"Vengan a la orilla. Podríamos caernos. Vengan a la orilla. ¡Está demasiado alto!"
VENGAN A LA ORILLA Y vinieron. Y él los empujó. Y ellos volaron.
Con
estas palabras, vemos un hermoso ejemplo del poder que nos espera
cuando nos permitimos aventurarnos más allá de los límites, de lo que
siempre hemos dado por cierto en nuestras vidas. En este breve diálogo
del poeta contemporáneo Christopher Logue, un grupo de iniciados se
encontraba en una experiencia muy distinta a lo que originalmente
esperaban. En vez de quedarse simplemente en la orilla, su maestro los
motivó lo suficiente para que fueran más allá de ella, de una manera
tanto sorprendente como empoderadora.
Es en este territorio
desconocido que lograron experimentarse de una manera totalmente nueva, y
en su descubrimiento, encontraron una nueva libertad.
SOMOS LOS ARTISTAS Y SOMOS LA OBRA DE ARTE
Por
muy absurda que esta idea pueda parecerle a muchas personas, es
precisamente el punto crucial de las mayores controversias entre algunas
de las mentes más brillantes de la historia reciente.
En una
cita de sus notas autobiográficas, por ejemplo, Albert Einstein
compartió su creencia de que somos esencialmente observadores pasivos
viviendo en un universo que ya está en su lugar, en el que parecemos
tener muy poca influencia: "Allá a lo lejos hay un mundo enorme," dijo,
"que existe independientemente de nosotros los humanos y que se yergue
ante nosotros como un enorme y eterno acertijo, por lo menos
parcialmente accesible para nuestra inspección y raciocinio."
En
contraste con la perspectiva de Einstein, todavía predominante en muchos
científicos actuales, John Wheeler, físico de la Universidad de
Princeton y colega de Einstein, ofrece una visión radicalmente distinta
de nuestro papel en la creación. En términos que son osados, claros y
gráficos, Wheeler dice: "Antes teníamos un concepto antiguo de que había
un universo ahí fuera, [énfasis del autor] y que aquí estaba el hombre,
el observador, protegido con toda seguridad del universo por una losa
de vidrio templado de 15 centímetros de grosor." Refiriéndose a los
experimentos de finales del siglo XX, que nos demuestran cómo
simplemente al mirar algo, ese algo cambia, Wheeler continúa: "Ahora
hemos aprendido del mundo cuántico que incluso para observar un objeto
tan minúsculo como un electrón, debemos destrozar ese vidrio templado:
tenemos que ponernos en contacto con el otro lado... Entonces, el
antiguo término de observador debe ser sencillamente tachado de los
libros, y debemos añadir la nueva palabra: participante."
¡Qué
cambio tan radical! En una interpretación totalmente distinta de nuestra
relación con el mundo en el que vivimos, Wheeler afirma que es
imposible que solamente observemos que el universo que nos rodea suceda.
Los experimentos en física cuántica, de hecho, demuestran que
simplemente al observar algo tan pequeño como un electrón, enfocando
nuestra conciencia en lo que el electrón está haciendo por hasta un sólo
instante, sus propiedades cambian. El experimento sugiere que el puro
acto de observar es un acto de creación, y que esa conciencia está
realizando la creación. Estos descubrimientos parecen apoyar la
propuesta de Wheeler de que ya no podemos considerarnos puramente como
espectadores que no tenemos efecto en el mundo que observamos.
Pensar
en nosotros mismos como participantes en la creación, en vez de
simplemente pasar a través del universo durante el breve periodo de
tiempo de toda una vida, requiere una nueva percepción de lo que es el
cosmos y cómo trabaja. La infraestructura para una visión tan radical
del mundo fue la base para una serie de libros y ensayos de otro físico
de Princeton y colega de Einstein, David Bohm. Antes de su muerte en
1992, Bohm nos dejó dos teorías de vanguardia que ofrecen una visión muy
distinta (y de alguna manera, casi holística) del universo y de nuestro
papel en él.
La primera fue una interpretación de la física
cuántica, que prepara el escenario para el encuentro y la amistad
subsiguiente entre Bohm y Einstein. Fue esta teoría la que abrió la
puerta a lo que Bohm llamaba la "operación creadora de los niveles
subyacentes de la realidad." En otras palabras, él creía que hay planos
más profundos o elevados de creación, que contienen el molde para lo que
ocurre en nuestro mundo. Es desde estos niveles más sutiles de la
realidad que se origina nuestro mundo físico.
