Leer
no es tanto ver y entender unas letras y palabras cuanto escuchar el latido
que a través de ellas resuena en el propio corazón.
Leer
es escuchar paciente y atentamente lo que el texto me cuenta.
Por
ser precisamente un acto conversacional lo esencial en él es la escucha. Carece de
sentido, por tanto, esa ansiedad por leer
más rápido y así poder leer más.
La
lectura consciente y atenta se realiza más con el oído que con los ojos:
los ojos del corazón sienten más que ven y en ellos se proyecta el eco
silencioso e invisible de lo que se lee.
Cuando
uno lee desde el adentro profundo y deja que aquello que lee resuene en lo más
hondo de sí, permitiendo que todo el cuerpo se llene, que cada célula se
impregne de las palabras, entonces el espíritu interior se expande, se
ensancha permitiendo así que la corriente de la Vida le atraviese.
Lo
escrito es siempre una invitación a escuchar y escucharnos.
Acudimos
a los libros como quien va a mirar a un espejo que nos devuelve siempre una
imagen cada vez más certera, más completa de lo que es el mundo, de quiénes
somos, de cómo somos y podemos llegar a ser.
Tal
vez hayas tenido alguna vez la experiencia en la que cuando leías no vivías la
separación entre lo escrito y tú sino que se daba una fluidez de tal naturaleza
que parecía como si el autor de esas palabras no hacía sino expresar lo que tú
le hacías decir con tu lectura y con tu escucha.
Es como si lo que allí aparecía
no era sino lo que tú, en el fondo, sentías y sabías.
Cuando
de verdad escuchas lo que lees estás inmerso en un auténtico acto de
comunión en el que las palabras escritas por otro no hacen sino sacar a
la luz de tu recuerdo consciente lo que
muy dentro de ti siempre has sabido.
José María Toro
Del libro "La Vida Maestra"
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