martes, 8 de julio de 2014

Pedagogía, Domesticación o Amor por Marta Povo

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Al comenzar este escrito estoy a punto de cumplir sesenta años y eso lo puedo vivir ahora como un gran honor y una bendición. La espiritualidad ha marcado mi búsqueda existencial desde el principio de mis días, pero si tuviera que expresar las conclusiones a las que he llegado, a modo de resumen de un sextenio, mis palabras no serían tanto de mística o de metafísica sino precisamente de pedagogía. El modo en el que he (y hemos) sido educada por una sociedad patriarcal, y el modo en el que yo misma he realizado mis enseñanzas a hijos, nietos y alumnos, me ha proporcionado muchos incentivos y muchos revulsivos que han teñido mi experiencia vital y mi transformación psicoemocional, por tanto, todo lo que he vivido como alumna y como maestra han determinado ‘luego’ (no antes) mi camino espiritual.
El crisol de cualquier camino evolutivo está centrado en el cómo, cuándo y porqué de la pedagogía. No hay ni un momento de nuestra larga existencia que no estemos sujetos a ella. Todos somos víctimas o afortunados de alguna enseñanza recibida. Y los errores de cómo enseñamos, o de cómo hemos sido enseñados, el ‘cómo se ha grabado un código’ en nuestra psique y en nuestra alma, es lo que condiciona por completo la experiencia vital de cualquier individuo, tengas luego la profesión que tengas, incluso teniendo o no teniendo descendencia. Estamos completamente determinados por la pedagogía recibida; y nosotros determinamos día a día a nuestros ‘alumnos’, entre los cuales se encuentran hijos, nietos, pupilos, amigos y conocidos. Todos somos maestros y enseñamos o mostramos de algún modo lo que sabemos y somos, a la vez que todos somos alumnos de nuestros congéneres.
Cuando nacemos, justo cuando cada uno ve por primera vez la luz, después de nueve meses de introspección dulce, yin, silente, oscura e intrauterina, ya tenemos una primera emoción, una tremenda sensación que nos marcará para toda la vida. El aterrizaje a la Tierra no es ni indiferente, ni mecánico, ni médico, sino directa y completamente emocional; es nuestra mayor emoción. Este primer impacto de la vida encarnada puede ser de frío, de ruido, de ser atendido y tomado por ‘alguien desconocido’ con un gesto dulce y suave o tal vez por un gesto violento, colgado por los pies, recibiendo golpes en la espalda para expulsar algo que siempre ha estado dentro durante nuestros nueve meses de vida, o para obligarte a respirar de otra manera quieras o no. Justo nacer somos limpiados y lavados al estilo cazuela, somos vestidos de inmediato, peinados y tal vez perfumados, para enfundarnos enseguida entre telas secas y calores artificiales.
Pero además de todas las emociones que puede generarnos ese primer trato físico, también recibimos impresiones energéticas y psíquicas importantes: generalmente sentimos por primera vez ‘miedo’, miedo a lo desconocido, y muchas veces ‘rechazo’, lo que nos genera miedo a no ser amados y aceptados por los demás (tu familia o el mundo entero). Es un impacto enorme para cualquier alma recién llegada el sentir que no eres bien recibido, teniendo en cuenta que ese ‘bien recibido’ puede distar mucho del ‘bien’ que conciben tus padres y parteros, moralmente hablando. Desde el punto de vista del amor, la pureza y la armonía, nuestra entrada en este planeta acostumbra a ser impactante porque nuestro disco duro está completamente virgen de códigos y normas. Y precisamente son éstas las que se nos ‘imponen’ desde el primer momento.