Su segunda teoría
era una explicación del universo como un sistema único y unificado de la
naturaleza, conectado en formas que no son siempre obvias.
Durante
sus primeros trabajos en el Laboratorio de Radiación Lawrence de la
Universidad de California (ahora llamado Laboratorio Nacional Lawrence
Livermore), Bohm tuvo la oportunidad de observar pequeñas partículas de
átomos en un estado gaseoso especial llamado plasma. Bohm descubrió que
cuando las partículas estaban en el estado de plasma, actuaban un poco
distinto a las unidades individuales, tal como las concebimos, y más
como si estuvieran conectadas con otra como parte de una existencia más
grandiosa.
Estos experimentos sentaron la base para el trabajo
vanguardista por el cual Bohm es probablemente más recordado: su libro
escrito en 1980: La totalidad y el orden implicado.
En este
volumen transformador de paradigmas, Bohm propone que si pudiéramos ver
el universo en su totalidad, desde un punto de vista más elevado, los
objetos de nuestro mundo, de hecho aparecerían como una proyección de
cosas que han ocurrido en otro dominio que no podemos ver. Él percibía
lo visible y lo invisible como expresiones de un orden mayor y más
universal Para distinguirlos, denominaba estos dos dominios como:
"implicado" y "explicado."
Las cosas que podemos ver y tocar y
que aparecen separadas en nuestro mundo (como las rocas, los océanos,
los animales y las personas) son ejemplos del orden explicado de la
creación. Sin embargo, por distintas que puedan parecer una de la otra,
Bohm sugirió que están conectadas en una realidad más profunda en
formas, que sencillamente no podemos ver desde nuestro lugar en la
creación. Él veía todas las cosas que parecen separadas de nosotros como
parte de una totalidad mayor, la cual llamaba orden implicado.
Para
describir la diferencia entre lo implicado y lo explicado, nos dio la
analogía de un raudal que fluye. Bohm describía la ilusión de la
separación, usando como metáfora las diferentes formas en que podemos
ver el agua correr en el raudal: "En este raudal, uno podría ver un
patrón siempre cambiante de vórtices, ondas, olas, salpicaduras,
etcétera, sin existencia, evidentemente separada como tal." Aunque las
alteraciones del agua pueden lucir separadas ante nosotros, Bohm las
veía íntimamente enlazadas y profundamente conectadas entre sí. "Dicha
subsistencia transitoria, tal como puede ser poseída por estas formas
abstractas, implica solamente una independencia relativa [énfasis del
autor] en vez de una existencia absolutamente independiente," afirmaba.
En otras palabras, todas son parte de la misma agua.
Bohm usaba
dichos ejemplos para describir su percepción de que el universo y todo
lo que él contiene (incluidos nosotros) puede, de hecho, ser parte de un
patrón cósmico más grande en donde todas las partes son compartidas de
forma equivalente entre sí.
Encapsulando esta visión unificada
de la naturaleza, Bohm asevera sencillamente: "La nueva forma de
percepción puede quizá ser mejor llamada Totalidad indivisible en
movimiento fluyente."
En la década de los setenta, Bohm ofreció
una metáfora incluso más clara para describir la forma en que uno podría
concebir el universo como un todo distribuido pero indivisible.
Reflexionando
en la conexión de la naturaleza en la creación, se convenció aun más de
que el universo trabaja como un gran holograma cósmico. En un
holograma, cada porción de un objeto dado contiene ese objeto en su
totalidad, solamente que en una escala menor.
Desde la
perspectiva de Bohm, lo que vemos como nuestro mundo es, en realidad, la
proyección de algo aun más real que está ocurriendo en un nivel más
profundo de la creación. El nivel más profundo es el original: el
implicado. En esta visión de "como es arriba, es abajo" y "como es
adentro, es por fuera," los patrones están contenidos en el interior de
los patrones, completos de por sí y distintos solamente en escala.
La
elegante simplicidad del cuerpo humano nos ofrece un hermoso ejemplo de
un holograma, uno que ya nos es familiar. El ADN de cualquier parte de
nuestros cuerpos contiene nuestro código genético (el patrón completo de
ADN) para el resto del cuerpo, sin importar de dónde viene. Ya sea que
tomemos una muestra de nuestro cabello, una uña o nuestra sangre, el
patrón genético que nos hace ser lo que somos, está siempre ahí en el
código... siempre es el mismo.
