Conferencia pronunciada en Bombay, India 13 de marzo de 1948. Capítulo IX del libro Un Mundo Nuevo
A través del mundo está tornándose cada vez más evidente que el
educador necesita que se lo eduque. No es cuestión de educar al niño
sino más bien al educador, pues él lo necesita mucho más que el alumno.
El alumno, después de todo, es como una tierna planta que ha menester de
guía, de ayuda; pero si el que brinda ayuda es incapaz, estrecho,
fanático, nacionalista y otras cosas más, es natural que su producto sea
lo que él es. Paréceme, pues, que lo importante no es tanto la técnica
de lo que se ha de enseñar, que es secundaria, lo que tiene primordial
importancia es la inteligencia del propio educador.
Aunque abierta a todos, la reunión de la fecha fue convocada
especialmente para provecho de educadores y maestros. Fue presidida por
un miembro de la Confraternidad de la Nueva Educación, quien dio la
bienvenida a Krishnamurti en nombre de su institución, agradeciéndole el
honor de su presencia. Luego le solicitó que les brindara la gracia de
sus consejos en materia de educación.
Krishnamurti: Señor presidente y amigos: Se me han enviado
muchas preguntas, y me propongo contestar esta tarde tantas como me sea
posible. Todas estas preguntas han sido redactadas de nuevo, pero se ha
conservado de ellas lo substancial. Algunas preguntas eran repetidas, y
nos pareció que sería mejor combinarlas y escribirlas de nuevo y hay
aquí unas 15 ó 16 preguntas. Pero antes de darles respuesta, desearía
decir algo.
A través del mundo está tornándose cada vez más evidente que el
educador necesita que se lo eduque. No es cuestión de educar al niño
sino más bien al educador, pues él lo necesita mucho más que el alumno.
El alumno, después de todo, es como una tierna planta que ha menester de
guía, de ayuda; pero si el que brinda ayuda es incapaz, estrecho,
fanático, nacionalista y otras cosas más, es natural que su producto sea
lo que él es. Paréceme, pues, que lo importante no es tanto la técnica
de lo que se ha de enseñar, que es secundaria, lo que tiene primordial
importancia es la inteligencia del propio educador. Bien sabéis que, a
través del mundo, la educación ha fracasado, porque ella ha producido
las dos guerras más colosales y destructivas de la historia: y, puesto
que ha fracasado, el mero hecho de substituir un sistema por otro
paréceme absolutamente inútil. Si existe, empero, una posibilidad de
cambiar el pensamiento, el sentir, la actitud del maestro, entonces
podrá tal vez surgir una nueva cultura, una nueva civilización. Porque
es obvio que esta civilización tiene probabilidades de ser completamente
destruida; la próxima guerra acabará probablemente con la civilización
de Occidente, tal como la conocemos. Tal vez en este país seremos
también afectados por ella de un modo profundo. Pero en medio de este
caos, de esta miseria, confusión y lucha, resulta por cierto
extraordinariamente grande la responsabilidad del maestro, ya se trate
de un empleado del gobierno, de un instructor religioso o del que
imparte mera información; y los que, teniendo la educación como medio de
vida, no hacen más que medrar con ella, a mi modo de ver no tienen
lugar alguno en la estructura moderna de la sociedad, si es que un orden
nuevo ha de crearse. Nuestro problema, pues, no es tanto el niño, el
muchacho o la niña, sino el maestro, el educador: éste necesita mucho
más que el alumno que se lo eduque. Y educar al educador es mucho más
difícil que educar al niño, porque el educador ya está definido, fijo.
Su función es raramente rutinaria. porque en realidad no le interesa el
proceso del pensamiento, el cultivo de la inteligencia. No hace más que
impartir la instrucción; y un hombre que sólo brinda informaciones
cuando el mundo entero cruje en sus oídos, no es ciertamente un
educador. ¿Pretenderéis decir que la educación es un medio de vida?
Considerarla medio de vida, explotar a los niños para provecho de uno
mismo, a mí me parece sumamente contrario al verdadero propósito de la
educación.
De suerte que al contestar todas estas preguntas, el punto principal
es el educador, no el niño. Podéis proporcionar el ambiente apropiado,
los útiles necesarios, y todo lo demás; mas lo importante es que el
propio educador descubra lo que toda esta existencia significa. ¿Por qué
vivimos, por qué luchamos, por qué educamos, por qué hay guerras, por
qué hay lucha comunal entre hombre y hombre? Estudiar todo este
problema, hacer que entre en acción nuestra inteligencia, es por cierto
la función de un verdadero maestro. El maestro que nada exige para sí,
que no se vale de la enseñanza como medio de adquirir posición, poder,
autoridad; el maestro que enseña realmente, no para beneficiarse ni
siguiendo una línea dada, sino dándole al niño inteligencia,
desarrollándosela y despertándosela porque cultiva la inteligencia en sí
mismo - un maestro así ocupa ciertamente el principal lugar en la
civilización. Porque, al fin y al cabo, todas las grandes civilizaciones
han tenido por cimientos los instructores, no los ingenieros y los
técnicos. Los ingenieros y los técnicos son absolutamente necesarios,
pero los que despiertan la inteligencia moral, la inteligencia ética,
son evidentemente de suprema importancia: y ellos pueden ser moralmente
íntegros y estar libres del deseo de poder, de posición, de autoridad,
tan sólo cuando nada piden para sí mismos, cuando están más allá y por
encima de la sociedad, y no se hallan bajo el control de los gobiernos; y
cuando están libres de la coacción que implica la acción social, la
cual siempre es acción de acuerdo a una norma.
Es preciso, pues, que el maestro esté más allá de los límites de la
sociedad y sus exigencias, para que le sea posible crear una, nueva
cultura, una nueva estructura, una nueva civilización. Pero actualmente
nos interesa tan sólo la técnica de cómo educar al niño o a la niña sin
cultivar la inteligencia del maestro; y ello ante todo aprender una
técnica e impartir esa técnica a mi parecer, es absolutamente vano. Hoy
nos preocupa el niño, no el cultivo de la inteligencia que le ayudará a
habérselas con los problemas de la vida. Al contestar, pues, estas
preguntas, espero que seáis indulgentes conmigo si no entro en ningún
detalle particular, y si me ocupo principalmente, no de la técnica sino
del modo correcto de abordar el problema.
