Para dejar de juzgar no basta con aprender
a observarnos, ese es sólo el primer paso. La siguiente etapa es conseguir no
juzgarnos por haber juzgado, para conseguir esto es necesario que nuestro
"peso dramático" disminuya, debemos contemplar el juicio a nosotros
mismos o a otra persona con sentido del humor: reírnos desde la inocencia,
porque ésta tiene la llave a dejar de juzgarnos.
Nuestro
estado emocional nos ha de hacer sentir ligeros, como en aquella escena de Mary
Poppins, en la que van a visitar al tío Albert y todos se contagian de su risa
teniendo que merendar en el techo, convertidos en auténticas personas-globo,
llenas del gas de la alegría y de la inocencia. Sólo desde esta “altura”-
separados del suelo en el que nacen los dramas de la dualidad –podemos aprender
a vivir sin la gravedad de los juicios que nos impide ser nosotros mismos.
Vivir sin juzgar es nacer a una nueva vida,
es darse a luz a sí mismo. La mirada gana en penetración, nos permite ver más
allá de los estados de necesidad del ego, alcanza hasta reconocer nuestros
sueños, esos que esperan que los realicemos, para convertirnos en ricos a
nosotros y al mundo entero. Vivir sin juzgar es la promesa de una humanidad
feliz, en la que todos pueden vivir según lo que sienten en su corazón.
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