Al igual que el universo está
constantemente cambiando de lo implicado a lo explicado, el flujo de lo
invisible a lo visible es lo que constituye la corriente dinámica de la
creación. Es esta naturaleza constantemente cambiante de la creación, lo
que John Wheeler tenía en mente cuando describió el universo como
"participante", es decir, inconcluso y continuamente respondiendo a la
conciencia.
Curiosamente, esta es precisamente la forma en que
las antiguas tradiciones sabias sugieren que funciona el mundo. Desde
los antiguos vedas de la India, que algunos eruditos datan de 5,000 a.
C, hasta los Rollos del Mar Muerto hace 2000 años, un tema general
parece sugerir que el mundo es actualmente el espejo de las cosas que
están ocurriendo en un dominio más elevado o en una realidad más
profunda. Por ejemplo, comentando las nuevas traducciones de los
fragmentos de los Rollos del Mar Muerto, conocidos como Los cánticos del
sacrificio del Sabat, sus traductores resumieron el contenido: "Lo que
ocurre en la tierra es apenas un pálido reflejo de una realidad suprema
mayor."
La implicación de la teoría cuántica y de los textos
antiguos es que en los dominios invisibles creamos el patrón para las
relaciones, las carreras, los éxitos y los fracasos del mundo visible.
Desde esta perspectiva, la Matriz Divina trabaja como una gran pantalla
cósmica que nos permite ver cómo la energía no física de nuestras
emociones y creencias (nuestra ira, odio y enojo; así como nuestro amor,
compasión y comprensión) se proyecta en el medio físico de la vida.
Al
igual que una pantalla de cine refleja sin juicio la imagen de lo que
sea o quien sea que haya sido filmado, la Matriz parece proveer una
superficie imparcial para que nuestras experiencias y creencias internas
se manifiesten en el mundo. A veces, conscientemente, a veces no,
"demostramos" nuestras verdaderas creencias respecto a todo, desde la
compasión hasta la traición, a través de la calidad de las relaciones
que nos rodean.
En otras palabras, somos como artistas
expresando nuestras pasiones, miedos, sueños y deseos más profundos a
través de la esencia viva de un misterioso lienzo cuántico. Sin embargo,
al contrario del lienzo convencional de un pintor, el cual existe en un
lugar en un momento dado, nuestro lienzo es de la misma materia que
todo lo demás, está en todas partes y siempre presente.
Llevemos
un paso más adelante la analogía del artista y del lienzo.
Tradicionalmente, los artistas se separan de su obra y usan sus
herramientas para transmitir su creación interna a través de una
expresión externa. En el interior de la Matriz Divina, sin embargo,
desaparece la separación entre el arte y el artista. Somos el lienzo,
así como las imágenes en él, somos las herramientas, así como el artista
que las usa.
La pura idea de que creamos desde el interior de
nuestra propia creación, nos recuerda aquellos comunes personajes de
Walt Disney en la televisión en blanco y negro en los años cincuenta y
sesenta. Primero, veíamos la mano de un artista no identificado
esbozando sobre un papel de dibujo un personaje de historietas famoso
como el ratón Miguelito.
Mientras se formaba la imagen, de
repente el dibujo se animaba y lucía real. Luego, Miguelito comenzaba a
crear sus propios dibujos de otros personajes de historietas desde el
interior del dibujo mismo. De repente, el artista original ya no era
necesario y quedaba fuera del cuadro... literalmente.
Sin que se
viera la mano por ninguna parte, Miguelito y sus amigos se encargaban
por sí mismos de las vidas y las personalidades. Mientras todos dormían
en el departamento de la imaginación, la cocina entera se animaba con
gran deleite. Mientras el azucarero bailaba con el salero y la taza de
té estremecía el mundo del mantequillero, los personajes dejaban de
tener conexión alguna con el artista. Aunque esto pueda parecer una
simplificación de cómo funcionamos dentro de la Matriz Divina, también
ayuda a anclar la idea sutil y abstracta de que somos creadores, creando
desde el interior de nuestras propias creaciones.
