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lunes, 24 de noviembre de 2014
El hombre. El mayor enigma de la ciencia!
Vivimos en un globo que gira en el espacio, posicionado de alguna manera en el gran firmamento entre la estrella de Venus y la estrella de Marte. Hay algo en esto que induce al hombre a pensar y que también lo promueve a risa. Ha medido, con innegable precisión, la distancia entre su planeta y estos dos astros, aunque las distancia son tan tremendas que sobrepasan a la imaginación; y, sin embargo, es incapaz de medir el alcance de su propia mente. El hombre es un misterio para sí mismo, un misterio que continúa sin descubrirse cuando las amargas aguas de la muerte besan sus pies.
¿No es irónico que el alma del hombre esté menos abierta a la investigación que la tierra en la cual habita? ¿No es demasiado extraño que se haya ocupado tanto del mundo exterior y que sólo haya pensado en el mundo interior hace en verdad muy poco tiempo?
¿Por qué ha de preocuparse tanto acerca de la marcha del universo? No es de su incumbencia el manejarlo. En cambio, debe gobernarse a sí mismo.
El sistema solar se mueve sin tu discurso. ¡Vive, -muere!... El universo impasible seguirá su curso.
Así lo dijo el inteligente pensador, Zankwili. Ningún hombre, sin embargo, es capaz de apreciar esta tajante verdad.
Sabe más el hombre sobre el manejo de su automóvil que sobre los movimientos internos de su ser. Sin embargo, los antiguos enseñaron —y algunos de nosotros hemos confirmado sus enseñanzas— que en un estrato de la conciencia esta la veta más rica... una veta de oro puro. ¿No debiera hacer él de esto su objetivo principal?
Comparado con sus otros resultados, la ciencia moderna ha descubierto muy poco sobre la naturaleza del hombre, incluso aunque haya descubierto cómo endurecer los metales, cómo lanzar un proyectil de media tonelada en una ciudad vecina y mil otras cosas más. En los últimos tres siglos, el conocimiento que tiene el hombre del mundo físico ha aumentado con sorprendente aceleración; pero el conocimiento de sí mismo ha quedado rezagado.
Podemos construir puentes gigantescos para cruzar ríos de monstruosa anchura, pero no podemos resolver el simple problema: “¿Quién soy?”
Las máquinas de nuestros ferrocarriles atravesarán los continentes con facilidad; pero nuestras mentes no logran atravesar el misterio del yo. El astrónomo tiene a la vista, en su observatorio, la estrella más lejana, pero bajará la cabeza avergonzado si le preguntamos si ha logrado dominar sus pasiones. Estamos llenos de curiosidad en relación a nuestro planeta, pero sentimos indiferencia cuando nos hablan de nuestro propio ser interior.
Hemos logrado informaciones detalladas de casi todas las cosas debajo del sol; conocemos la actuación, las cualidades y las propiedades de casi todos los objetos y fenómenos de esta tierra.
Pero no nos conocemos a nosotros mismos. Las personas que han estudiado todas las ciencias no han estudiado todavía la ciencia del “yo”; los mismos hombres que han descubierto el porqué y el dónde de las vidas de muchos insectos, no conocen el porqué ni el dónde de sus propias vidas. Conocemos el valor de todo, pero no conocemos nuestro propio y maravilloso valor.
Hemos llenado las enciclopedias de cientos de páginas referentes a centenares de cosas, pero ¿quién puede escribir una enciclopedia sobre el misterio de sí mismo?
¿Y por qué razón lo que interesa más a cada hombre es.... él mismo?
Porque el “yo” es la única realidad de la cual estamos seguros. Todos los hechos en el mundo que nos rodea, y todos los pensamientos en el mundo interno, existen para nosotros sólo cuando nuestro yo lo percibe. El yo veo la tierra, y la tierra existe. El yo consciente de una idea, y la idea existe. Berkeley, mediante un agudo proceso mental, llegó a la misma conclusión. Demostró que el mundo material no existiría si no hubiera una mente para percibirlo.
Entonces, ¿qué es el yo?
No existe secreto en el misterioso libro de la naturaleza que, con tiempo y paciencia, no pueda ser leído. No existe ningún candado que no tenga su llave correspondiente, y podemos juzgar la habilidad de la naturaleza por la habilidad del hombre.
El estudio del yo probará un día ser la llave maestra de todas las puertas filosóficas, de todos los dilemas científicos, de todos los problemas que la vida ha cerrado. El yo es la cosa ultérrima... y es lo primero que conocemos siendo niños en pañales; será también lo último que llegaremos a conocer cuando seamos sabios.
La mayor certidumbre del conocimiento llega únicamente dentro de la esfera del yo. Podemos conocer el mundo y sus objetos únicamente por medio de instrumentos y de nuestros sentidos; pero quien interpreta esos instrumentos y usa esos sentidos es el yo. Por lo tanto, finalmente, debemos reconocer que el estudio del yo es el estudio más importante al que un pensador pueda entregar su mente.
Un sofista se acercó a uno de los sabios de la antigua Grecia y pensó que podía confundirlo con las más intrigantes preguntas. Pero el sabio de Mileto estuvo a la altura de la prueba, porque las respondió a todas, sin la menor vacilación y no obstante con la máxima exactitud.
1. ¿Cuál es la más antigua de todas las cosas?
r. Dios, porque siempre ha existido.
2. ¿Cuál es la más hermosa de todas las cosas?
r. El universo, porque es la obra de Dios.
3. ¿Cuál es la más grande de todas las cosas?
r. El espacio, porque contiene todo lo que ha sido creado.
4. ¿Cuál es la más constante?
r. La esperanza, porque se queda con el hombre después que él ha perdido todo lo demás.
5. ¿Cuál es la mejor de todas las cosas?
r. La virtud, porque sin ella no existe nada bueno.
6. ¿Cuál es la más rápida de todas las cosas?
r. El pensamiento, porque en menos de un instante puede volar hasta el final del universo.
7. ¿Cuál es la más fuerte?
r. La necesidad, que obliga al hombre a enfrentar todos los peligros de la vida.
8. ¿Cuál es la más fácil de todas las cosas?
r. El dar consejos.
Pero cuando se llegó a la novena pregunta, nuestro sabio dio una paradoja como respuesta. Estoy seguro que fue una respuesta jamás comprendida por el interrogador, y a la cual la mayoría de la gente sólo atribuye un significado superficial.
La pregunta fue:
9. ¿Cuál es la más difícil de todas las cosas?
r. ¡Conócete a tí mismo!
Este fue el mensaje de los antiguos sabios al hombre ignorante y lo sigue siendo.
Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno
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