viernes, 4 de abril de 2014

SE EDUCAN SOLOS

https://seeducansolos.wordpress.com/category/arno-stern/ ( COPIADO DE ESTE BLOG. GRACIAS  )

Condiciones de la educación creadora: vídeo septiembre 11, 2012

En estos vídeos se puede ver la charla que abrió el curso de formación en Educación Creadora que se impartió en Diraya entre los días 26 de agosto al 2 de septiembre del 2012. Son 5 partes de 10  minutos cada una:






He leído: Del dibujo infantil a la semiología de la expresión, de Arno Stern mayo 22, 2012

Este libro nos dio una gran alegría cuando se publicó, en el 2008, porque no había ninguno reciente de Arno Stern en español. Pueden encontrarse más títulos en otros idiomas.
El libro trata de la evolución que va siguiendo el dibujo desde la infancia y a lo largo de toda la vida: es lo que Arno llama la Formulación. Explica en qué consiste, qué pintan los niños y qué no, y porqué. De dónde viene, cómo evoluciona, qué condiciones tienen que darse para que no se destruya ese proceso.
El libro se le muy rápido y es ameno (o eso me parece a mí, porque ya sé de lo que habla). Tiene muchas fotografías, dibujos y esquemas que ilustran la explicación.
En cuanto al contenido, me parece básico, imprescindible para cualquiera que tenga algo que ver con la infancia o con el dibujo. Me queda la duda, de si sólo con la lectura del libro se puede llegar a comprender en qué consiste y qué condiciones necesita el dibujo infantil para crecer y desarrollarse. Es mucho lo que se intenta trasmitir, y no sé si se consigue sólo con la lectura del libro. La forma de ver el dibujo infantil (y la educación en general) es muy diferente a lo que hemos vivido y a cualquier otro enfoque que hayamos visto, por lo que no sé, si con la lectura del libro se puede llegar a comprender cómo funciona realmente el dibujo infantil.

Actividad educativa: pintar

La actividad consiste en que el niño pinta, libremente lo que quiera, sin condicionamiento por parte de los adultos. Con el transcurso del tiempo y la práctica, este trabajo lógicamente irá evolucionando, creciendo y avanzando. No voy a entrar en cuestiones más teóricas acerca de cómo es el dibujo infantil, o en cómo se trabaja desde la educación creadora. Intentaré explicar tan solo lo concreto, lo práctico, el cómo hacer para pintar en casa desde esta perspectiva.
En qué no consiste esta actividad
La actividad que propongo es opuesta a la forma en que se trata el dibujo infantil normalmente en nuestra sociedad.
Lo normal, cuando un niño pinta es: que se le de papel sucio y pinturas de poca calidad; que no se le haga ningún caso mientras pinta; o que se le den dibujos para colorear o para copiar; que se le pinten cosas para que le inspiren, o para que vea cómo se pintan; que se le pregunte qué hace; se pide que de explicaciones sobre su trabajo; se le enseña a dibujar; se le dice que lo que hace es muy bonito, estupendo, precioso; se expone su trabajo; se abandona su trabajo.
El dibujo infantil se trabaja en estas condiciones normalmente, y lo que se consigue con ello es que los niños crean que no saben dibujar, y que abandonen la pintura. Esto es así, es un hecho.
Materiales:
Lo más sencillo es trabajar con papel blanco y rotuladores. El papel tiene que ser blanco, no cuadriculado ni por supuesto, con nada dibujado ni escrito. El adulto tiene que demostrarle al niño que su trabajo es importante. Por esto, porque se toma en serio el trabajo del niño, no le da papel sucio, ni usado, le da folios en blanco, un buen papel.
Si se deciden usar rotuladores, estos deben pintar correctamente y hay tener repuesto para cuando se sequen.

