https://cambiemoslaeducacion.wordpress.com/2015/04/22/entrevista-a-carl-honore-el-tiempo-de-ser-nino/
“Criar
un hijo debería ser un viaje, tomar su mano y decir: vamos a descubrir
quién eres tú, con todo el misterio, la incertidumbre, la alegría y las
lágrimas”, dice Carl Honoré. Para avanzar en esta dirección, se necesita
reducir la velocidad y propiciar momentos de silencio, que inviten a
mirar dentro y buscar los propios recursos. Y la escuela deberá abrir
puertas y enseñar a los niños a amar el aprendizaje, a hacer preguntas
para que cada uno encuentre su camino. Así, el paso de la infancia a la
edad adulta será un tránsito más fluido.
¿Cómo valora la evolución de la infancia en las últimas décadas?
Para mí el rasgo más significativo es el
control del adulto de los más mínimos detalles en la vida del niño.
Nuestra sociedad oscila entre hacer demasiado y hacer poco. Por un lado,
los cuidamos y protegemos con una energía sobrehumana, preparamos su
futuro, creamos una imagen perfecta de lo que debe ser un “niño
perfecto”, un “super-niño”. Por otro, no somos capaces de imponer
disciplina. Los padres, en particular, hemos perdido la capacidad de
decir no. Pasamos mucho tiempo educando a
nuestros hijos, enseñándoles cosas, llevándolos en coche de una
actividad a otra, del fútbol al tenis o a piano, pero no el suficiente
estando, simplemente estando, con ellos, escuchándolos, jugando,
charlando. Hay algo claustrofóbico e intensamente paranoico en las relaciones con los hijos.
¿Cuáles son las causas de esta situación?
Han confluido en ella un conjunto de
tendencias históricas. Una de ellas es la globalización de la economía.
El mercado de trabajo es ahora más inestable. Antes los empleados eran
para toda la vida, salías de la universidad y te colocabas
inmediatamente. La incertidumbre genera
mucha ansiedad y esto se manifiesta en un impulso por equipar a los
niños para el futuro, que resulta excesivo. La incertidumbre y la ansiedad están en los discursos políticos, en las conversaciones de los padres, en las escuelas. Y la cuestión es cómo equipar a los hijos y con qué.
La segunda tendencia es la cultura del consumismo, que ya existía en el
siglo XX, pero que ha alcanzado su apoteosis en los últimos años,
infectando todos los rincones de nuestra cultura y colonizando nuestras
vidas. El consumismo aumenta las expectativas, nos impulsa a quererlo todo perfecto. Queremos dientes perfectos, cuerpos perfectos, una cocina perfecta, perfectas vacaciones y también un hijo perfecto que encaje en la familia perfecta. No
es suficiente que un niño juege dando patadas a un balón. Tiene que
estar en un equipo y si es posible en la liga. Es todo o nada.
Luego están los cambios demográficos…
Sí, las familias de hoy son las más
pequeñas de la historia. Nos casamos a edad avanzada y las mujeres son
madres, por primera vez, a los 39. Todo esto genera ansiedad y
preocupación. El simple hecho de tener un hijo se convierte en algo muy
importante, un enorme esfuerzo, una gran inversión de tiempo y dinero.
Con un único hijo, te lo juegas todo a una carta. Nunca tienes la
experiencia de lo diferentes que son los niños ni de lo limitada que
puede ser tu influencia sobre ellos. Para
moldearlos, les aplicamos la cultura del management y los resultados son
que nos profesionalizamos como padres y perdemos el contacto con
nuestro instinto natural. Hay mucho miedo y mucha presión del
entorno para que lo hagamos muy bien, leamos muchos libros, compremos
juguetes muy caros, con mucha tecnología y los llevemos a actividades
con expertos, cuando, por el contrario, la
ciencia nos dice que el juego, el juego espontáneo, es lo más apropiado
para desarrollar el cerebro infantil.
¿Diría que hay sólo una forma de ser niño o varias?
