De
vez en cuando circulan por internet recogidas de firmas para implantar
el yoga y la meditación en los colegios, con el objetivo de reducir la
conflictividad y mejorar la concentración y el rendimiento de los
alumnos.
Creo que es una iniciativa fantástica,
siempre que no perdamos de vista que el origen de todos esos “problemas”
a menudo está en otra parte.
Dice el Dalai Lama que “Si enseñáramos meditación a cada niño de ocho años, eliminaríamos la violencia en solo una generación.”
Tampoco hay que perder de vista que esta afirmación procede de alguien
que no tiene familia, que vive rodeado de monjes sin familia, y que
pertenece a una religión que promueve el desapego como forma de salvarse. Sin embargo, la clave de una sociedad pacífica está en satisfacer las necesidades de apego de los pequeños, en los vínculos familiares y el buen trato, esenciales, entre otras cosas, para prevenir la violencia, por no decir para promover una sociedad amorosa.
Por lo que respecta al yoga, yo misma lo practico y es una disciplina muy valiosa. Pero no nos engañemos, los niños actuales ya están faltos de movimiento, tanto en la escuela como en casa.
Tendría sentido que aprendieran yoga una vez que:
* ya se muevan lo suficiente* jueguen lo suficiente
* corran lo suficiente
* estén en contacto con la naturaleza lo suficiente
* trepen a los árboles lo suficiente …
necesidades que muchos niños no satisfacen ni en el entorno escolar ni en el familiar. Las ciudades diseñadas para los coches y no para las personas no ayudan, precisamente; el sistema educativo decimonónico, o el ocio basado fundamentalmente en jugar con máquinas, tampoco.
El yoga y la meditación son fantásticos. Pero no olvidemos satisfacer primero las necesidades básicas de los niños.
Lo otro es para nota. En ese caso los niños estarán mucho más
tranquilos y a lo mejor no se pensaría en el yoga y la meditación como
forma de “resolver” su nerviosismo o su conflictividad, sino como una
herramienta útil para su vida, que lo es.
Isabel Fernandez del Castillo
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