Pues ninguno de los dos. Conversación con Alfie Kohn
Tanto
las recompensas como los castigos, dice el autor de Castigado con
Recompensas Alfie Kohn, son formas de manipular el comportamiento que
destruyen el potencial para el verdadero aprendizaje. Por contra, él
aboga por facilitar un currículo estimulante y una atmósfera afectuosa
“de forma que los niños puedan actuar desde su deseo natural de
descubrimiento”.
Alfie, nosotros los educadores
usamos bastante a menudo el castigo, pero hemos llegado a entender que
no es una motivación muy efectiva. Nos han convencido que en su lugar es
mucho mejor usar las recompensas. Sin embargo, ahora tú llegas y nos
comentas que ésto también está mal, ¿por que?.
Primero, vamos a asegurarnos que estamos
de acuerdo respecto a tu primera premisa, que es que el castigo es
destructivo. Hay personas que parecen pensar que si le llaman
“consecuencias” o añaden el modificador “lógico”, entonces está bien.
“Consecuencias lógicas” es un ejemplo de lo que yo llamo “castigo
suave”, una manera mas suave y gentil de hacer cosas a los niños en
lugar de trabajar con ellos.
Una vez dicho esto, pasaré a hablar de
las recompensas. Tanto las recompensas como los castigos son formas de
manipular el comportamiento. Son dos maneras de hacer cosas a los
estudiantes. Y en este sentido, todas las investigaciones que determinan
que es contraproducente decir a los estudiantes “haz esto o esto es lo
que te voy a hacer” tambien se aplican a “haz esto y tendrás aquello”.
Ed Deci y Rich Ryan de la Universidad de Rochester tienen razón cuando
llaman a las recompensas “control a través de la seducción”.
Y dices que las recompensas son tan indeseables como el castigo.
Debido a su carácter controlador, es
probable que a la larga sean experimentadas como aversivas. La razón es
que mientras que los estudiantes querrán obtener la golosina -la pizza o
el dinero o la estrella de oro- nadie de nosotros disfruta cuando las
cosas que deseamos se usan como instrumento para controlar nuestro
comportamiento. Así que son las contingencias del beneficio -“haz esto y
obtendrás aquello”- que justifican su estatus punitivo a la larga.
¿Estás diciendo que es así incluso para chicos que encuentran ciertas tareas gratificantes por si mismas?
Las recompensas son dañinas para el interés sobretodo cuando la tarea es ya de por sí intrínsecamente motivadora. Esto
puede ser simplemente porque hay más interés que perder cuando se
añaden elementos innecesarios; si estás haciendo algo aburrido, tu nivel
de interés puede ya estar al nivel del suelo.
Sin embargo, esto no nos da derecho a
tratar a los chicos como mascotas cuando la tarea no es interesante. En
su lugar, necesitamos examinar la propia tarea, el contenido del
currículo, para ver como puede hacerse más estimulante. E
independientemente de lo que hagamos al respecto, uno de los
descubrimientos más minuciosamente investigados en psicología social es
que cuanto más recompensas a alguien por hacer algo, menos interés
tenderá a tener en aquello sobre lo que se le recompensa.
En Castigado con Recompensas
(Punished by Rewards) citas muchas investigaciones sobre estos aspectos.
Dices que esto no es sólo tu opinión.
Exacto. Hay al menos 70 estudios que
demuestran que motivadores externos -incluyendo los sobresalientes, a
veces los halagos, y otras recompensas- no sólo son inefectivos a la
larga, sino que también son contraproducentes respecto de las cosas que
nos conciernen más: el deseo de aprender, el compromiso con los buenos
valores, etc. Otro grupo de estudios demuestra que cuando se ofrecen
recompensas a las personas por hacer una tarea que implica algún grado
de resolución de problemas o creatividad -o por hacerla bien- tenderán a
hacer un trabajo de más baja calidad que aquellos a los que no se les
ofrece ninguna recompensa.
Esto parece totalmente contrario a
nuestra experiencia de cada día. Todo el mundo está acostumbrado a
recibir recompensas y a darlas. Como educadores, pensamos que es justo
dar recompensas; los chicos que hacen las cosas bien merecen
recompensas.