Pregunta: ¿Qué papel puede desempeñar la educación en la actual crisis mundial?
Krishnamurti: En primer término, para comprender qué papel la
educación puede desempeñar en la crisis mundial del presente, debemos
comprender cómo la crisis ha llegado a producirse. Si eso no lo
entendemos, la mera edificación sobre los mismos valores, en el mismo
terreno, sobre los mismos cimientos, traerá más guerras, nuevos
desastres. Tenemos, pues, que investigar cómo ha llegado a producirse la
crisis actual, y al comprender las causas comprenderemos
inevitablemente qué clase de educación necesitamos.
Es obvio que la crisis actual es el resultado de los falsos valores;
de los falsos valores en la relación del hombre con la propiedad, con
sus semejantes y con las ideas. La expansión y predominio de los valores
sensorios engendra necesariamente el veneno del nacionalismo, de las
fronteras económicas, de los gobiernos soberanos y del espirita
patriótico, todo lo cual excluye la cooperación del hombre con el hombre
para beneficio del hombre, y corrompe su relación con los demás
hombres, que es la sociedad. Y si la relación del individuo con los
demás es impropia, la estructura de la sociedad tiene por fuerza que
desplomarse. De un modo análogo, en su relación con las ideas el hombre
justifica una ideología ‑ ya sea de izquierda o de derecha, sean buenos o
malos los medios empleados - a fin de lograr un resultado. De suerte
que la mutua desconfianza, la falta de buena voluntad, la creencia de
que un buen fin puede ser alcanzado pos malos medios, el sacrificio del
presente por un ideal futuro, todo ello, evidentemente, es causa del
actual desastre. No es posible dedicar tiempo a entrar en todos los
detalles, pero a primera vista puede uno comprender cómo se ha producido
este caos, esta degradación. Todo esto, por cierto, tiene por origen
los falsos valores y la dependencia en que uno se halla con respecto a
la autoridad, a los dirigentes, ya sea en la vida diaria, en la pequeña
escuela o en la gran universidad. Dirigentes y autoridad son factores de
deterioro para cualquier cultura. No bien depende uno de otra persona,
ya no depende de sí mismo, y donde no hay autodependencia es obvio que
tiene que haber conformidad, la cual finalmente desemboca en la
dictadura de los Estados totalitarios.
Al comprender, pues, todas estas cosas, al comprender las causas de
la guerra, de la presente catástrofe, de la presente crisis moral y
social, y al ver a un tiempo las causas y los resultados, uno empieza a
percibir que la función del educador consiste en crear nuevos valores,
no en reducirse a implantar valores existentes en la mente del alumno,
lo cual no hace más que condicionarlo, sin despertar su inteligencia.
Más cuando el propio educador no ha visto cuáles son las causas del caos
presente, ¿cómo puede él crear nuevos valores, como puede despertar
inteligencia, cómo puede impedir que la próxima generación continúe en
la misma huella, que al final conducirá a un desastre aun mayor?
Entonces, por cierto, tiene importancia que el educador no se reduzca a
implantar ciertos ideales y transmitir mera información, sino que
consagre todo su pensamiento, todo su esmero, todo su afecto, a crear el
ambiente apropiado, la atmósfera conveniente, para que, cuando el niño
crezca y alcance la madurez, sea capaz de habérselas con cualquier
problema humano que se le plantee. La educación, pues, está en íntima
relación con la actual crisis mundial; y todos los educadores, al menos
en Europa y América, están dándose cuenta de que la crisis es el
resultado de una educación errónea. La educación sólo puede ser
transformada educando al educadora y no simplemente creando una nueva
norma, un nuevo sistema de acción.
Pregunta: ¿Tienen los ideales algún lugar en la educación?
Krishnamurti: Por cierto que no. En la educación, ideales e
idealistas impiden la comprensión del presente. Este es un problema
tremendo, y procuraremos tratarlo en cinco o diez minutos. Es un
problema sobre el cual se basa toda nuestra estructura. Es decir,
tenemos ideales, y de acuerdo a esos ideales educamos. ¿Pero los ideales
son necesarios para la educación? ¿Los ideales no impiden en realidad
la verdadera educación, que es la comprensión del niño tal cual es y no
tal como debiera ser? Si yo deseo comprender a un niño, no debo tener un
ideal de lo que él debiera ser. Para comprenderlo, tengo que estudiarlo
tal cual es. Pero colocarlo en el armazón de un ideal es simplemente
forzarlo a seguir determinado modelo, le convenga o no le convenga; y el
resultado es que él siempre se halla en contradicción con el ideal, o
bien se adapta de tal modo al ideal que deja de ser un ser humano y
actúa como simple autómata sin inteligencia. ¿Un ideal no resulta, pues,
un real estorbo para la comprensión del niño? Si vosotros como padres
queréis realmente comprender a vuestro hijo, ¿lo miráis a través de la
pantalla de un ideal? ¿O simplemente lo estudiáis, porque en vuestro
corazón hay amor? Lo observáis, vigiláis sus estados de ánimo, su
idiosincrasia. Como en vosotros hay amor, lo estudiáis. Es cuando
carecéis de amor que tenéis un ideal. Observáos y lo notaréis. Cuando no
hay amor, tenéis esos enormes ejemplos e ideales mediante los cuales,
forzáis al niño, lo sometéis Pero cuando tenéis amor lo estudiáis, lo
observáis, y le dais libertad para ser lo que él es: lo guiáis y lo
ayudáis, no a ir al ideal, no de acuerdo a cierta norma de acción, sino
para traerlo a lo que él es.
En este asunto surge el problema de lo que se llama el “mal
muchacho”, si es que puedo emplear ese término para definir rápidamente y
con firmeza un caso determinado. Para hacerlo que cambie y no sea malo,
no necesitáis por cierto tener un ideal. Si un chico es mentiroso, no
tenéis que inculcarle el ideal de la verdad. Estudiáis por qué dice
mentiras. Puede que haya diversas razones; probablemente está asustado o
evitando algo. No necesitamos analizar las diversas razones que puede
haber para mentir. Pero es obvio que, cuando un niño miente, hacerlo que
se adapte a un dechado de verdad ‑ que en vuestro ideal - no le ayuda a
librarse de las causas que lo inducen a mentir. Tenéis que estudiarlo,
que observarlo, y hacer eso lleva mucho tiempo; exige paciencia,
cuidado, cariño; y como no, tenéis nada de eso, lo encajáis en un molde
de acción que denomináis “ideal”. Un ideal evidentemente, es una
escapatoria muy barata. La escuela que tiene ideales, o el maestro que
los sigue, es evidentemente incapaz de tratar con un niño.