Si se quiere simplificar, se puede utilizar también un simple bolígrafo. Y si se quiere complicar más, se pueden utilizar témperas, pero siempre cuidando la calidad del material. Para poder trabajar bien, se necesita una buena herramienta.
Nosotros en casa utilizamos papel y rotuladores, no muchos colores. Pero a veces utilizan una pizarra blanca y rotuladores.
Lo importante es que tengan para trabajar un buen material, cuidado, bueno, en condiciones.
Espacio y tiempo:
Cuando nosotros pintamos en casa, lo hacen sentados en una mesa pequeña, de su medida. Se puede hacer también en una grande, o cada uno donde le resulte cómodo. Lo importante es que lo hagan en una posición adecuada. El adulto tiene que cuidar eso.
En casa no tenemos mucho espacio, pintan mis tres hijos juntos en la misma mesa. Cada uno en su hoja, porque el trabajo de cada niño es sagrado. No se comparte el trabajo. Pero sí se comparte el espacio (la mesa) y los rotuladores. Lo social se trabaja respetando escrupulosamente el trabajo de los demás, y respetando el material y el espacio que tenemos.
Y esta actividad se puede realizar todas las veces que se quiera, los días que se quieran. Como mínimo, yo la pondría un día a la semana. Pero lo que sí que es importante es que haya un ritmo, una continuidad en el trabajo, para que pueda haber una evolución. No sirve de nada pintar todos los días durante dos semanas, y estar otras dos sin pintar, luego pintar un día suelto, otra semana sin tocarlo y luego tres días seguidos… Es necesaria una constancia, que puede ser la que cada familia necesite: un día si, uno no; o todos los días; o cada tres días, o un día a la semana…. pero con una cierta regularidad.
Y el tiempo que dura la actividad, depende de cada niño, de su edad y de su ritmo. Mis hijos por ejemplo, cuando pintan suelen estar entre 15 y 30 minutos.

Qué hace el niño
El niño pinta. Ese es su trabajo. Es asunto solo de él, no nuestro. No pinta para nosotros.
Qué hace el adulto
El adulto se encarga de que el niño pinte en las mejores condiciones del mundo. Acompaña al niño, le apoya, y hace posible que el niño pueda trabajar. Le da valor e importancia al trabajo del niño sin juzgarlo. Asiste al niño y a su trabajo. El adulto tiene que establecer con el niño una relación a la que no estamos acostumbrados, una relación que es difícil que hayamos visto en ningún sitio.
El adulto hace cosas que son accesorias, que hacen el trabajo agradable. Es como una herramienta del niño. Hace aquellas cosas que distraerían al niño de su trabajo. Tiene que estar ocupado, porque no es un observador y es fácil pasar de observador a destinatario del trabajo. Tiene que dejar de ser el que evalúa el trabajo final, para pasar a ser el que cuida y hace posible que haya un proceso.
En nuestra sociedad, se alaba el trabajo del niño para motivarle a que siga pintando, para animarle, para demostrarle que nos importa. En esta actividad, le haremos ver al niño que le queremos, y que su trabajo nos importa de otra manera, sin inmiscuirnos en el contenido de su trabajo, sin juzgar el dibujo. Esto lo hacemos cuidando su trabajo, respetando su proceso, protegiéndolo del juicio, estando presentes, dándole lo que necesita, asistiéndole en su proceso y desarrollo.
Lo normal es que un niño pinte y cuando termine le digamos “que bonito”. Aquí lo que propongo es darle valor al trabajo del niño a lo largo de toda la actividad, sin pasar por el juicio. Yo no lo demuestro que le quiero y que su trabajo me importa porque le ponga una buena nota final diciéndole cuánto me gusta, yo le demuestro que le quiero y que su trabajo me importa, dando la posibilidad de que ese trabajo se desarrolle y crezca, respetándolo y protegiéndolo del juicio, cuidando de las condiciones para que todo esto pueda desarrollarse.
Esto se traduce en que el adulto:
- le da al niño un buen material: le da buen papel, le coloca a su alcance buenos rotuladores, tiene repuestos para cuando se sequen dárselos…
- cuida de que el material vaya a continuar en buen estado: limpia la mesa cuando se ensucia, cambia los rotuladores que se secan por otros nuevos, no deja que nadie trate mal el material, cuida de que el rotulador esté bien cerrado cuando se deja…
- cuida de que el niño trabaje cómodo: si está demasiado lejos de la mesa, le acerca; si la mesa es demasiado alta, le coloca un cojín en la silla; si el niño pinta tumbado en el suelo, le da un cojín, o le tapa con una mantita, o le da una carpetita o un cartóncillo para que ponga debajo del trabajo y pinte cómodo. También cuida de la mano del niño: para poder pintar en las mejores condiciones, la mano tiene que estar relajada y se tiene que coger el rotuladores de la forma correcta.
- da y hace cumplir unas normas: da hábitos de trabajo, de cómo coger el rotulador, respetar el trabajo del compañero…
- guarda el trabajo terminado, poniéndole antes el nombre y fecha, y lo archiva en una carpeta para cada niño
- no juzga el trabajo, ni lo describe, ni comenta, ni motiva… No entra para nada en el trabajo, porque no es asunto suyo: el dibujo es el juego del niño.
- conoce cómo es un proceso normal, hace cursos, lee libros y reflexiona. Conocer el proceso te permite no juzgarlo. Saber que hay una evolución, da mucha tranquilidad, quita miedo. Si sabes que en la evolución de dibujo, el niño pinta torbellinos, y luego ganchos, no te da miedo respetar el proceso, porque sabes lo que va a suceder. No te extrañas, ni te sorprendes, simplemente acompañas el proceso sin juzgarlo.
Qué no hace nunca
- hablar del contenido del trabajo, juzgar, exponer,
- comparar niños: cada niño es diferente a los demás, y por eso cada niño tiene un proceso diferente de los demás
- enseñar a pintar: trabajando así, el niño aprende a pintar, sin enseñanza. Con continuidad y sin juicio, el niño se siente seguro y puede jugar pintando. Así, su trabajo va evolucionando, pasando por diferentes etapas, conquistando nuevos descubrimientos con seguridad y sin miedo. Y este aprendizaje dura toda la vida.
- abandonar al niño: el adulto tiene que estar presente, no se les puede dejar solos
- ser un observador: y no puede tampoco quedarse quieto mirando, tiene que hacer algo