Lo
que los chicos se merecen es un currículo estimulante y una atmósfera
afectuosa de forma que puedan actuar según su deseo natural de descubrir
cosas. Ningún chico merece ser manipulado con elementos extrínsecos para que cumpla con lo que quieren otros.
Es extraordinario cuantas veces los
educadores usan la palabra “motivación” cuando lo que quieren decir es
“cumplimiento”. Efectivamente, uno de los mitos fundamentales en este
ámbito es que es posible motivar a alguien. Cuando sea que veas un
artículo o un seminario llamado “Como Motivar a Tus Estudiantes”, te
recomiendo que lo ignores. No puedes motivar a otra persona, así que
enmarcar el asunto de esta forma garantiza el uso de herramientas de
control.
Además,
la motivación es algo con lo que los estudiantes ya cuentan. No tienes
que sobornar a un niño para que te enseñe que puede contar hasta cien
millones o leer las señales de la autopista. Pero las investigaciones demuestran que hacia la mitad -o seguro hacia el final- de la escuela elemental, esta
motivación intrínseca empieza a disminuir drásticamente -por una
extraordinaria coincidencia, justo en el momento en el que entran en
juego las notas.
Seguro que es poco realista
esperar que todos los niños encuentren el currículo intrínsecamente
motivador. ¿Hay algunas cosas sobre las que deben esforzarse, si?
A
ver, un niño concreto puede estar más interesado en unas cosas que en
otras, pero no estamos hablando de poner algo en la pizarra y esperar
que los niños empiecen a saltar diciendo “¡no puedo esperar a aprender
esto!”.
Una enseñanza habilidosa incluye
facilitar el proceso por el cual los niños aprenden ideas complejas -y
esas ideas, como John Dewey nos ha dicho- deben emerger esencialmente de los intereses y preocupaciones de la vida cotidiana de los chicos. “¿Cual
es mayor, 5/7 ó 9/11?”. La respuesta correcta es: “¿A quien le
importa?”. Sin embargo a los niños les importa mucho lo rápido que
crecen. En ese contexto, las habilidades necesarias para averiguarlo
devienen interesantes para la mayoría de chicos. “¿Cual es la diferencia
entre un símil y una metáfora?”. La misma respuesta: pocos miembros de
nuestra especie encontrarían esta distinción intrínsecamente motivadora
-sin embargo los niños están muy interesados en escribir una historia
sobre dinosaurios o sobre como se les llevó una nave espacial. En
el contexto de una tarea que les importa a los estudiantes, las
habilidades específicas que nos importan pueden enseñarse naturalmente
sin halagos, sin juegos, y sobre todo sin ofrecer a los niños galletitas
de perro por hacer lo que les decimos.
Déjame preguntar
sobre los halagos, lo que es particularmente delicado, porque no es una
recompensa tangible. ¿Si le digo a uno de los miembros de mi equipo que
hizo un trabajo magnífico sobre algo, le estoy dando una recompensa?
Esta es una cuestión interesante, y desearía que más educadores la hicieran, independientemente de la respuesta.
El feedback positivo que se percibe como
información no es en si mismo destructivo y realmente puede ser
constructivo, desde un punto de vista educativo. Y el dar ánimos -ayudar
a la gente a sentirse reconocidos de forma que su interés en la tarea
se doble- no es malo. Sin embargo, la mayoría de halagos que se dan a
los niños toman la forma de recompensas verbales, que pueden tener el
mismo impacto destructivo que otras recompensas: es controlador,
distorsiona la relación entre el adulto y el niño -y entre el niño y sus
iguales- y debilita el interés en la propia tarea.
No es una coincidencia que los programas
de disciplina coercitiva se basan en gran medida en obtener el
cumplimiento por medio del uso abundante del halago. Un ejemplo típico
es el profesor de escuela que dice: “Me gusta la forma en que Cecilia
está sentada, tan linda y callada y preparada para trabajar”. Tengo
muchas objeciones a estas prácticas.
¿Por qué?
Primero, el profesor no le hace ningún
favor a Cecilia. Puedes imaginarte a algunos de los otros chicos que se
acercan a ella después de clase y le dicen: “Doña “linda y tranquila”
tonta”.