No tenéis que aceptar automáticamente lo que yo digo, ni negarlo.
Observad, simplemente. Después de todo, la función educativa consiste en
producir un individuo integrado que sea capaz de habérselas con la vida
inteligentemente, totalmente, no parcialmente ni como técnico o
idealista. Pero el individuo no puede ser integrado si sólo se guía por
una norma idealista de acción. Es obvio, señores y señoras, que los
maestros que se vuelven idealistas, que siguen una norma de acción
llamada “ideal”, son bastante inútiles. Si los observáis, veréis que
ellos son incapaces de amar, que tienen el corazón duro y la mente seca.
Porque el estudiar, el observar al niño, exige mucho más atención,
mayor afecto, que encajarlo en un molde idealista de acción. Y yo creo
que los meros ejemplos, que son otra forma del ideal, también son
desalentadores para la inteligencia.
Es probable que lo que estoy diciendo sea contrario a todo lo que
vosotros creéis. Deberéis pensarlo detenidamente, porque este no es
asunto para negar ni aceptar. Es preciso ahondarlo con un cuidado muy
grande. No soy dogmático; pero como hay muchas preguntas, tengo que ser
muy breve y conciso. Lo que un ideal implica es obvio. Cuando el maestro
persigue un ideal, es incapaz de comprender al niño, porque entonces el
futuro, el ideal, resulta más importante que el niño, que es el
presente. El tiene cierto fin en vista, que considera justo; y obliga al
niño a adaptarse a ese ideal. Eso, ciertamente, no es educación,
¿verdad? Eso es igual que producir automóviles. Tenéis el diseño y
hacéis pasar al niño por el molde, con el resultado de que creáis seres
humanos que son meros técnicos, que no tienen relación humana con los
demás y sólo campean por sí mismos, por su propia ganancia, en lo
político, en lo social osen el seno de la familia. Evidentemente, es
mucho más fácil seguir un ideal que observar, proceder con cuidado,
despertar el amor a los niños y la humanidad. Y esa es una de las
calamidades de la educación moderna: que el llamado “ideal”, el fin en
vista, ya se trate de una, ideología de la extrema izquierda o de la
derecha, se haya convertido en una norma de acción, dando origen a la
presente catástrofe mundial.
Pregunta: ¿Es posible la educación para la “creatividad” o la
“creatividad” es puramente accidental y por lo tanto nada puede hacerse
para facilitar su aparición?
Krishnamurti: La pregunta, para expresarla diferentemente, es
si aprendiendo una técnica seréis creadores. Es decir, practicando, por
ejemplo, el piano, el violín, aprendiendo 1a técnica de la pintura.
Seréis músicos, seréis artistas? ¿Surge la “creatividad” mediante la
técnica, o la “creatividad” es independiente de la técnica? Podéis ir a
una escuela y aprender todo lo que hay que saber acerca de pintura,
acerca de la profundidad del color, la técnica de cómo manejar el
pincel, y todo lo demás; ¿pero os convertirá en pintores capaces de
crear? Mientras que si sois creadores, cualquier cosa que hagáis tendrá
su propia técnica. Una vez fui a ver a un gran artista en París. No
había aprendido una técnica. Deseaba decir algo, y lo decía en arcilla y
luego en mármol. La mayoría de nosotros aprendemos la técnica pero muy
poco tenemos que decir. Descuidamos, pasamos por alto la capacidad de
descubrir por nosotros mismos; tenemos todos los instrumentos del
descubrimiento, y nada encontramos directamente. El problema consiste,
pues, en ser creador, la cual trae su propia técnica. ¿Y qué ocurre
cuando queréis escribir un poema? Lo escribís; y si tenéis una técnica,
tanto mejor. Pero si no tenéis técnica alguna, no importa; escribís el
poema, y el deleite está en escribirlo. Después de todo, cuando escribís
una carta de amor no os preocupáis por la técnica; la escribís con todo
vuestro ser. Mas cuando no hay amor en vuestro corazón, buscáis una
técnica, cómo poner las palabras juntas. Señores, si no amáis, no dais
en la tecla. Creéis que podréis vivir dichosamente, creativamente,
aprendiendo una técnica, y la técnica es lo que destruye la
“creatividad”, lo cual no significa que no debáis tener una técnica.
Después de todo, cuando deseáis escribir un hermoso poema, tenéis que
conocer el metro, el ritmo y todo lo demás. Pero si queréis escribirlo
para vosotros mismos, no para publicarlo, entonces eso no importa.
Escribís. Sólo cuando queréis comunicar algo a otro, se necesita una
técnica apropiada, la técnica justa, para que no haya mala
interpretación. Pero el ser creativo es por cierto un problema del todo
diferente, y ello exige una extraordinaria investigación dentro de uno
mismo. No se trata de un don. El talento no es “creatividad”. Uno puede
ser creativo sin tener talento. ¿Qué entendemos, pues, por
“creatividad”? Ella es, sin dada, un estado del ser en que el conflicto
ha cesado completamente, un estado del ser en el que no hay problema ni
contradicción. La contradicción, el problema, el conflicto, son el
resultado de acentuar demasiado el “yo”, lo “mío”: “mi” éxito, “mi”
familia, “mi” patria. Cuando eso está ausente, el pensamiento mismo
cesa, y hay un estado de ser en el cual la “creatividad” puede surgir.
Es decir, para, expresarlo de otro modo, cuando la mente deja de crear,
hay creación. Una de las causas de los problemas es vuestra creencia,
vuestra codicia, etc. Y la mente crea mientras tenga un problema,
mientras ella sea la que origina los problemas. Una mente que está
encadenada a un problema, que está atada a la creación de su propio
problema, jamás puede ser libre. Sólo cuando la mente está libre y ya no
crea su propio problema, puede haber creación.