Un ejemplo práctico:
En nuestra casa, puede que ellos me pidan pintar, o que se lo ofrezca yo. Cuando les veo que no están haciendo nada se lo ofrezco, les pregunto ¿queréis pintar?  y si uno quiere, normalmente los demás también, por lo que casi siempre pintan los tres a la vez. Solo les dejo pintar en estas condiciones si yo voy a poder estar atendiéndoles, sino tienen que esperar a otro momento en que yo pueda estar con ellos.
Lo primero que hacemos es preparar la mesa, porque la solemos tener llena de cosas, así que despejamos el espacio y se sientan. Tiene cada uno su silla, pero a veces les gusta cambiarse el sitio. Da igual, lo importante es que la mesa esté limpia, despejada y en condiciones, que no haya nada alrededor que moleste o distraiga, que haya un orden. Pongo un bote con los rotuladores en el centro de la mesa (aunque también se puede colocar en otro lugar y van y vienen a cogerlos) y les doy una hoja a cada uno.
Al darles la hoja, conviene dársela a la mano y no colocársela en el mesa, porque así ellos se la ponen en la mesa como quieran (vertical u horizontal), sin que yo tenga que preguntarles. Los folios están guardados en otro lugar, por lo que se levantan a coger la hoja, y vuelven a la mesa.
Cada uno coge un rotulador, el que quiera y comienzan a pintar. Solo se puede coger un rotulador, el que van a usar, porque no se puede acaparar  los rotuladores (hay pocos y hay que tener en cuanta a los demás, y además solo se pinta con un color cada vez). Y hay que tratarlos bien, no les dejo que los golpeen. También hay que poner atención a que se tapen bien para que no se sequen. Cuando cambian de color, dejan el rotulador en su sitio (orden, limpieza y respeto por lo demás y el material) y cogen otro de otro color.
Mientras están pintando charlamos de todo un poco, de cualquier cosa menos del trabajo que estén haciendo, claro. Durante todo el proceso hay que hacer ver para qué estamos presentes: estamos ahí porque los queremos, porque los aceptamos, porque su trabajo es importante para nosotros. Esto hace que al final, el niño no busque la aprobación del adulto a través de su trabajo (“¿te gusta?”), el niño se tiene que dar cuenta de que ya tiene nuestra aprobación. Pero no hay un juicio del trabajo. No entramos en el trabajo, ni para juzgarlo ni para describirlo. Su trabajo es suyo.
Lo que suelo hacer mientras pintan es limpiar la mesa con una toallita, cuando se cae algo al suelo (un rotulador o una tapa) se lo recojo, y así no se tienen que levantar; asegurarme de que no se les dobla ninguna esquina del trabajo…. Esas cosas. En cuanto los niños y el adulto entienden cual es la función del adulto, surgen solas las cosillas que se pueden hacer.
Con mi hijo pequeño, por ejemplo, que tiene 20 meses, lo que tengo que hacer es tener cuidado de que coja bien el rotulador, porque tiende a cogerlo o muy cerca o muy lejos de la punta. Y recogerle todo lo que se le cae (que es bastante). También tengo que tener cuidado de que no coja un puñado de rotuladores. No lo hace para acaparar, lo hace por jugar, así que le suelo ofrecer otro material (“con los rotuladores no puede jugar así, ¿has terminado de pintar? ¿quieres que saquemos las piezas de construcción?”). Los rotuladores solo se los dejo para pintar, para jugar le doy otro material. No los puede chupar, ni lanzar, ni le dejo jugar a meterlos y sacarlos del bote (que le encanta).
Con mi hijo mayor, que tiene 5 años, mi trabajo va por otro camino. Él es más mayor, y está mucho más condicionado, por las abuelas y por el colegio. Por lo que mi trabajo fundamentalmente es darle conversación. Si mientras trabaja, estamos charlando tranquilamente, de cualquier cosa, no hay ningún problema, puede pintar con calma, con seguridad, jugando, disfrutando, sin comeduras de coco. Mientras charla conmigo puede jugar a pintar sin problemas. Pero si no estoy presente, o me distraigo… poco a poco tiende a meterse en el trabajo de sus hermanos, a contarnos qué está pintando, … es muy sutil, porque en casa esto lo trabajamos mucho, y no tiene un condicionamiento bestial, pero por pequeño que sea no me gusta. Cuanto más condicionado está el niño, más dificil es trabajar así.
Y con mi hija, que tiene 3 años, es todo mucho más fácil. Pide todo lo que necesita, y listo. Ahora mismo necesita muy poco: apenas se le caen cosas, y casi no se le escapa el trazo del papel. Y ahora mismo no tiene ningún condicionamiento ni ningún problema. Pero como tiene asumida esta relación que tenemos, como tiene claro cual es mi papel, y quiere seguir teniendo trato conmigo, ella misma ha buscado algo que yo pueda hacer, para trabajar juntas, para que yo la cuide, para que yo pueda hacer ver que su trabajo me importa sin pasar nunca por el juicio. Me pide que le sostenga la tapa del rotulador: coge un color, lo destapa, y me da la tapa, cuando termina con el color me lo da, y mientras yo lo tapo y lo pongo en su sitio, ella coge otro y me da la tapa nueva. Esto lo ha pedido ella sola, a mí no se me había ocurrido, y es un buen trabajo para el adulto que asiste el juego de pintar y que no sabe muy bien qué hacer.
Cuando alguno de los tres termina su trabajo, lo cojo y le doy la vuelta, y en la parte de atrás pongo su nombre y la fecha. E inmediatamente lo guardo en su carpeta.
Nunca hay comentarios sobre los trabajos:
- Ya está,
- Trae, hoy es….. ¿Quieres otra hoja?
- si, dame
No hay un momento en el que nos detengamos a mirar el trabajo, es todo inmediato, me lo dan, le pongo el nombre y lo archivo, por lo que no se da pie a hacer comentarios o a entrar en el trabajo del niño. Cada uno tiene una carpeta, en la que voy archivando todos sus trabajos. Tengo todos los dibujos que han hecho perfectamente guardados y archivados. Y lógicamente, en ellos hay una evolución, ha habido un proceso, un aprendizaje, sin juicio, con seguridad, sin depender de la opinión de los demás, sin motivación, solo respetando y haciendo posible el juego de pintar. De verdad que los niños no necesitan motivación para pintar: mi hijo mayor ha pintado así 5 años, y se ve perfectamente una evolución en su trabajo. Y en casa no ha recibido nunca ningún juicio sobre su trabajo.
Hay gente a quien no le gusta esta forma de hacer las cosas porque creen que es cruel no decirle a un niño que te gusta su dibujo. Esto no consiste en eso, esto no es un método que consiste en no decir “qué bonito”. Consiste en no juzgar algo que no está destinado a ser juzgado. Consiste en posibilitar una evolución y un desarrollo, en no cortarlo. Desde mi punto de vista es cruel destruir el juego de pintar, haciéndole entender al niño que al dibujar tiene que conseguir un trabajo que guste a los de su alrededor. Hay muchas formas de hacer ver a un niño que le quieres.

