felicidad infinita. Sara es una niña de diez años tímida y reservada que no se siente feliz.
CAPÍTULO UNO
Sara arrugó el ceño mientras permanecía acostada en su cálido lecho,
disgustada por haberse despertado. Aunque todavía no había amanecido, sabía que era
hora de levantarse. Odio estos días de invierno tan cortos, pensó Sara, ojala pudiera
quedarme en la cama hasta que saliera el sol.
Sara sabía que había soñado. Era un sueño muy agradable, pero no tenía
remota idea de lo que significaba.
No quiero despertarme todavía, pensó mientras trataba de adaptarse a la fría e
ingrata mañana invernal después del grato sueño que había tenido. Se arrebujó en su
cálido lecho y aguzó el oído para comprobar si su madre ya se había levantado y andaba
trajinando por la casa. Luego se tapó la cabeza con las mantas y cerró los ojos, tratando
de recordar un fragmento del agradable sueño del que se había despertado. Era tan
delicioso que deseaba seguir recordándolo.
Vaya, tengo que ir al baño. Si me quedo quietecita, quizá se me pasen las
ganas.
Sara cambió de postura, tratando de postergar lo inevitable. Esto no funciona.
Bueno, me levantaré. Otro día. Qué le vamos a hacer.
De puntillas, Sara se dirigió por el pasillo hacia el baño, procurando sortear las
tablas del suelo que crujían, y cerró la puerta sin hacer ruido. Decidió esperar un poco a
tirar de la cadena del retrete para disfrutar de la maravillosa sensación de estar despierta
y a solas. Otros cinco minutos de paz y tranquilidad, pensó.
-¿Sara? ¿Estás levantada? ¡Ven a ayudarme!
-Qué más da que tire o no de la cadena -murmuró Sara-o ¡Un momento, ya
voy! -respondió a su madre.
No entendía cómo se las arreglaba su madre para saber lo que hacían todos en
cada momento en la casa. Debe de tener aparatos de vigilancia en cada habitación,
pensó con fastidio. Sabía que eso no era cierto, pero había caído en un estado anímico
negativo y no podía evitarlo.
Dejaré de beber agua antes de acostarme. O mejor aún, a partir del mediodía
no beberé nada. Entonces, cuando me despierte, podré quedarme acostada y pensar, a
solas, sin que nadie se dé cuenta de que estoy despierta.
Me pregunto a qué edad deja uno de disfrutar de sus pensamientos.
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