Señor, para ahondar esto plenamente y de un modo realmente profundo,
hay que penetrar todo el problema de la conciencia; y yo digo que cada
uno de nosotros puede ser creador en el verdadero sentido de la palabra,
no sólo producir poemas y estatuas, o procrear hijos. Ser creador
significa, ciertamente, hallarse en ese estado en que la Verdad puede
manifestarse; y la Verdad sólo puede manifestarse cuando hay completa
cesación del proceso de pensar. Cuando la mente está serena en absoluto
sin ser forzada a ello, sin que se la encaje en determinado molde de
acción, cuando la mente está serena porque comprende todos los problemas
a medida que surgen, y por lo tanto ya no tiene problema alguno; cuando
la mente está realmente quieta, no compelida; entonces, en ese estado,
la Verdad puede manifestarse. Ese estado es creación, y la creación no
es para unos pocos: no es el talento de unos pocos ni el don de los
menos. Antes bien, ese estado puede ser descubierto por todo el que
consagre su mente y su corazón a la plena investigación del problema.
Pregunta: ¿El impartir experiencia sexual no es una parte
necesaria de la educación? ¿No es la única solución racional para las
cuitas de la adolescencia?
Krishnamurti: Señor, la comprensión del sexo requiere
inteligencia, no un ideal de esto o aquello; y es un tema en extremo
difícil, como todo otro problema humano. Si el propio educador no ha
entendido ese problema, ¿cómo puede educar a otra persona? Si él mismo
está atrapado en la red, en la baraúnda, en el problema
extraordinariamente complejo del sexo ¿cómo puede enseñar a los demás?
¿Y por qué para él es un problema? Evidentemente, porque él mismo no es
creativo. Entonces el sexo se convierte en mero instrumento de placer,
en una experiencia que brinda momentáneo júbilo, ausencia momentánea del
“yo”; y es por eso que llega a ser un problema. En cambio, para
librarse de dicho problema, hay que investigar los diversos estorbos que
impiden la “creatividad”. Es obvio que uno de esos factores es la
imitación, la coacción colectiva para que el hombre sea algo en la
sociedad. El seguir un ideal es evidentemente una forma de coacción, de
imitación; y a causa de ello no existe el pensamiento creador. Después
de todo, cuando pensáis de un modo realmente creativo, cuando sentís
intensamente, el sexo es de muy escasa importancia. Sólo cuando no
estáis alertas al significado total de la existencia, al movimiento de
las aves, a los árboles, a las sonrisas, al gozo de vivir, seáis ricos o
seáis pobres, sólo entonces el sexo se convierte en un problema.
Otras cosas están involucradas en esta pregunta. ¿El significado de
la experiencia sexual puede enseñarse al adolescente? Es natural que él
sea curioso, que quiera saber de qué se trata. Nuevamente, ello depende
del maestro o de los padres. Por lo general ellos mismos tienen tanta
vergüenza, tanta timidez, que todo el asunto se vuelve absurdo. Tienen
muy sucia la mente. Deberíais observaros a vosotros mismos, señores,
observar cómo miráis a la gente, cómo miráis a hombres y mujeres. ¡Y os
creéis capaces de explicar a los adolescentes en qué consiste todo eso!
Hay otro problema, además: todo nuestro énfasis se coloca en los
valores sensorios ‑ los valores de los sentidos - en lo cual la radio,
el cine y las revistas desempeñan importante papel. Tomad al azar
cualquier revista o periódico; todos los avisos os atraen, crean
sensación. De suerte que, por un lado, fomentáis la sensación, el sexo,
la sensualidad, y por el otro decís: “No debéis: tenéis que
santificaros, seguir el ideal del celibato”. Todo eso es un desatino.
Engendráis contradicción en la mente; y en ese estado de contradicción,
nada sois capaces de comprender. Si vosotros mismos, en cambio, abordáis
el problema directamente, como hecho biológico evidente, sin todas esas
imputaciones, tradiciones y fealdad que lo acompañan, podréis prestar
servicio por vuestra propia comprensión del asunto.
Como lo expliqué con motivo de la pregunta anterior, la creación no
es el mero acto sexual sino algo mucho más significativo, profundo; y
sólo puede haber creación cuando la mente no se consume con su propia
satisfacción. Señores, cuando uno ama, el amor es casto; y cuando no hay
amor, el sexo se convierte en un problema, en un feo hábito. Así, pues,
nuestra dificultad en todas estas cuestiones estriba en que nosotros
mismos, educadores, hemos caído en la torpeza y estamos hastiados. La
vida ha sido demasiado para nosotros. Queremos que se nos consuele,
queremos ser amados. Siendo, pues, insuficientes, siendo pobres en
nosotros mismos, ¿cómo podemos los educadores impartir verdadera
educación? Es obvio, como ya lo dije, que el problema es en primer
término el maestro, el educador, y no sólo la educación del alumno.
Señores, nuestra propia mente y corazón tienen que depurarse para que
seamos realmente capaces de educar a otros. Podréis decir que todo esto
es cosa muy de santurrones, sin información práctica alguna, pero si el
instrumento que enseña es en sí mismo torcido, ¿cómo puede impartir
verdadera información, verdadero conocimiento verdadera sabiduría,
verdadera comprensión?
Pregunta: ¿La educación por el Estado no es una calamidad? Si
lo es, ¿cómo allegar fondos para escuelas que no estén controladas por
el gobierno?
Krishnamurti: Es obvio que la educación por el Estado es una
calamidad. Con esto no estarán de acuerdo los gobiernos. Ellos no
quieren que la gente piense; quieren que todos sean autómatas, porque
entonces puede decírseles lo que han de hacer. De suerte que nuestra
educación, sobre todo en manos de los gobiernos, se vuelve de más en más
un medio de enseñar qué se ha de pensar y no cómo pensar; porque, si
fuerais a pensar independientemente del sistema, seríais un peligro. Es
función de gobierno, por lo tanto, no el hacer que penséis sino que
aceptéis lo que se os dice. Así, pues, como lo veis a través del mundo,
todo gobierno interviene en la educación. La educación y el alimento han
llegado a ser los medios de dominar al hombre. ¿Y qué les interesa a
los gobiernos ‑ sean de izquierda o de derecha - fuera de que seáis
perfectas máquinas para producir mercaderías y balas? Hay unas cuantas
escuelas privadas en Inglaterra y otros lugares, pero a todas ellas se
las vigila de cerca, se las investiga, se las controla, porque el
gobierno no desea que haya institutos libres que pudieran producir
pacifistas, gente que piense de un modo contrario al régimen, al
sistema. La verdadera educación es evidentemente un peligro para el
gobierno. Es, pues, función de gobierno la de hacer que no se imparta
verdadera educación. Hay en Inglaterra unos 80,000 pacifistas. Si su
número aumenta, ¿no son un peligro para el gobierno? Por eso se controla
a la gente desde la infancia. No hay que dejarlos pensar en términos de
“no guerra”, “no patria”, “no sistemas”, ni de una ideología diferente.