Si vas a intentar hacer algo así en casa:
Con un niño pequeño, que no está condicionado es muy fácil, y que empieza a pintar, es muy muy fácil. Solo hay que reflexionar un poco acerca del papel que quiere jugar el adulto en este proceso.
Con un niño que ya está condicionada, es un poco más complicado, pero se puede. El adulto tiene que tener claro, qué va a hacer y que no, y poner un antes y un después. Yo intentaría cambiar todo lo que rodeaba el dibujo antes, si se daban otras condiciones.
Por ejemplo, si antes el niño pintaba solo en su habitación, ahora le haría pintar en el salón. O si antes pintábamos juntos en el salón, pues ahora en la habitación. Cortar con lo que se ha hecho antes. Se pueden ir a comrpar un paquete de folios, una carpeta y unos rotuladores nuevos, que no haya usado antes. Y se puede preparar un rinconcito en casa, nuevo, donde se vaya a pintar.
Al niño se le puede verbalizar todo, no pasa nada, pero es mucho más importante lo que se hace que lo que se dice. Se le puede explicar en qué consiste el juego de pintar, y se puede poner la norma de que “no se habla del trabajo”.
Hay niños a quienes les resulta muy difícil recuperar su juego de pintar, todo depende de lo condicionados que estén, y hay niños que lo pasan muy mal. Pero se puede. Es una gran conquista para el niño dejar de trabajar para los demás y comenzar a trabajar para uno mismo. Es mucha responsabilidad y requiere un gran esfuerzo por parte del niño, pero por supuesto que se puede.
Para saber más:
- En el blog hay una serie de entradas dedicadas al dibujo infantil, a la educación creadora y al juego de pintar. Se pueden buscar en el índice, o en las categorías
- También hay mucha información en la página de Diraya, los talleres de educación creadora de Bilbao. En los enlaces hay referencias de a más páginas de educación creadora.
- El último libro de Arno Stern, titulado Del dibujo infantil a la semiología de la expresión, ed. Carena