La globalización nos promete aumentar
nuestras posibilidades de elección, pero en realidad las está
restringiendo. Hoy puedes dormir en el mismo hotel en Barcelona,
Londres, Berlín o Tokio. La gente sigue la misma moda en Corea del Sur y
en Andalucía, escuchan música en idénticos Ipod. Y
lo mismo ocurre con la infancia, hemos creado un ideal estándar del
niño perfecto: muy organizado, muy ocupado, siempre haciendo cosas
controladas y supervidadas por adultos. Por eso escribí Bajo presión: quería poner en cuestión la idea de un niño único. Crecer
no tiene por qué ser una carrera; algunos leerán más pronto, otros
serán muy buenos jugando al fútbol y luego perderán interes por este
deporte. Cada persona tiene su propio ritmo. La vida moderna
impone a todos un ritmo muy rápido y no acepta el error ni el fracaso.
Esto crea una atmósfera de ansiedad y miedo que no es saludable. La infancia es un espejo, refleja lo bueno y lo malo de cada sociedad.
Ese niño estandarizado, ¿no parece más bien un adulto?
Es verdad, en cierto sentido los niños se han “adultizado”,
pero en otro están más infantilizados. Digamos que se va en las dos
direcciones. Por un lado, les presionamos para que sean adultos cada vez
más pronto: surfean en google y ven pornografía a los siete años,
tienen agendas muy apretadas. Por otro, les infantilizamos, tememos lo
que pueda ocurrirles, no les dejamos asumir riesgos, ni salir a la calle
o ir solos ala escuela ¡hasta los 29¡ Los mantenemos en una burbuja. La
infancia se ha vuelto demasiado valiosa para dejársela a los niños;
queremos controlar, medir, mejorar. La infantilización y el management
son dos aspectos de lo mismo. Antes de la aparición de la
escuela, los niños eran muy adultos. La infancia es un constructo
moderno, un producto de nuestra cultura.
Que no existe en otras partes del mundo…
Efectivamente, los niños de la calle en
Brasil o India llevan vidas de adultos, aunque también son niños.
Necesitan satisfacer necesidades básicas de alimentación, salud, hogar,
educación. ¿Debemos exportar nuestro modelo de niño occidental? La
respuesta es no, porque no funciona. De mi experiencia en Sudamérica,
recuerdo que tienen una chispa increíble y una sorprendente capacidad
para jugar, reír, ser independientes y crear; son muy inteligentes, muy
capaces de sobrevivir. Tienen mucho que enseñarnos. Disponen de tiempo
para vagar por las calles pero, claro, deberían ir a la escuela. Sin
embargo, hay cosas positivas en esa libertad. Hemos
creado dos tipos de niños: unos están excesivamente controlados,
sobreprotegidos y consentidos, y otros no tienen ningún control, ninguna
protección y no reciben ningún mimo. Deberíamos equilibrar la
situación, dar más espacio y tiempo a los niños occidentales y más
alimentación, salud y escuela a los del tercer mundo, respetando su
libertad.
Cuáles son las consecuencias de este modelo de infancia?
Las estamos viendo.
Los maestros se quejan de niños “problemáticos”, que son incapaces de
resolver los conflictos porque nunca han podido juntarse con cuatro o
cinco amigos sin que un adulto dirija y controle su juego. Así
que no han desarrollado esa habilidad. En los campus universitarios,
jóvenes a quienes nunca les han permitido asumir sus responsabilidades
se sienten incapaces de enfrentarse a todo. Los
móviles se han convertido en el cordón umbilical más largo de la
historia y los padres continúan dirigiendo a sus hijos, incluso para
elegir un empleo. Si el objetivo de la paternidad es ayudar a los
hijos a ser autónomos, estamos fracasando. Y sin embargo, la economía
necesita personas capaces de pensar libremente, de asumir riesgos y
desafíos, de emprender. ¿Cuál es el
beneficio de criar una generación que sólo sabe seguir las reglas y
entrar en el molde, en lugar de pensar fuera de él?
Una generación que no ha vivido su infancia plenamente…
Que ha perdido la alegría de ser niño.
Nos estamos privando de ese sonido mágico que es la risa de los niños.
Esa increible capacidad infantil para jugar y sumergirse en un mundo
inventado: “ver el mundo en un grano de arena y sostener el infinito en
la palma de tu mano”, como decía William Blake. Hace poco ví una viñeta
estupenda en el New Yorker magazine. Una pareja contempla a su
hijo recién nacido, y uno de ellos dice: “¡Oh mira, va a ser abogado¡”.