Así como los
artistas refinan una imagen hasta que es exactamente correcta en sus
mentes, en muchos sentidos parece que a través de la Matriz Divina,
hacemos lo mismo con nuestras experiencias de vida. A través de nuestra
paleta de creencias, juicios, emociones y oraciones, nos encontramos en
relaciones, empleos y situaciones de apoyo y traición que se desempeñan
con diferentes individuos en varios lugares. Al mismo tiempo, estas
personas y situaciones a menudo se sienten insistentemente familiares.
Tanto
como individuos, como en conjunto, compartimos creaciones de nuestra
vida interior como un ciclo eterno de momento tras momento, día tras
día, y así sucesivamente. ¡Qué concepto tan hermoso, extraño y poderoso!
Igual que un pintor usa el mismo lienzo una y otra vez buscando la
expresión perfecta de una idea, podemos pensar en nosotros como artistas
perpetuos diseñando una creación siempre cambiante y sin final.
Las
implicaciones de estar rodeados por un mundo maleable de nuestra propia
fabricación son vastas, poderosas, y para algunos, quizá un poco
temibles. Nuestra habilidad de usar creativa e intencionalmente la
Matriz Divina, de repente nos empodera para alterar todo según como
vemos nuestro papel en el universo. Por lo menos, sugiere que hay mucho
más en la vida que sucesos casuales y sincronismos ocasionales con los
cuales lidiamos lo mejor que podemos.
A fin de cuentas, nuestra
relación con la esencia cuántica que nos conecta con todo lo demás nos
recuerda que nosotros mismos somos creadores. Como tal, podemos expresar
nuestros más profundos deseos de sanación, abundancia, alegría y paz en
todo, desde nuestros cuerpos hasta nuestras relaciones.
Y podemos hacer esto conscientemente, en el momento y en la manera que deseemos.
Sin
embargo, al igual que los iniciados en el poema de Christopher Logue al
comienzo de esta Introducción necesitaban un pequeño "empujoncito" para
que comenzaran a volar, todas estas posibilidades requieren de un
cambio sutil no obstante poderoso en la forma que pensamos sobre nuestro
mundo y sobre nosotros mismos. En este cambio, nuestros deseos
secretos, nuestras metas más elevadas y nuestros sueños más atrevidos,
aparecen de repente a nuestro alcance. Tan milagrosa como dicha realidad
pueda sonar, todas estas cosas, y muchas más, son posibles en el
dominio de la Matriz Divina. La clave es no solamente comprender cómo
funciona, también necesitamos un lenguaje para comunicar nuestros deseos
que sea reconocible para esta antigua red de energía.
Nuestras
más antiguas, sabias y apreciadas tradiciones nos recuerdan que, de
hecho, existe un lenguaje que habla con la Matriz Divina, un lenguaje
sin palabras que no involucra las señales externas comunes de
comunicación que hacemos con nuestras manos o cuerpos.
Proviene
de una forma tan simple que todos ya sabemos cómo "hablarlo" con
fluidez, de hecho lo usamos todos los días en nuestras vidas: es el
lenguaje de las emociones humanas.
La ciencia moderna ha
descubierto que a través de cada emoción que experimentamos en nuestros
cuerpos, también pasamos por cambios químicos tales como pH y hormonas
que reflejan nuestros sentimientos. A través de las experiencias
"positivas" de amor, compasión y perdón, y de las emociones "negativas"
del odio, el juicio y la envidia, cada uno de nosotros posee el poder de
afirmar o negar nuestra existencia a cada momento del día.
Adicionalmente,
la misma emoción que nos proporciona tal poder dentro de nuestros
cuerpos, extiende esta fuerza en el mundo cuántico más allá de nuestros
cuerpos.
Puede ser útil pensar en la Matriz Divina como una
manta cósmica que comienza y termina en el dominio de lo desconocido, y
comprende todo en el intermedio. Esta cubierta tiene muchas capas de
profundidad y está en todas partes todo el tiempo; ya está colocada en
su lugar. Nuestros cuerpos, vidas y todo lo que conocemos, existe y toma
lugar en el interior de sus fibras. Desde nuestra creación acuática en
el vientre de nuestras madres, hasta nuestros matrimonios, divorcios,
amistades y carreras, todo lo que experimentamos puede concebirse como
"arrugas" en la manta.