El origen del dibujo en el niño

Extraído del curso de formación de Educación Creadora (con modificaciones hechas por mí); del módulo 1 titulado “Curso de introducción a los fenómenos y condiciones de la educación creadora” impartido por Jose Miguel Castro, el 6 y 7 de noviembre de 2011. Parte 11
Hoy en día, la primera vez que un niño hace un dibujo es aún muy pequeño. Cuando los niños comienzan a ser capaces de coger un rotulador, sus manos tienen limitaciones motrices que no les permiten ejecutar la complejidad de movimientos que harán en 1 ó 2 años más adelante.
Si dejamos nuestra mano completamente relajada, veremos que a la hora de moverla, lo más sencillo es girar. Cualquier movimiento que hagamos así, con la mano “muerta”,producirá un giro. Y así, cuando un niño con estas limitaciones motrices dibuja, el trazo que deja en el papel es el rastro de ese giro. Es lo que llamamos torbellino. La fisionomía del niño, la mano, no le deja hacer otro tipo de movimiento, por eso todos los niños pequeños que comienzan a dibujar, hacen estos trazos.
Estos dibujos los conocemos todos, y los hemos visto miles de veces. Es lo que comúnmente se llama garabato. Arno quiso ponerle otro nombre a este trazo, porque garabato es una palabra que tiene connotaciones negativas, que viene a significar “algo mal hecho”.
El origen del dibujo infantil suele ocurrir por azar. Hoy en día hay papel y lápiz a disposición de todos los niños, pero esto puede ocurrir también con otro material: con un puré y la cuchara, con el vaho de la ventana…
Hay un momento azaroso en el que un niño establece una relación entre su movimiento y el trazo que queda, la marca que deja sobre la superficie en la que traza. Cuando establece esta relación le ocurre una cosa terrible: se siente capaz de transformar el mundo, le parece fantástico, se siente poderoso. En un descubrimiento muy grande para el niño, comprender que puede influir así en el mundo.