Esto significa supervisión gubernamental, control de la educación por
el ministro del ramo. Señores, esto es lo que sucede en el mundo, os
guste o no; y ello significa que vosotros, que sois los ciudadanos y
tenéis la responsabilidad del gobierno, no deseáis la libertad. No
queréis un nuevo estado de existencia, una nueva cultura, una nueva
estructura de la sociedad. Si tenéis algo nuevo, puede que sea
revolucionario, destructor de lo existente; y como queréis las cosas
tales como están, decís: “Bueno, que haya un gobierno que controle la
educación”. Deseáis una pequeña modificación allí y allá, pero no una
revolución en el pensamiento; y no bien deseáis una revolución en el
pensamiento, el gobierno interviene, os pone presos u os liquida
rápidamente entre bastidores, y caéis en el olvido.
Señores: un país se vuelve de más en más organizado, y en él hay
creciente autoridad y coacción externa, cuando el hombre mismo carece de
visión interior, de luz propia, de entendimiento. Conviértese entonces
en mero instrumento de las autoridades, ya sea en un Estado totalitario o
en la llamada “democracia”. Porque, en momentos de crisis, los llamados
“Estados democráticos” llegan a ser como los totalitarios, olvidando su
“democracia” y haciendo que los hombres se sometan a una norma de
acción.
Viene ahora la segunda parte de la pregunta: “¿Cómo allegar fondos
para escuelas que no sean controladas por el gobierno?” Señor, el
problema no es ese, por cierto. ¿No es así? En cuanto tenéis fondos,
estáis arruinados. Mirad todas las escuelas que se inician del modo más
idealista. Observad a sus directores, cómo engordan con esos fondos.
Pero vosotros podéis poner en marcha una escuelita a la vuelta de la
esquina, ahí en la calle donde vivís. Conozco varias escuelas que han
sido establecidas de ese modo; y todavía funcionan, porque para ello
había preparación, entusiasmo, sentimiento. Una de nuestras dificultades
es que queremos transformar al conjunto del género humano de un día
para otro, o afectar a las masas, como vosotros decís. ¿Quiénes
constituyen las masas, pobre humanidad? Vosotros y yo. Y si sentís de un
modo profundo, si realmente pensáis acerca de estos problemas, no
superficialmente durante una tarde para pasar el tiempo, entonces haréis
funcionar una verdadera escuela en algún lugar, a la vuelta de la
esquina o en vuestra propia casa; porque en tal caso os interesan
vuestros propios hijos y los niños que os rodean. Entonces el dinero
llegará, señor. No os preocupéis por el dinero. El dinero es la cosa
menos importante. Dejadles el dinero a los idealistas, a los que quieren
iniciar una escuela ideal. Mas si vosotros y yo nos damos cuenta de
todo el problema de la existencia, de lo que él significa, de por qué
vivimos y sufrimos, de por qué pasamos por todas estas torturas, y
realmente queremos entender esto y ayudar al niño a que comprenda,
entonces pondremos en marcha una escuela sin necesidad de fondos, sin
redoble de tambores, sin juntar rupias por centenares de miles. ¿Qué
ocurre, en efecto, cuando tenemos dinero? ¿No sabe Ud. lo que ocurre,
señor? Teniendo sus propios recursos privados, debe Ud. vigilar su
dinero, saber quien lo maneja, si Ud. o su secretario, o el comité; y
entonces empiezan las sandeces, las idioteces. Más si tenéis poco dinero
y verdadera claridad de pensamiento y de sentir para respaldarlo,
crearéis una escuela. Y al crearla, es obvio que tendréis la oposición o
la injerencia del gobierno. Si enseñáis a vuestros niños a no ser
nacionalistas y a no saludar la bandera porque el nacionalismo es factor
de guerra, si les enseñáis a no ser “comunales”, si les ayudáis a
comprender todo este problema de la existencia, ¿creéis que los
gobiernos van a tolerarlo? Si realmente producís revolucionarios ‑ no en
el sentido de matar, sino verdaderos revolucionarios en el pensamiento y
en el sentir - ¿creéis que la sociedad lo admitirá un solo instante?
De suerte, señores, que como padres y maestros, vosotros sois
responsables, vosotros debéis averiguar si no hacéis más que acatar los
dictados del gobierno, si sólo habéis aprendido una técnica que os da
cierta capacidad para ganar dinero, y si estáis contentos de continuar
con la presente estructura social, tal como ella es; o bien si os
preocupa el recto vivir y los rectos medios de vida. Si veis que los
gobiernos están erigidos sobre la violencia y son producto de la
violencia, y os dais cuenta de que por medios errados no hay
posibilidades de alcanzar un buen fin; y si realmente os interesa educar
a vuestros hijos, es obvio que instalaréis una escuela en cualquier
lugar: a la vuelta de la esquina, en el patio de vuestra casa o en
vuestra propia habitación. Porque, señores, yo no creo que muchos de
nosotros tengan una noción del abismo, de la degradación en que hemos
caído. Si hay una tercera guerra, eso será el fin de todas las cosas.
Puede que escapéis: pero vuestro problema será la cuarta guerra mundial,
porque no hemos resuelto el problema del antagonismo entre los hombres.