Segundo, el profesor ha convertido una
experiencia de aprendizaje en una cuestión de triunfar. Ha introducido
la competencia en el aula. Ahora es un concurso para ver quien es el
niño más lindo, más tranquilo -y el resto, pierde.
Tercero, esta es una interacción
esencialmente fraudulenta. El profesor hace ver que habla con Cecilia,
pero en realidad la usa para manipular el comportamiento del resto en el
aula -y esto simplemente no es una forma amable de tratar con seres
humanos.
Cuarto, y posiblemente el más importante,
te pido que reflexiones sobre cual es la palabra más importante en esa
expresión. Creo que es “yo”. Incluso si esta práctica funciona, sólo ha
servido para que Cecilia y los otros chicos estén preocupados por lo que
“yo” les pido, independientemente de las razones que tengo o no para
pedírselo. Cecilia no ha recibido ni un ápice de ayuda para reflexionar
sobre cómo su experiencia afecta a los demás en el aula o sobre qué tipo
de persona quiere ser.
Respecto a este punto, me gusta pensar
sobre las preguntas sobre las que se alienta a los chicos que pregunten
en las diferentes aulas. En una que está dominada por las consecuencias,
los chicos son dirigidos a pensar “¿Que quieren que haga y que me
pasará si no lo hago?”. En una clase dominada por las recompensas,
incluidos los halagos, los chicos se preguntan “¿Que quieren que haga y
que recibiré por hacerlo?”. Date cuenta como son de fundamentalmente
similares estas dos preguntas y que radicalmente diferentes son ambas de
la pregunta “¿Que tipo de persona quiero ser?” o “¿Que tipo de aula
queremos tener?”.
¿Qué ocurre con los estudiantes
menos exitosos? Muchos educadores sienten que ellos necesitan incluso
más halagos que los otros chicos. Necesitan ser halagados cada vez que
hacen el mínimo progreso.
Ninguna investigación apoya la idea que
halagar a los niños para que suban poco a poco las escaleras construidas
por los adultos les ayude a desarrollar un sentido de competencia. De
hecho, los halagos por el éxito sobre tareas relativamente simples envía
el mensaje que el niño no debe ser muy brillante. Además, no se ayuda a
que los niños encuentren el material importante o interesante si se les
halaga por hacerlo. En
general, cuanto más se empuja a un niño a hacer algo a cambio de una
recompensa, ya sea tangible o verbal, más disminuirá su interés la
próxima vez que la haga. Esto puede explicarse en parte por el hecho de
que los halagos, como otras recompensas, son básicamente un instrumento
de control; el mensaje que infiere el niño es: “esto debe ser algo que
me debería gustar hacer; si no, no tendrían que sobornarme para que lo
haga”.
Lo que estás diciendo no va a ser
fácilmente aceptado por la mayoría de la gente. Parece ir contra
nuestra experiencia de cada día.
Lo hace y no lo hace. Por ejemplo, los
padres se acercan a mi y me dicen: “sabes? es divertido que digas esto
porque justo ayer le dije a mi hijo que quitara la mesa después de cenar
y me dijo: “¿que me vas a dar a cambio?””. Lo que encuentro
extraordinario de esto no es lo que dijo el niño, sino que el padre me
pida que sacuda la cabeza y sienta lástima por los Niños de Hoy. Lo que
quiero preguntar es: “¿donde crees que el niño aprendió esto?”. Y si
pregunto esto, la gente entiende.
Hay incluso algunas investigaciones en
Missouri que demuestran que cuando se preguntó a los estudiantes
universitarios “¿Crees que las recompensas llevan a tener más o menos
interés en la tarea?” contestaron erróneamente. Pero tan pronto como se
les explicaron los resultados de las investigaciones, todos dijeron,
“oh, si, ya lo sabía”. Mucha
gente ha tenido la experiencia de hacer algo únicamente porque amaban
hacerlo -hasta que empezaron a cobrar por ello, después de lo cual ni
soñaron en volverlo a hacer sin cobrar. El fenómeno por el cual los
motivadores extrínsecos hacen desaparecer la motivación intrínseca no
está en boca de todos, pero tampoco está tan lejos de nuestra
conciencia.