¿De dónde viene esa primera emoción de rechazo, de miedo o de fragilidad? Pues naturalmente de creencias y hábitos automáticos, de los adultos; y a menudo de frases ingenuas estereotipadas y de las emociones de los propios padres como… ‘otro niño… que le vamos a hacer, yo hubiera preferido una niña…’, o bien ‘este chaval, tal como ha venido, por poco mata a mi mujer’, o bien ‘!otra boca para alimentar! Esperemos que se porte bien; al menos parece que es muy mono de momento…’ O simplemente sentimos por primera vez miedo al abandono por ser duramente separarnos de nuestra progenitora y gestora, por alejarnos de la paz y el calor incondicional hacia múltiples ruidos espantosos, y por el trato de eficientes médicos, enfermeras y comadronas que se pasan tu tierno cuerpecito de mano en mano como una pelota, poniéndonos sobre superficies frías, sobre balanzas metálicas, introduciéndonos tubos por la nariz y trapos resecos por toda la piel.
A menudo no volvemos a sentir la energía de nuestra madre hasta transcurridas interminables horas, aunque a veces cuando nos llevan a la habitación o núcleo familiar recibimos también mucha información del padre, de los abuelos, de los hermanos, y de todas las visitas y sus interminables comentarios codificados, que a su vez, para nuestro disco duro son también codificadores. Lo sentimos todo. Lo registramos todo. Y ese basto ‘todo’ es determinante para que mantengamos luego una memoria primaria activa, o como lo hemos llamado en mis cursos ‘la memoria raíz’. Una memoria que es raíz, origen o pauta de todas las demás.
Si la memoria primaria o primera fue la de no sentirse amada o bienvenida, puede que jamás te sientas amada. Si tuviste miedo a tu nueva existencia, puede que siempre tengas miedo a cualquier cambio o cosa nueva de tu vida, aunque no lo expreses. La memoria primordial, la primera emoción que tuvimos, determina y graba tu disco o sustrato, y lo formatea de tal manera que solo un intenso y extenso trabajo propio de mutación psicoanímica y energética, un gran trabajo de conciencia podrá transformar ese ordenador central en una máquina realmente creativa y eficiente, libre de interferencias. Ese gran trabajo de consciencia que algunos hacen es mucho más que el simple curtirte o inmunizarte respecto a las emociones. Tengamos un poco de compasión por el ser humano… no es nada fácil nacer a este mundo.
Se trata de un mundo repleto de normas y códigos creados por una sociedad patriarcal con una serie de intereses muy determinados. Cuando empleo el término ‘patriarcal’ no me refiero solo a los hombres sino también a la mayor parte de mujeres actuales, tan patriarcales y jerárquicas como muchos hombres, es decir, la mayor parte de la sociedad. La madre patriarcal educa a sus hijos bajo estos mismos códigos sociales represivos. La imposición de una jerarquía social, el principio del poder y la autoridad generan un grado de ‘domesticación’ de nuestros hijos que está muy lejos de la educación consciente, libre y respetuosa.
Domesticar, como se hace con algunos animales, es conseguir que se cumplan unos requisitos básicos, sean o no naturales, para que se moleste lo menos posible al dueño, o para cumplir sus expectativas e intereses. En los seres humanos sensibles la domesticación ha generado multitud de patologías y sufrimientos, desde el punto de vista espiritual, pero también psicológico y físico (extirpación del clítoris, pies vendados, y mil prácticas más que aún se emplean). Tener que cumplir todo el tiempo normas para ser bien aceptado y amado, genera una ansiedad, un vacío, un grado de represión y un constante estrés del que difícilmente salimos airosos. Sin embargo, para comprender y transformar nuestra ‘civilización’ lo más importante es conocer las razones de esta educación antinatural y traumática.