Es sólo un bebé, pero ya lo ven como un proyecto. Criar a un hijo debería ser un viaje, cogerlo de la mano y decir: “vamos a descu quién eres”, con todo el misterio, la incertidumbre, la alegría y las lágrimas.
Pero si decides que tu hijo irá a Oxford, será abogado y trabajará en
el City Bank, ¿dónde está la magia? Tal vez él quiera ser músico,
arquitecto o periodista. En España, una cifra record de universitarios
abandonan en el primer año de carrera. Quizás, por primera vez en su
vida, pueden plantearse: “¿quién soy yo y qué hago en empresariales?” Y
descubren que quieren ser enfermeras o fotógrafas.
¿Construirse uno mismo no es una característica de la edad adulta?
Los conceptos de infancia y adultez
deberían ser más fluidos. La definición básica del adulto es la de
alguien que dirige su vida. Con los niños hay un límite porque no tienen
las mismas capacidades a los dos años que a los quince. Pero
gradualmente, al ritmo adecuado para cada persona, los padres deberían
ceder el contro, darles la responsabilidad de tomar sus propias
decisiones.
¿Cómo sería una infancia “lenta”?
Es una especie de equilibrio. No estoy abogando, en absoluto, por el laissez faire. Los niños necesitan estímulo, presión, competición, estructura. Pero sólo de vez en cuando, no siempre. También necesitan espacio para explorar el mundo a su manera, a su ritmo, para crear, inventar, incluso para aburrirse. Hoy
nos aterroriza el aburrimiento. Vivimos en una “cultura del hacer” que
no contempla la posibilidad de ir despacio, de parar, incluso de no
hacer nada. Estamos continuamente ocupados, corriendo en pleno
ruido electrónico. Nadie disfruta de unos momentos de silencio. Esto
crea una presión artificial, innecesaria. Se necesita tiempo para mirar hacia dentro, a tus propios recursos, para atravesar el aburrimiento y crear.
También los adultos necesitamos relajarnos, repensar nuestra relación
con el tiempo. Cuando reducimos la velocidad, somos capaces de sentir
con mayor claridad. Y si sientes más, piensas y te angustias menos.
¿Qué hace usted cuando tiene prisa?
Antes solía ir siempre corriendo y
mirando el rejoj. Ahora aún hago muchas cosas deprisa, pero ya no me
estreso. Y si me sucede alguna vez, me paro y me digo a mi mismo ¿por
qué vas tan rápido? ¿lo necesitas realmente o te han contagiado el virus
de la prisa? Y si no hay ninguna razón, simplemente reduzco la
velocidad. Es muy diferente y haces muchas más cosas. La paradoja de ir
más despacio es que te vuelves mucho más productivo. El
cerebro humano sólo puede concentrarse adecuadamente en una cosa cada
vez. Intentar hacer varias, al mismo tiempo, es ineficiente e
improductivo.
¿De verás tienes más tiempo?
Sí, y puedes sentirlo, no es sólo que
tengas más espacio en tu agenda, es que el tiempo no pasa tan rápido y
puedes hacer las cosas que quieres. Yo cuido de mis hijos por las
tardes; ayer, después de la escuela, fuimos a la piscina. Despacio es
más fácil.
¿La tecnología acelera nuestras vidas?
En realidad, la tecnología es una herramienta muy útil, una fuente de información y conocimiento increíble. Pero
se convierte en un problema cuando los niños pasan seis o siete horas
diarias deltante del ordenador. Algunos tienen 400 amigos en Facebook, y
ni uno solo para ir a jugar al parque. Hay que encontrar el equilibrio.
Una tarea difícil. Muchos padres y educadores ya han tirado la toalla.
Es algo nuevo, aún estamos creando normas y protocolos para usar mejor la tecnología. Pero hay que poner límites.
Los niños necesitan jugar de verdad, no con la Nintendo; necesitan
amigos reales. Reflexionemos sobre la forma en que utilizamos la
tecnología en la familia y en la escuela. Seguro que podemos
hacer algo. Pongo un ejemplo, aunque no tenga relación con la infancia.
El primer ministro inglés, David Cameron, en la primera reunión de su
gabinete, prohibió el uso de Smartphones, móviles, Ipod, Blackberrys,
etc. Sin aparatos, las sesiones son más creativas y productivas. Y si
los ministros, todos hiperactivos, personalidades tipo A, adictos al
Blackberry, quirúrgicamente conectados al Iphone, son capaces de
apagarlos durante dos horas, ¿cómo no vamos a poder hacerlo en la
escuela?