Y sólo podéis resolverlo por medios justos, es decir, por la verdadera
educación; no por un ideal de “no guerra”, sino comprendiendo las causas
de la guerra, que estriban en nuestra actitud frente a la vida, en
nuestra actitud hacia nuestros semejantes. Sin un cambio de corazón, sin
buena voluntad, las solas organizaciones no habrán de traer la paz,
cosa que la Liga de las Naciones y la ONU han revelado. Confiar en los
gobiernos, esperar de organizaciones externas una transformación que
debe empezar por cada uno de nosotros, es esperar en vano. Lo que
tenemos que hacer es transformarnos a nosotros mismos, o sea llegar a
darnos cuenta de nuestros propios actos, pensamientos y sentimientos en
la vida de todos los días.
No os preocupéis, pues, con eso de allegar fondos. Ahora no estaréis
preocupados; y durante unos pocos minutos, ante el apremio de lo que oís
en esta reunión, puede que veáis el significado de todo esto. Pero
después caeréis de nuevo en vuestra diaria rutina, volveréis a vuestra
enseñanza, y otras profesiones, porque tenéis que ganar dinero. Muy
pocos, pues, habrá que tomen esto en serio. Pero son ellos los que
producirán una revolución en el pensamiento. Señor, la revolución debe
empezar por el pensamiento, no por la sangre; y si hay una verdadera
revolución en el pensamiento, no habrá sangre. Pero si no hay recto
pensar, verdadero pensar, habrá sangre, y cada vez más. Los malos medios
jamás podrán conducir a un buen fin, porque el fin está en los medios.
Pregunta: ¿Qué tiene Ud. que decir acerca de los ejercicios militares en la educación?
Krishnamurti: Todo depende de lo que vosotros deseáis que sea
el ser humano. Si queréis que sea eficiente carne de cañón, la
instrucción militar resulta maravillosa. Si deseáis disciplinarlo,
reglamentar su mente, sus sentimientos, los ejercicios militares serán
un muy buen modo de hacerlo. Si queréis condicionarlo de determinada
manera y hacerlo irresponsable frente a la sociedad, la instrucción
militar es un instrumento muy bueno. Todo depende de lo que queréis que
sea vuestro hijo. Si lo que Ud. quiere, señor, es que su hijo viva, la
instrucción militar es por cierto el procedimiento errado: pero si le
gusta la muerte, la instrucción militar resulta excelente. Y como la
civilización moderna, busca la muerte, es obvio que todo lo militar, con
sus generales, soldados, abogados y demás personal, deba considerarse
muy bueno. Por ese camino tendréis muerte, muerte segura. Mas si deseáis
la paz, si deseáis que haya buenas relaciones entre hombre y hombre ‑
ya se trate de cristianos, hindúes, musulmanes o budistas, rótulos todos
ellos que obstan a las buenas relaciones - entonces la educación
militar es un estorbo en absoluto. Señor, la función de un general es
sin duda la de preparar la guerra, y la del soldado consiste en
mantenerla; y si la vida está destinada a ser una constante batalla
entre vosotros y el prójimo, es indispensable que tengáis más generales.
Hagámonos todos soldados, entonces; y eso es lo que está sucediendo. La
conscripción fue combatida en Inglaterra durante generaciones, mientras
en el resto de Europa, estaba en vigor; y ahora Inglaterra ha cedido.
Inglaterra forma parte de la estructura mundial en su conjunto y ello es
un indicio de lo que ocurre. Como este país es tan enorme, la
conscripción no es posible de inmediato; pero ya vendrá cuando todos
vosotros estéis enteramente organizados. Guerra, entonces; más guerra;
más matanza; más miseria. ¿Es para eso que vivimos: constante batalla
dentro de nosotros y con los demás? No hay duda, señor, de que para
descubrir la verdad, la realidad, la gloria de lo incognoscible, tiene
que haber libertad; hay que estar libre de lucha dentro de uno mismo y
con el prójimo. Después de todo, cuando un hombre no está interiormente
en lucha, no da origen a luchas en el mundo exterior. La lucha íntima,
proyectada hacia lo exterior, llega a ser el caos mundial. La guerra, en
suma, es un resultado espectacular de nuestro diario vivir y sin una
transformación en nuestra existencia diaria, tendrá por fuerza que haber
multiplicación de soldados, de ejercicios militares, de saludos a la
bandera y de todas las sandeces que acompañan a esas cosas, prolongando
inevitablemente la destrucción, la miseria y el caos. Un antropólogo me
contó que hace dos o tres mil años un político dijo: “Espero que esta
será la última guerra”: y todavía seguimos en las mismas. Creo que
realmente deseamos el servicio militar. Deseamos todo el holgorio de los
instrumentos militares, las condecoraciones, los uniformes, los
saludos, las bebidas, el asesinato. Porque nuestra vida diaria es eso.
Destruimos a los demás con nuestra codicia, con nuestra explotación.
Cuanto más ricos os hacéis, más explotadores sois. Todo eso os gusta, y
vosotros también queréis ser ricos. Mientras las tres profesiones de
soldado, policía y abogado sean dominantes en la sociedad, la
civilización estará sentenciada a muerte. Eso es lo que ocurre en la
India al igual que en el mundo entero. Esas tres profesiones se vuelven
cada vez más fuertes. No creo que sepáis lo que se está produciendo en
torno vuestro y dentro de vosotros, que catástrofes estáis preparando.
Lo único que deseáis hacer es vivir cada día tan rápidamente, tan
estúpidamente de un modo tan desintegraste como sea posible; y
abandonáis a los gobiernos, a los políticos a la gente astuta, la
dirección de vuestra vida.
Todo, pues, depende de lo que deseáis que sea la vida. Si os
proponéis que la vida sea una serie de conflictos, entonces la expansión
militar es inevitable. Más si la vida está destinada a ser vivida
dichosamente, con pensamiento, con solicitud, con afecto, entonces el
militar, el soldado, la policía, el abogado, son un estorbo. Pero el
abogado, el policía y el militar no van a abandonar sus profesiones,
como tampoco vosotros dejaréis vuestros hábitos de explotación, ya sea
en lo psicológico o exteriormente. Es pues muy importante, señor, que
usted descubra por sí mismo qué objeto tiene el vivir, no que lo aprenda
de alguien, sino que lo descubra por sí mismo, lo cual significa darse
cuenta de sus actos de todos los días, de sus diarios pensamientos y
sentimientos. Y cuando lo perciba plenamente, esa percepción le revelará
el verdadero objeto.