Respecto a esa concepción patriarcal de la sociedad hay mucho que decir. Y no estoy diciendo que una concepción matriarcal o feminista sea la alternativa, sino una visión ‘no patriarcal’ en armonía con la naturaleza, el amor, la igualdad y el respeto. Recomiendo mucho la lectura del mejor libro que he leído hasta ahora sobre el tema: ‘La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente’ de las autoras Casilda Rodrigáñez y Ana Cachafeiro. En mi pequeño escrito sobre pedagogía tan solo mencionaremos que la visión patriarcal está directamente vinculada a un plan predeterminado del sistema económico social, a una visión falocéntrica no solo de la sexualidad sino de la autoridad y prevalencia del hombre sobre la mujer, en cualquier terreno. Incluso diré más, la institución del matrimonio fue basada (hace pocos siglos…) en el principio de ‘autoridad y control’ que sustenta a toda nuestra jerarquía social. Sin el matrimonio, no existiría ni el sistema capitalista actual, ni una jerarquía vertical de poder, ni una sociedad autoritaria, ni una cultura represiva del deseo básico, entre otras cosas. El contrato del matrimonio monogámico es una invención sibilina que supuestamente representa el fin de toda carencia, como nos explican en todos los cuentos en los que al final se casan y acaban todas las desgracias. Pero también este invento del matrimonio ha sido sustentado no solo por hombres, políticos y religiosos, sino por mujeres patriarcales.
La contrapartida del hombre y la mujer patriarcal es ‘la madre entrañable’, como lo llaman las autoras del libro mencionado, con una visión antifroidiana de las personas; es la madre sensual y tierna que nutre, sustenta y cumple el deseo básico de amor, que suple y llena la ‘falta básica’, sin condiciones ni sufrimientos ni represión. La madre y la mujer que mima, que sabe y que quiere mimar, que ama y comprende, que protege, permite e impulsa la naturaleza única de aquel ser amado y vinculado a ella de alguna forma, ya sea por amor filial, fraternal, paternal, sexual, adoptiva…
Pero este tipo de amor no está bien visto por una sociedad patriarcal que necesita esclavos y esclavas, gestores o trabajadores duros, eficientes, productivos, competitivos, concentrados en el crecimiento de bienes y su conservación, aún a costa de cargarse el planeta y por tanto sus habitantes. Para ello existe una serie de programas pedagógicos en cualquier ámbito, no solo en las visiones de escuelas y universidades sino en las empresas y multinacionales, y en la propia programación de la televisión como principal medio de manipulación de masas. No se trata de cuestionar al hombre y defender a la mujer, pues los varones son tan víctimas de esa falocracia como las mujeres y niños; se trataría de enfocarnos hacia una fraternidad igualitaria, no esclava del poder económico y del sometimiento generacional, una comunidad de hombres sabios en el arte del compartir y del amor.
Pero mientras tanto, y hace siglos, en la psique y el alma de cada uno de nosotros existe una gran carencia de mimo y respeto, de cumplimiento del deseo básico de la vida, de ser amado, de vivir la auténtica fraternidad. En nuestro forzado silencio existe un vacío y una enorme falta de libertad de expresión de nuestras carencias y apetencias, deseos que anulamos y reprimimos por miedo a las normas y reglas establecidas por dicha sociedad antinatural, sucumbiendo a ella y enterrándonos en vida. Es como un pez que se muerde la cola: tenemos miedo a exponer nuestra carencia, y miedo a satisfacerla, pero a su vez ese miedo genera más y más carencia, más y más sumisión al sistema, más y más anulación de nuestro Ser y nuestra libertad.
Medir el grado de sumisión que tenemos cada uno al orden social y al orden sentimental establecido, es actualmente una necesidad primordial, no solo desde el punto de vista psíquico, incluso biológico (cuántas enfermedades degenerativas proceden de ese deseo incumplido, ese vacío y ese miedo) sino una necesidad espiritual. Al conocer el grado de sumisión a ese sistema patriarcal, anti fraternal e incompleto de valores, podremos también medir nuestro grado de ‘domesticación’ y de adaptación psíquica a este sistema social decadente y enfermizo. Domesticar es impulsar un comportamiento robotizado, un modelo a seguir, tengas o no facultades naturales y disposición para seguirlo.
