sangre y los dos grandes grupos de alimentos,
ácidos y alcalinos, que determinan nuestra salud. Trascender de una vez
por todas las costumbres del ‘consumo compulsivo’ de cosas (no solo de
alimentación) totalmente innecesarias, incluso perjudiciales; entrar ya
en la sobriedad y el ahorro natural de los recursos es una de las
principales tareas de una pedagogía consciente, además de uno de los
muchos ejercicios a realizar para superar esa patológica sumisión al
sistema.
Naturalmente todo lo
mencionado son tan solo pequeños ejemplos del millón de cosas
elementales a mostrar a nuestros hijos, cosas que les serían útiles toda
la vida. Pero no olvidemos que una pedagogía consciente fuera del
modelo patriarcal pasaría también por desmitificar inteligentemente
muchos tabús establecidos como el del dinero, el de la muerte, el de la
sexualidad, el del dolor y el esfuerzo para ‘merecer’ la vida, etc.
además de dar una amplia información sobre otros tabús convertidos en
miedos (porque son temas que amenazan con acercarnos demasiado a la
Realidad) como por ejemplo conocer a fondo el mundo de la energía, la
intuición, la cognición desde los dos hemisferios, nuestros verdaderos
poderes, conocer los procesos del alma y el espíritu versus la
personalidad y el cuerpo, la transmutación, la autonomía
psicoespiritual…
Se trataría de
desmontar la falsa espiritualidad y encontrar una vía coherente
realmente espiritual basada en las mejores escuelas de todos los
tiempos: la naturaleza, el respeto por la vida, la observación y el
amor. Esa no sería desde luego una visión etnocéntrica ni egocéntrica,
sino multicéntrica, fraternal, natural, amorosa, inteligente, sensata y
creo que muy eficiente para nuestro crecimiento y expansión como Seres
Humanos sensibles. Pero para ello es imprescindible modificar antes el
modelo patriarcal, falocéntrico, jerárquico, autoritario y manipulador
en el que estamos insertos hombres, mujeres, niños y niñas.
La
madre dulce, protectora, mimadora y sabia ha sido anulada. Desde
entonces, hace siglos, la maternidad no se trasciende a sí misma, ni
crece en valores sociales y culturales. Gaia ha sido congelada, dormida,
pero ya nos muestra su despertar. Hasta ahora la maternidad (por
resumir las mil caras y valores del amor) ha estado al servicio de lo
patriarcal, ha estado sumisa a este sistema de valores basados en el
poder; la madre entrañable ha estado ‘ausente’ en casa, en el trabajo,
en la economía, en la política, en la religión. Que hoy madres y padres
hagan mucho ‘maternaje’ y vida familiar no significa que los valores del
amor, el cuidado, la protección, la claridad, la ternura, la
comprensión y el apoyo mutuo estén formando parte de nuestras vidas ni
llenen de felicidad y alegría nuestros corazones, nuestras mentes y
nuestros trabajos. La nueva visión fraternal, amorosa, democrática, no
represora y realmente respetuosa aún está por re-codificar y por plasmar
en nuestra vida cotidiana.
Construyamos
una sociedad en que los padres vivan a diario esos valores amorosos con
sus hijos, sus empleados, sus alumnos, en sí mismos. Hagamos que las
madres ya no sean nunca jamás las portadoras de los valores del padre,
sino que los padres sean portadores de esos grandes valores femeninos,
humanos, lúcidos y amorosos. Casemos de una vez al padre con la madre,
al hemisferio izquierdo con el derecho, unamos en com-unión todo lo
aprendido de lo patriarcal, a lo que hemos olvidado de lo matriarcal.
Recuperemos a la ‘madre entrañable’ y al padre entrañable, despertemos
el profesor, el político, el sacerdote, el comerciante, el médico, el
amante, el amigo y la mujer entrañables.
Marta Povo Audenis, Ampurdà, 18 setembre’11
www.laboratoridellum.net
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