Pregunta: ¿Qué lugar ocupa el arte en la educación?
Krishnamurti: No se muy bien qué es lo que usted entiende por
arte. ¿Entiende que es colgar cuadros en su aula, o ayudar al niño a
hacer un dibujo conforme a un modelo, porque usted ha aprendido algo de
técnica? ¿O bien entiende usted que se trata de enseñar al niño a ser
sensible, no a usted como maestro, ni a lo que usted dice, sino sensible
a las miserias, a las confusiones, a las penas de la vida? ¿Desea
enseñarle simplemente a pintar, o quiere usted que él esté despierto a
la influencia de la belleza, no de tal o cual cuadro o estatua, sino a
la belleza en sí? En la civilización moderna, señor, la belleza aparece
tan sólo a flor de piel: en vuestro modo de vestir, de pintaros el
rostro, de peinar vuestro cabello, de caminar. Discutimos sobre arte, y
si la belleza está en la superficie, o si es cuestión de amor; si es
exterior, o estriba en comprender el proceso íntimo del pensamiento.
Tal como nuestra sociedad está construida, más nos interesa la
expresión externa: el semblante, el “sari”, que aquello que es interior.
No importa lo que seáis por dentro, pero debéis presentar una
apariencia pasable y usar lápiz labial. Lo que sois por dentro no tiene
importancia. De suerte que más nos interesa la técnica que el vivir, la
mera expresión que el amor. Por lo tanto, nos valemos de las cosas
externas como medio de disimular nuestra fealdad interior, nuestra
íntima confusión. Escuchamos música para escapar a nuestro dolor. En
otras palabras. Llegamos a ser espectadores, no jugadores. Para ser
creadores habéis de conoceros a vosotros mismos, y ello es en extremo
difícil; pero aprender una técnica es comparativamente fácil. De modo
que, cuando habíais del arte en la educación, no se exactamente qué
queréis decir. Es obvio que a las influencias ambientales externas les
corresponde su lugar: pero cuando lo externo se ve acentuado, la
confusión interior no se comprende, y así la comprensión íntima, la
belleza interior, se ven desconocidas; y sin belleza interior, ¿cómo
puede haber una expresión externa de belleza? Y para cultivar la belleza
interior, es precisó que primero os deis cuenta de 1a confusión intima,
de la íntima fealdad, porque la belleza no surge de por sí. Para ser
sensibles a la belleza, tenéis que comprender lo feo y lo confuso; y
sólo cuando el orden nace de la confusión, hay belleza.
Pregunta: ¿A quién llamaría usted un maestro perfecto?
Krishnamurti: No, evidentemente, al maestro que tiene un
ideal, ni al que comercie con la enseñanza, ni al que ha fundado una
organización, ni al que sirve de instrumento al político, ni al que está
ligado a una creencia o a un país. El perfecto maestro es ciertamente
el que nada pide para sí, el que no está en las redes de la política,
del poder, de la posición. Nada pide él para sí, porque interiormente es
rico. Su sabiduría no reside en los libros; su sabiduría está en la
vivencia, y la vivencia no es posible si él busca un fin. La vivencia no
es posible para el que atribuye más importancia al resultado que a los
medios; para el que desea mostrar que ha preparado tantos o cuantos
alumnos que han pasado brillantes exámenes, que han recibido diplomas
universitarios de primera clase, o lo que sea. Es obvio que, como la
mayoría de nosotros desea un resultado, prestamos escasa atención a los
medios empleados, y por lo tanto nunca podremos ser perfectos maestros.
Lo cierto, señor, es que para que un maestro sea perfecto, él tiene que
estar más allá y por encima del control de la sociedad. Debe enseñar sin
que se le diga lo que ha de enseñar; y ello significa que no debe tener
posición alguna en la sociedad. No debe tener ninguna autoridad en la
sociedad, porque, en cuanto tiene autoridad ya forma parte de la
sociedad; y como la sociedad está siempre en proceso de desintegración,
un maestro que forme parte de la sociedad no podrá nunca ser un maestro
perfecto. Debe estar fuera de ella, lo cual significa que nada puede
pedir para sí. La sociedad, por lo tanto, debe ser lo suficientemente
esclarecida para proveer a sus necesidades. Pero nosotros no queremos
tal sociedad esclarecida, ni tales maestros. Si tuviéramos tales
maestros, la sociedad actual estaría en peligro. La religión no es la
creencia organizada. La religión es la búsqueda de la Verdad, que no es
de ningún país, de ninguna creencia organizada, que no reside en ningún
templo, iglesia o mezquita. Sin la búsqueda de la Verdad, ninguna
sociedad puede existir durante mucho tiempo; y mientras exista, tiene
forzosamente que producir desastres. El maestro, ciertamente, no es el
mero dador de información, sino alguien que señala el camino de la
sabiduría; y el que indica la sabiduría no es el “gurú” (guía
espiritual). La verdad es mucho más importante que el maestro. Por lo
tanto vosotros, que sois los buscadores de la verdad, tenéis que ser a
la vez alumno y maestro. En otros términos, tenéis que ser perfectos
maestros para crear una nueva sociedad; y para que el perfecto maestro
surja en vosotros, debéis comprenderos a vosotros mismos. La sabiduría
empieza con el conocimiento propio; y sin conocimiento propio, la mera
información conduce a la destrucción. Sin conocimiento propio, el
aeroplano llega a ser el más destructivo de los instrumentos en nuestra
vida; pero con conocimiento propio, es un medio de ayuda humana. Un
maestro, pues, tiene evidentemente que ser alguien que no esté en las
garras de la sociedad, que no juegue a la política del poder ni busque
posición o autoridad. El ha descubierto en sí mismo aquello que es
eterno, y por lo tanto es capaz de impartir ese conocimiento que ayudará
a los demás a descubrir sus propios medios de esclarecimiento.
Pregunta: ¿Qué lugar ocupa la disciplina en la educación?
Krishnamurti: Yo diría que ninguno. Un momento, que ya me
explico mejor. ¿Qué fin persigue la disciplina? ¿Qué entendéis por
disciplina? ¿Qué ocurre cuando vosotros, que sois los maestros, aplicáis
la disciplina? Forzáis, compeléis; hay coacción, así sea en forma
bondadosa, delicada, lo cual significa conformidad, imitación, temor.