Después de hacer esto por azar, se pregunta si será capaz de repetir la hazaña, lo intenta y repite y se siente genial, y lo vuelve a repetir una y otra vez, proporcionándole un enorme placer y seguridad, y creyendo que es capaz de cambiar el mundo. Este hecho tan simple y sencillo le produce una alegría inmensa y un gran placer.
Esta alegría normalmente nos la quiere comunicar, la quiere compartir con quienes le rodean. Pero no hay que confundir en este momento la alegría que siente y que nos quiere comunicar, con lo que encuentra en los adultos que le acompañan, que en la mayoría de los casos suele ser un juicio sobre lo que ha hecho, sobre su trazo.
Cuando un niño va por la playa, andando sobre la arena, dejando huellas, y mira feliz a su madre, no está esperando que le digan “qué huellas tan bonitas estás dejando”. No espera absolutamente nada. Comparte su alegría con su madre.
Cuando un niño hace su primer torbellino, junto a él habrá alguien que sistemáticamente le dirá “¡qué bonito!”. Sólo con este primer “qué bonito” se le condiciona. Pero lo cierto es que no solo se les dice esto: no se dice qué bonito, sino “qué bonito, ¿qué has querido hacer?”.
Cuenta la anécdota de una niña de 3 años, que lleva a su cuidadora de guardería un dibujo. La profesora le dice “¡qué bonito!” y la niña y lo rompe enfadada llamándola mentirosa: –¡he hecho feo este dibujo a propósito, y tú vas y dices que es bonito, eres una mentirosa!-.
La gente dice que es muy bonito pero no dicen la verdad. Si de verdad les pareciera una maravilla, un obra de arte, algo valiosísimo, los enmarcarían, les darían un valor. Hasta en las escuelas alternativas se dejan los dibujos tirados por el suelo, pisoteados.
El primer mensaje que le enviamos al niño que comienza a pintar son es el de la hipocresía. Y el segundo: el niño entiende que tiene que pintar para los demás, que lo que pinta tiene que gustar a los que le rodean. Al alabarle así su dibujo, lo que entiende es que el objetivo de pintar es producir algo que a los demás les parezca bonito. A los demás tiene que parecerles bonito mi dibujo, y encima me tienen que entender lo que pinto, tienen que reconocer algo en él.

Cuando un niño te lleva un papel con un torbellino, quiere ser aceptado, quiere que lo quieras. El niño necesita sentirse querido. El niño se siente obligado por nosotros, por nuestras preguntas, por lo que le hemos condicionado, a dar nombre a lo que ha hecho y se lo inventa. Cuando le preguntamos a un niño por su dibujo, nos contesta lo que queremos oir, porque le hemos condicionado para ello. Cuando le preguntamos qué ha pintado, no puede contestarnos que ha hecho un trazo que viene determinado por su código genético, que no está dirigido a nadie, que no representa nada y que no intenta reproducir la realidad, no puede responder que solo es el principio de un juego, el juego de pintar. Se inventa una respuesta que encaje con lo que el adulto espera oír: un sol, una anémona, una batalla, un perro, niebla, un cohete…..,
Con nuestra forma de actuar, con nuestra mejor intención y con todo nuestro amor, cuando el niño comienza este proceso, le desviamos de su proceso natural y le condicionamos. Le fastidiamos su juego en cuanto empieza. Le anulamos su juego. Le enseñamos a entender su dibujo desde una perspectiva que no le va a dejar que lo desarrolle tal y como está programado.
 

El juego de pintar febrero 29, 2012

Para los niños, pintar es un juego.
Un bebé que pinta, juega a dejar una huella en el papel. Igual que cuando está tumbado juega a mover brazos y piernas. Y igual que cuando habla, juega a hacer sonidos. Esta huella que deja está limitada por sus movimientos: un bebé tiene limitaciones motrices que le llevan a condicionar sus movimientos.