De todas formas, es una forma
diferente de pensar sobre las cosas. Por ejemplo, me gusta cuando la
gente me reconoce por algo que he conseguido.
Si, por supuesto. Todos queremos ser
apreciados, animados y amados. La pregunta es si esta necesidad debe
tomar la forma de lo que a menudo parece una palmadita condescendiente
en la cabeza con un “buen chico”, a lo que pienso que la respuesta
lógica es “grrr!”.
Conozco un montón de adultos que son
adictos a los halagos: desafortunadamente incapaces de pensar sobre el
valor de sus propias actividades y acciones y productos, y completamente
dependientes de que alguien les diga que hicieron un buen trabajo. Esta
es la conclusión lógica después de haber estado “adobados” en halagos
durante años. Y quizá hay una forma más empoderadora y respetuosa de
compartir la opinión de uno que mediante una recompensa verbal.
Me sorprendo con profesores que me
dicen una y otra vez: “no entiendes los orígenes y los hogares donde
viven estos chicos; vienen de lugares sin amor, brutales a veces, y me
dices que no les halague?”. Mi respuesta es: “si”. Lo que estos chicos
necesitan es apoyo incondicional y ánimo y amor. Los halagos no sólo son
diferentes a esto, son lo contrario. Alabar
es “salta a través de mi aro y sólo entonces te diré que buen trabajo
has hecho y lo orgulloso que estoy de ti”. Y esto puede ser
problemático. Por supuesto, con feedback positivo, es una cuestión de matiz, énfasis e implementación. Este no es el caso de las estrellas de oro, las chocolatinas, los sobresalientes, los que considero inherentemente destructivos.
Uno de los mitos centrales que
arrastramos es que existe esta entidad individual que llamamos
“motivación” de la cual uno puede tener más o menos. Y por supuesto
queremos que los niños tengan más, así que les damos sobresalientes,
halagos y pizza. Lo cierto es que hay tipos cualitativamente diferentes
de motivación. Debemos parar de
preguntar: “¿Cómo están de motivados mis estudiantes?” y empezar a
preguntar: “¿Como se motivan mis estudiantes?”. El tipo de motivación
obtenida por incentivos externos no sólo es menos efectiva que la
motivación intrínseca, sino que amenaza con erosionar la motivación
intrínseca, esa excitación sobre lo que uno está haciendo.
Así que entonces ¿que sugieres en vez de eso?
A veces hablo de las tres Cs de la motivación.
La primera C es el Contenido. Mucho más interesante para mi que saber
si el estudiante ha aprendido lo que se suponía que debía aprender es la
pregunta: “¿se le ha dado al niño algo que merecía la pena aprender?”.
Si me preguntas que hacer con un niño “distraído” -una de nuestras
palabras de moda- mi primera respuesta va a ser, “¿cual es la tarea?”.
Si les das basura para hacer, sí, puede ser que tengas que sobornarles
para que la hagan. Si los niños tienen que rellenar interminablemente
los espacios en blanco, no vais a liberaros pronto de las recompensas y
amenazas.
La
segunda C es de Comunidad: no solo aprendizaje cooperativo sino también
ayudar a los niños a que se sientan parte de un espacio seguro en el
que se sientan libres de pedir ayuda, en el que lleguen a cuidarse los
unos de los otros en vez de ser manipulados para compartir o no ser
tacaños. Un trabajo sobresaliente en crear
comunidades afectuosas se está haciendo en el Centro de Estudios de
Desarrollo en Oakland, California.
La
tercera C es de Elección “Choice” en inglés, asegurarse que los niños
piensan sobre lo que hacen y cómo y con quien y porqué. Los niños no
aprenden a tomar buenas decisiones siguiendo órdenes, sino tomando
decisiones.
Enséñame
una escuela que realmente tenga esas tres Cs -donde los estudiantes
trabajan los unos con los otros en un ambiente afectuoso para dedicarse a
tareas interesantes que ellos han elegido- y te enseñaré un lugar donde
no se necesitan premios ni recompensas.
Fuente: Taktikum
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