Pero diréis: “¿Cómo es posible dirigir una gran escuela sin disciplina?”
No es posible. Es por eso que las grandes escuelas
dejan de ser institutos educacionales. Son institutos productivos, ya
sea para el caudillo o para el gobierno, para el director o para el
propietario. Señor, si usted quiere a su hijo, ¿lo somete a disciplina?
¿Lo compele? ¿Lo encaja en un molde de pensamiento? Lo observa, ¿no es
así? Trata de comprenderlo, procura descubrir cuáles son los móviles,
los impulsos, las urgencias, que hay detrás de lo que él hace; y,
comprendiéndolo, usted le asegura un ambiente propicio, suficientes
horas de sueño, alimento conveniente, y juego en la medida justa. Todo
eso implica el querer a un niño. Pero nosotros no amamos a los niños
porque en nuestro corazón no hay amor. Los criamos, nada más. Y,
naturalmente, si tenéis muchos debéis disciplinarlos, y la disciplina se
convierte en un modo fácil de eludir las dificultades. La disciplina,
después de todo, significa resistencia. Creáis resistencia contra
aquello que disciplináis. ¿Imagináis que la resistencia traerá
comprensión, pensamiento, afecto? La disciplina sólo puede erigir muros
en torno vuestro. La resistencia es siempre exclusiva, mientras que la
comprensión es inclusiva. La comprensión os viene cuando investiguéis,
cuando inquirís, cuando buscáis hasta descubrir, lo cual requiere
cuidado, consideración, pensamiento, afecto. Esas cosas no son posibles
en una escuela grande: lo son tan sólo en una pequeña escuela. Pero las
pequeñas escuelas no resultan lucrativas para el propietario privado o
el gobierno, y puesto que vosotros, que tenéis la responsabilidad del
gobierno, no os interesáis realmente por vuestros hijos, ¿qué importa
eso? Si amarais a vuestros hijos, no como simples juguetes, como
pasatiempo que os divierte un rato y después os resulta un engorro, si
realmente los amarais, ¿permitiríais que todas esas cosas continúen? ¿No
querríais saber qué comen, dónde duermen, qué hacen durante todo el
día, si se les golpea, si se les reprime, si se les destruye? Pero esto
significaría una investigación, tener consideración por los demás, ya se
trate de vuestro propio hijo o del de vuestro vecino; y vosotros no
tenéis consideración alguna, ni por vuestros hijos ni por vuestra esposa
o esposo.
El asunto está, pues, en vuestras manos, señores; no en las del
gobierno o sistema alguno. Si todos nosotros nos interesásemos por los
niños, mañana mismo tendríamos una nueva sociedad, pero en realidad no
nos interesamos, y por eso no tenemos tiempo. Tenemos tiempo para el
“puja” (ceremonia religiosa), para ganar dinero, para divertirnos, pero
no para consagrar nuestro pensamiento o nuestra atención al niño. No
estoy haciendo retórica. Este es un hecho, y vosotros no queréis hacer
frente al hecho. Porque hacer frente al hecho significa que debería s
renunciar a vuestras diversiones y distracciones; ¿y pretenderéis decir
que vais a abandonarlas? Por cierto que no. Arrojáis pues, los niños a
las escuelas, y el maestro no se interesa por ellos más de lo que os
interesáis vosotros. ¿Y por qué habría de hacerlo? Para él se trata de
su empleo, de su dinero; y así la cosa continúa. ¡Y aquí nos reunimos
toda una tarde para hablar de educación! Es realmente un mundo
maravilloso el que hemos logrado. Es un mundo bien falso, superficial y
repelente, si lo miráis detrás del telón; y el telón lo decoramos en la
esperanza de que en el escenario todo andará bien. Señores, yo no creo
que vosotros los educadores, ni los padres, os dais cuenta de cuán
serias están las cosas. La catástrofe que está produciéndose en este
país es evidente; pero vosotros no queréis despojaros de todo y empezar
de nuevo. Deseáis hacer reformas que son remiendos, y ese es el porqué
de todas estas preguntas. Señores, es preciso un nuevo punto de partida,
y no puede haber reforma parcial; porque el edificio se derrumba, los
muros ceden, y el fuego lo destruye. Tenéis que abandonar el edificio y
empezar nuevamente en otra parte, con diferentes valores, con otros
cimientos. Pero aquellos que lucran con la educación, ya se trate del
Estado o del individuo, seguirán como antes porque no ven la
destrucción, el deterioro, la degradación. Los que ven, en cambio, la
totalidad de la catástrofe, no sólo en unos pocos lugares sino en el
mundo entero, tienen que despojarse de todo y empezar de nuevo. No
pretendo que nadie se desnude del saber sobre cosas externas, del
conocimiento técnico. Bien se que de eso nunca será posible despojarse.
Se trata de la desnudez interior, de que os veáis tal como sois, de que
veáis vuestra fealdad, vuestra brutalidad, vuestra crueldad, vuestros
engaños, vuestra deshonestidad, vuestra falta absoluta de amor. Viendo
todo eso, podéis empezar de nuevo y ser honestos, claros, sencillos,
directos. Sólo entonces, por cierto, existe una posibilidad de que surja
un mundo nuevo y un orden nuevo. La paz no llega mediante reformas que
son remiendos. La paz no llega por el mero ajuste de las cosas tal como
están. La paz llegará tan sólo cuando comprendamos lo que es, y no en la
superficie sino a fondo. La paz podrá surgir tan sólo cuando la ola de
destrucción ‑ que es la ola de nuestra propia acción - quede detenida.
Señores, ¿cómo podremos tener amor? No persiguiendo el ideal del amor
sino tan sólo cuando no haya odio, cuando no haya, codicia, cuando haya
consideración, cuando haya generosidad; pero un hombre entregado a la
explotación, a la codicia, a la envidia, nunca podrá conocer el amor.
Cuando hay amor, los sistemas tienen muy poca importancia. Cuando hay
amor hay solicitud, consideración, no sólo para con los niños sino para
con todo ser humano.
Educando al Educador
Conferencia pronunciada en Bombay, India 13 de marzo de 1948. Capítulo IX del libro Un Mundo Nuevo