Cuando es más mayor, supera sus limitaciones motrices y controla más el trazo. Puede hacer otro tipo de figuras que va combinando entre sí. Juega a poner unos puntos por aquí, ahora un giro rápido, y más allá un círculo. Y cuando juega con juguetes lo que hace es sacar cosas, meter, ordenar, cambiar cosas de sitio, poner y quitar.



















Cuando crece un poco más, crece también su capacidad de abstracción. Su juego también crece, evoluciona, cambia. Ahora juega con una caja de cartón, y juega a que es un coche, y juega con una manta a que es una capa, y juega con una mesa a que es una cueva, y juega con un muñeco a que es un bebé. Todos estos juegos, parten del niño, y no tienen ninguna finalidad. Juega porque sí. No juega para representar una historia bonita, ni intenta reproducir la realidad. No espera la aceptación de nadie, porque no la necesita. No juega para los demás.
A la hora de pintar, este niño sigue jugando: coloca un cuadrado como si fuera una casa, un círculo como si fuera un árbol y una cruz como si fuera un personaje. Pero entonces se acerca un avión que dispara, y tra tra tra tra…. dibuja un montón de puntitos por todo el trabajo a modo de disparos. Ahora continúa jugando con esas huellas, con los mismos trazos que antes hacía, pero ahora hace como si fueran otra cosa: traza un rectángulo y juega con él a que es un personaje, traza un círculo y juega a que es la cabeza… Ahora ya puede darle un significado a su trazo, cosa que antes no hacía. Antes trazaba una figura radial. Ahora traza una figura radial y hace como que es el sol.
Es el mismo juego en los dos casos, un juego que no está destinado a nadie, que no necesita de la aprobación de nadie, que tiene finalidad en sí mismo. Su finalidad no es en ningún caso hacer un dibujo bonito. El juego es una actividad completa en sí misma. No se juega para hacer cosas bonitas, no se juega para los demás. Se juega porque es una necesidad.


Si el niño sigue creciendo y puede seguir jugando, su juego continuará creciendo, cambiando y evolucionando. Ahora ya, coge la misma caja de cartón y le dibuja una puerta y ventanas. También le pega unos tapones de plástico para hacer de ruedas y seguir jugando como que es un coche. Sigue usando una manta para hacerse una capa, pero además se busca algo con lo que jugará a que es un sombrero. Y se sigue escondiendo debajo de la mesa para hacerse una cueva, pero dentro pondrá unos muñecos, fuera de la cueva le esperará su caballo, y a la cueva le pondrá unas paredes hechas con las sillas. El juego crece, se complica más y más, pero sigue siendo un juego. Y por más detalles que añada, por mucho que crezca y se complique su juego, sigue sin estar destinado a nadie. No juega para los demás.
Y a la hora de dibujar, al juego le pasa lo mismo, va creciendo y cambiando. Continua combinando los trazos que conoce, de forma más y más compleja, añadiendo más y más detalles, creciendo y evolucionando. Pero las condiciones de su juego continúan siendo las mismas.






El juego de pintar no termina nunca. Este proceso, este juego no se detiene. Todo el mundo puede jugar a pintar con la misma pasión que un bebé, pasándoselo tan bien como un niño pequeño. Y los trazos, no dejan de cambiar y evolucionar, adaptándose al juego de pintar de cada persona.
En nuestra sociedad este juego apenas se ve. Muy pocos niños pueden jugar a pintar, porque los adultos que les acompañamos no les dejamos. Somos los adultos los que les hacemos ver, con nuestra mejor intención, que se dibuja para crear una obra que guste a los demás. El juicio (muy bonito) sobre un juego, lo destruye. Hace que el juego no sea posible. Por eso, porque no entendemos el dibujo como un juego, porque creemos que la pintura es un don que tienen solo unos pocos, porque adultos que dicen que no saben pintar enseñan a niños, porque creemos que se pinta con el objetivo de crear algo para los demás, por todo eso en nuestra sociedad, los niños abandonan el dibujo, y la inmensa mayoría de los adultos nunca pintan porque sienten que no saben dibujar.

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