Desde una perspectiva cuántica, todo,
desde los átomos de materia y desde una brizna de pasto hasta nuestros
cuerpos, el planeta, y más allá, puede ser concebido como una
"alteración" de la suavidad de la tela de esta manta del tiempo y
espacio. Quizá no es coincidencia que las tradiciones antiguas
espirituales y poéticas describan la existencia de forma muy parecida.
Los vedas, por ejemplo, hablan de un campo unificado de "conciencia
pura" que impregna y penetra toda la creación. En estas tradiciones,
nuestras experiencias de pensamientos, sentimientos, emociones y
creencias (y todo el juicio que ellos crean) son vistas como
alteraciones, interrupciones en un campo que de lo contrario sería liso y
e inmóvil.
De manera semejante, la obra del siglo VI, el
Hsin-Hsin Ming (que traduce Versos de la fe y la mente) describe las
propiedades de una esencia que es el anteproyecto para todo en la
creación.
Llamado el Tao, va más allá de las descripciones, al
igual que lo vemos en los textos védicos. Es todo lo que es; el
contenedor de todas las experiencias, así como la experiencia misma. El
Tao es descrito como perfecto: "como el vasto espacio en donde no hace
falta nada y no hay nada en exceso."
De acuerdo con el Hsin-Hsin
Ming, es solamente cuando perturbamos la tranquilidad del Tao a través
de nuestros juicios que la armonía nos evade. Cuando esto
inevitablemente ocurre, y nos encontramos atrapados en sentimientos de
ira y separación, el texto ofrece guías para remediar esta condición:
"Para volver directamente a la armonía en esta realidad, cuando surja la
duda, diga simplemente: 'No dos.' En este 'no dos' nada está separado,
nada está excluido."
Aunque admito que vernos a nosotros mismos
como una alteración de la Matriz puede quitarle un poco de romanticismo a
nuestra vida, nos proporciona una manera poderosa para conceptualizar
nuestro mundo y a nosotros mismos. Si por ejemplo, deseamos formar
relaciones nuevas, sanas y que reafirmen nuestras vidas, dejar que entre
a nuestras vidas el romance que sana o atraer una solución pacífica en
el Medio Oriente, debemos crear una nueva alteración en el campo, una
que refleje nuestro deseo. Debemos hacer una nueva "arruga" en la
materia de la cual están hechos el espacio, el tiempo, nuestros cuerpos y
el mundo.
Esta es nuestra relación con la Matriz Divina. Nos han
dado el poder de imaginar, soñar y sentir las posibilidades de la vida
desde la Matriz misma, para que podamos reflejar de regreso hacia
nosotros lo que hemos creado. Tanto las tradiciones antiguas como la
ciencia moderna han descrito el funcionamiento de este espejo cósmico;
es el caso de los experimentos que compartiremos en los siguientes
capítulos, y hasta demostraremos cómo funcionan estos reflejos en el
lenguaje de la ciencia. Sin duda alguna, aunque estos estudios pueden
resolver algunos misterios de la creación, también abren la puerta a
preguntas incluso más profundas respecto a nuestra existencia.
Obviamente,
no conocemos todo sobre la Matriz Divina. La ciencia no tiene todas las
respuestas, con toda honestidad, los científicos ni siquiera están
seguros de dónde proviene la Matriz Divina, y también estamos
conscientes de que podemos estudiarla por otros cien años y, aún así, no
encontrar todas las respuestas. Lo que sí sabemos, no obstante, es que
la Matriz Divina existe. Está aquí, y podemos tener acceso a su poder
creativo a través del lenguaje de nuestras emociones.
Podemos
aplicar este conocimiento en una forma útil y significativa en nuestras
vidas. Al hacerlo, no puede negarse nuestra conexión con los demás y con
todas las cosas. Es a la luz de esta conexión que podemos comprender lo
poderosos que en verdad somos. Desde el lugar de la fortaleza, que
dicha comprensión ofrece, tenemos la oportunidad de convertirnos en
seres más pacíficos y más compasi- vos, trabajando activamente para
crear un mundo que refleje estas cualidades, y más. A través de la
Matriz Divina, tenemos la oportunidad de enfocarnos en estos atributos
en nuestras vidas, aplicándolos como nuestra tecnología interna de
sentimientos, imaginación y sueños. Cuando lo hacemos, tenemos acceso a
la verdadera esencia del poder de cambiar nuestras vidas y el mundo.
Extracto de La Matriz Divina.
Gregg Braden