Al fin y al cabo, todos lo aprendemos todo por ‘mimesis’, por simple imitación. Si tus padres leen, será más fácil que tú leas; si tus padres discuten, se gritan o mienten, será más fácil que tú imites su comportamiento; si vives permanentemente en un lugar desordenado, por imitación nunca podrás encontrar el sitio adecuado de tus cosas y también tenderás siempre al desorden y al caos. Esa mimesis es también en la que se basa el sistema patriarcal; si todo el mundo se casa y firma un contrato, será que hay que hacerlo igual que todos, pues ‘firmando ante la ley’ (inventada por y para algo…) parece ser ‘la única forma de tener un compromiso’ respecto al amor hacia otro ser. Si todo el mundo bebe coca cola es que es bueno y natural hacerlo; si todo el mundo sigue una moda, es que seguirla es una muestra de adaptación a la sociedad. Y así se nos va domesticando… y no educando en valores, en libertad y en conciencia, de una forma personalizada y coherente según tu naturaleza inherente.
Lo que siempre se nos oculta y está fuera del sistema es el regalo divino que todos hemos recibido: el libre albedrío; la libertad y el derecho de elección, la responsabilidad tuya y única de ser consecuente con aquello que escoges vivir a cada momento. Eso, la libertad de elección, podría hacer saltar el sistema jerárquico patriarcal por los aires. Tenemos el derecho a equivocarnos, tenemos el derecho a experimentar, tenemos el derecho de ser amados y respetados, de no ser domesticados, ni manipulados, ni controlados; y tenemos derecho a no domesticar a nuestros hijos, pupilos o alumnos según unos cánones que no sentimos sanos ni coherentes. Somos seres libres y responsables de nuestros actos, y lo somos porque tenemos ‘conciencia’. Somos seres dignos y sensibles con una espiritualidad consciente.
Sé que las nuevas formas de pedagogía aún están por explorar. Hay miles de caminos distintos para llegar a trascender la domesticación robótica y encontrar medios didácticos y exploraciones educativas que respeten la libertad de cada ser único. Por ejemplo, nunca se enseña nada en nuestras escuelas sobre la espiritualidad. Y la mayor parte de enseñanzas espirituales alternativas están aún muy cargadas del concepto jerárquico patriarcal. Hoy tendríamos que aprender a enseñar la espiritualidad pero sin jerarquías de ningún tipo, sin el rol de un maestro, guru o ser superior, mostrando una espiritualidad laica, natural y no teñida de moralismos ni de poder. Tal vez hay que empezar a enseñar solamente desde una posición de simple instructor, de profesor temporal sobre un tema concreto, desde un concepto mas fraternal que patriarcal, pero jamás desde una dependencia ni una autoridad ni una prepotencia.
Es cierto que respecto a la primera infancia ya existen algunos intentos de trascender las instituciones patriarcales en el ámbito docente. Son los padres y madres que enseñan a los hijos en su casa, en grupos y en comunidades (generalmente rurales) con programas muy ricos en contenidos y materias. Hay que destacar aquí varios estudios realizados, en los que se menciona no solo lo que aprenden los hijos de sus padres, sino lo mucho que aprenden los padres de sus hijos, y de los hijos de la comunidad, puesto que la propia demanda de conocimientos de los niños y adolescentes ya es un todo un master para los padres educadores. Cada ser sabe lo que necesita aprender.
Cuántas y cuántas veces hemos oído que la mayor parte de materias que se enseñan en la escuela nunca nos han servido para nada en la vida. Pero no nos enseñan a relacionarnos, a amarnos, no nos enseñan ética, no nos enseñan a valorar la intuición, no nos enseñan nada sobre sexualidad, o sobre la primera menstruación o sangrado que nos llegará por sorpresa, ni nos enseñan a cocinar o a arreglar una ventana o un enchufe, ni a coser un botón o un dobladillo; ni tampoco se enseña las bases de la alimentación, algo diario y origen de mil alteraciones a largo plazo, ni las bases de la curación de las enfermedades básicas, primeros auxilios o prevención; ni nos muestran nada sobre la energía de nuestros cuerpos, ni de las radiaciones patológicas a las que estamos expuestos por ignorancia, ni sobre el amor, la belleza y el estado de armonía, externo e interno. Eso no interesa. Pero aprender latín sí, y las ecuaciones de segundo grado también. Siempre me pregunto qué tipo de persona habrá detrás de todo ello, creando y bendiciendo esos programas educativos de nuestras instituciones supuestamente pedagógicas.