¿Los profesores ven también a los niños como proyectos?
El sistema
escolar forma parte de una sociedad muy controladora que no deja espacio
para descubrir quién eres realmente, para crear. Hay continuos exámenes, calificaciones y datos que memorizar.
Pero una escuela sin exámenes…
Los exámenes
responden a las necesidades de control, de certidumbre. A los políticos
les encantan las cifras, las comparaciones, las clasificaciones: tal
número de niños españoles ha obtenido tales resultados. Y puede ser muy
útil, pero son una herramienta limitada. Crean una especie de ilusión,
cuando en realidad no dicen mucho sobre las habilidades y aprendizajes
reales. En los últimos años, la escuela se ha obsesionado con las
evaluaciones, como si fuesen la única medida del valor de los alumnos. Y
la presión empieza ya a los seis años. Pasamos
demasiado tiempo clasificándolos en grupos de habilidad, seleccionando a
los mejores, cuando los niños evolucionan a diferentes ritmos, cambian
de un año para otro. Meterlos en cajas los limita. Con el exceso
de exámenes se pierden muchísimos talentos; es como si les repitieras
“no eres bueno, no vas a conseguirlo”.
¿Cuál sería, entonces, el papel de la escuela?
La escuela
debe abrir las mentes en lugar de cerrarlas, exponer a los niños al
mayor número de ideas, de formas de pensar, a los mejores conocimientos.
Enseñarles a amar el aprendizaje, a interesarse por las cosas, a hacer
preguntas y ser curiosos. Ayudar a cada niño a encontrar su
camino, a descubrir sus gustos y sus capacidades. Necesitamos una
escuela abierta que ofrezca a todos las mismas oportunidades. No creo
que su función sea formar a los chicos para los mejores empleos. Eso
viene más tarde. Deberíamos preparar al
mayor número de personas para que realicen todo su potencial, que sean
capaces de pensar creativamente, de trabajar en grupo, en red, de
resolver problemas de manera interdisciplinaria. Lleva tiempo cambiar un
sistema tan complejo como el educativo; es un proceso largo, pero
necesario.
¿Se plantearía eliminar el currículo y dar más libertad a las escuelas?
Sí, pero manteniendo algunas estructuras.
El currículo oficial puede reducirse a algunos puntos esenciales. En el
mundo atomizado en que vivimos, los estados necesitan conservar un
cuerpo de conocimientos comunes, una base sólida, accesible a todos. Por
ejemplo, una historia nacional que los ciudadanos conocen y comprenden,
algunas bases en matemáticas, en ciencias… El resto, lo dejaría libre
para que la escuela y el profesor elijan las modalidades, el momento
adecuado. La flexibilidad permite adaptarse
a cada niño, a cada familia, a cada comunidad. Esto sucede ya en
algunos países, como Finlandia. Los sistemas educativos que mejor funcionan en el mundo son los que están más descentralizados. Afortunadamente, hay cambios positivos en todas partes.
¿Puede citar algunos ejemplos?
Hace unos meses, en Canadá, abrieron la
primera guardería al aire libre, algo como un jardín secreto que vas a
visitar. Hay que tener en cuenta que allí las temparaturas pueden bajar
hasta menos 20 grados. El año pasado, Toronto se convirtió en el primer
estado de Norteamérica que ha impuesto límites estrictos a los deberes
en todos los cursos. Y otros estados se están planteando hacer lo mismo.
Aquí en Inglaterra, el ministro de educación se propone dar más
libertad a las escuelas y a los profesores. En todas partes, los padres crean grupos para reflexionar sobre la forma de educar.
¿Cree que su libro puede tener algo que ver?
Puede ser, pero la crisis también
influye. Con menos dinero, las familias comen más en casa, compran menos
juguetes tecnológicos, gastan menos en actividades extraescolares. Y
hay una especie de movimiento cultural del que mi libro forma parte. Algunas
personas me escriben diciendo que lo están utilizando para repensar su
escuela o su familia… Es agradable sentir que lo que escribes tiene un
efecto sobre la gente.
Fuente: Estilo de Vida Slow