El nivel de sumisión a los que muchos seres humanos han llegado crea una robotización de las funciones nutricias y vitales de nuestra capacidad de amar y de ser amados, de nuestra necesidad de saciar los deseos naturales y el estado de plenitud. Tal sumisión llega a generar una asepsia casi completa de deseos en la mayor parte de personas sumisas, sean o no conscientes de su sumisión. Nuestro deseo básico está bloqueado. La carencia se hace normal y entra a formar parte de la norma. Todo ello va derivando hacia una insensibilidad por el propio sufrimiento, y nos hace insensibles también al sufrimiento ajeno. Las desgracias que vemos en las noticias ya ni nos afectan; es como si no tuvieran nada que ver con el ser humano. Nos insensibilizamos y sentimos ese vacío aséptico, y sufrimos en silencio, pero tampoco vemos o reconocemos el grado de infelicidad en que la mayor parte de gente vive su día a día. La carencia ha quedado justificada. Esa insensibilidad es lo esperado, se ha convertido en lo natural…
Si el sistema patriarcal durante siglos nos ha preparado y programado para ‘humanizarnos’ por la vía de la represión de deseos y la imposición de ideas, tabús y normas de ‘la ley del padre’, habrá que trabajar intensa e inteligentemente para ir des-programando y decodificando todo eso, para ir gestando las leyes de la madre, las leyes del amor, el cuidado y la satisfacción. Digo gestar porque no hace falta crearlas, solo gestarlas, hacerlas crecer, madurar y nacer, emplearlas en nuestra vida; las leyes matriarcales (sería más interesante decir ‘no patriarcales’) ya fueron creadas hace siglos. Las leyes naturales de Gaia son y siempre han sido las del compartir, las de la libertad de ser, las del amor, las del cumplimiento de deseos, el dar, el nutrir…
En un supuesto ambiente no patriarcal, ni coactivo la pedagogía y las formas de enseñar y compartir los conocimientos estarían basados en la colaboración y la participación, no en el servilismo y la imposición. La priorización de materias en la primera infancia estaría basada en la creatividad imaginativa, plástica, musical, culinaria, cromática, verbal, lúdica… Los juegos podrían ser con simples objetos caseros y de la naturaleza, no con objetos de consumo que siempre contienen ‘códigos’ y modelos asociados (la anoréxica barby, el estresado bob esponja, el destructivo robocop, etc). Padres y educadores podríamos tener en cuenta cómo se graban en la psique y el alma muchos códigos estructurales, emocionales y mentales según los septenios, como nos muestra la antroposofía. Un padre y una madre no patriarcales tampoco les hablarían a sus hijos cambiando su tono de voz natural, con un tono autoritario o bien con una voz aguda y ridícula. Y naturalmente no trataría a sus hijos de imbéciles ocultándole las verdades, puesto que los niños saben que ‘algo pasa’ a pesar de que se lo oculten; enseñar a mentir a los niños es la mejor forma de insultarlos como seres. La falsedad y la mentira no solo es una falta de respeto a cualquier ser humano sino una transgresión de las leyes del amor, de la claridad, la pureza, la inocencia y la transparencia.
En una escuela avanzada sería bien fácil, por ejemplo, realizar a menudo salidas a cualquier camino del campo, o a cualquier huerto, para aprender las propiedades de las plantas, medicinales y culinarias, su observación, identificación, distinción o comparativa. Eso podría complementarse en edades posteriores con la enseñanza de una alimentación vegetariana imaginativa y nutriente, mostrando la importancia del ph de la sangre y los dos grandes grupos de alimentos, ácidos y alcalinos, que determinan nuestra salud. Trascender de una vez por todas las costumbres del ‘consumo compulsivo’ de cosas (no solo de alimentación) totalmente innecesarias, incluso perjudiciales; entrar ya en la sobriedad y el ahorro natural de los recursos es una de las principales tareas de una pedagogía consciente, además de uno de los muchos ejercicios a realizar para superar esa patológica sumisión al sistema.
Naturalmente todo lo mencionado son tan solo pequeños ejemplos del millón de cosas elementales a mostrar a nuestros hijos, cosas que les serían útiles toda la vida. Pero no olvidemos que una pedagogía consciente fuera del modelo patriarcal pasaría también por desmitificar inteligentemente muchos tabús establecidos como el del dinero, el de la muerte, el de la sexualidad, el del dolor y el esfuerzo para ‘merecer’ la vida, etc. además de dar una amplia información sobre otros tabús convertidos en miedos (porque son temas que amenazan con acercarnos demasiado a la Realidad) como por ejemplo conocer a fondo el mundo de la energía, la intuición, la cognición desde los dos hemisferios, nuestros verdaderos poderes, conocer los procesos del alma y el espíritu versus la personalidad y el cuerpo, la transmutación, la autonomía psicoespiritual…
Se trataría de desmontar la falsa espiritualidad y encontrar una vía coherente realmente espiritual basada en las mejores escuelas de todos los tiempos: la naturaleza, el respeto por la vida, la observación y el amor. Esa no sería desde luego una visión etnocéntrica ni egocéntrica, sino multicéntrica, fraternal, natural, amorosa, inteligente, sensata y creo que muy eficiente para nuestro crecimiento y expansión como Seres Humanos sensibles. Pero para ello es imprescindible modificar antes el modelo patriarcal, falocéntrico, jerárquico, autoritario y manipulador en el que estamos insertos hombres, mujeres, niños y niñas.

La madre dulce, protectora, mimadora y sabia ha sido anulada. Desde entonces, hace siglos, la maternidad no se trasciende a sí misma, ni crece en valores sociales y culturales. Gaia ha sido congelada, dormida, pero ya nos muestra su despertar. Hasta ahora la maternidad (por resumir las mil caras y valores del amor) ha estado al servicio de lo patriarcal, ha estado sumisa a este sistema de valores basados en el poder; la madre entrañable ha estado ‘ausente’ en casa, en el trabajo, en la economía, en la política, en la religión. Que hoy madres y padres hagan mucho ‘maternaje’ y vida familiar no significa que los valores del amor, el cuidado, la protección, la claridad, la ternura, la comprensión y el apoyo mutuo estén formando parte de nuestras vidas ni llenen de felicidad y alegría nuestros corazones, nuestras mentes y nuestros trabajos. La nueva visión fraternal, amorosa, democrática, no represora y realmente respetuosa aún está por re-codificar y por plasmar en nuestra vida cotidiana.
Construyamos una sociedad en que los padres vivan a diario esos valores amorosos con sus hijos, sus empleados, sus alumnos, en sí mismos. Hagamos que las madres ya no sean nunca jamás las portadoras de los valores del padre, sino que los padres sean portadores de esos grandes valores femeninos, humanos, lúcidos y amorosos. Casemos de una vez al padre con la madre, al hemisferio izquierdo con el derecho, unamos en com-unión todo lo aprendido de lo patriarcal, a lo que hemos olvidado de lo matriarcal. Recuperemos a la ‘madre entrañable’ y al padre entrañable, despertemos el profesor, el político, el sacerdote, el comerciante, el médico, el amante, el amigo y la mujer entrañables.
Marta Povo Audenis, Ampurdà, 18 setembre’11
www.laboratoridellum.net

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